Actúan: Gaby Ferrero, Pedro Merlo, Alejandro Paker, William Prociuk, Eleonora Wexler – Vestuario: Betiana Temkin – Escengrafía: Rodrigo González Garillo – Iluminación: Leandra Rodríguez – Música: Gabriel Goldman – Autor: Josep Maria Miró – Director: Luciano Suardi
Un matrimonio con una hija. Una vecina insomne e indiscreta. Dos misteriosos visitantes. Muchos misterios y, sobre todo, muchas cosas que no son lo que aparentan ser. Con estos elementos y una escenografía que nos acerca a la intimidad de un departamento en un exclusivo edificio de la ciudad, Luciano Suardi propone esta obra del catalán Josep María Miró, cercana -por su estructura dramática- al drama psicológico.
La obra se inicia con un hecho extraño: una pareja, bien interpretada por Eleonora Wexler y Alejandro Paker, descubre que alguien ha entrado al departamento donde viven, aunque no ha robado nada. Luego irrumpirá un inquietante personaje, interpretado al límite de lo psicótico por William Prociuk, y a partir de ese momento se irá descubriendo que nadie conoce verdaderamente a las personas que tiene cerca, que en definitiva terminarán demostrando que nunca nadie es del todo quien pretende ser.
Muy bien montada en todos los aspectos, la obra pone en tela de juicio algunos de los valores imperantes en las actuales sociedades burguesas: la aparente dicha que ofrece el éxito, la felicidad conyugal, los valores familiares, la estabilidad, todo esto puede entrar en crisis en el momento menos pensado, en cuanto las apariencias, las fachadas, cedan ante la presencia de lo inesperado, lo desconocido, las cosas que se han mantenido ocultas a lo largo del tiempo por comodidad, o porque parecía la mejor opción.
La obra pretende conjugar un contexto bien realista con una atmósfera que por momentos se torna onírica, casi fuera del tiempo. Se le ofrecen al espectador elementos que lo llevan a intuir cosas, que a veces se confirman y otras veces no, al mismo tiempo que se muestran con total claridad las herramientas que sirven a la manipulación de las personas. Y por supuesto, quedan planteadas varias preguntas, que deberían servir para la reflexión del público, una vez concluída la obra: ¿Qué es lo que deseamos para nuestro futuro? Las cosas que hacemos hoy, ¿verdaderamente contribuyen para que consigamos alcanzarlo? ¿Somos honestos? ¿Somos inocentes? ¿Sabemos en realidad en qué lugar estamos parados? ¿O nos movemos todo el tiempo como entre sombras?
Una observación que no tiene que ver con la obra, pero sí con el ámbito donde se representa: después de dos años de estar el Teatro San Martín cerrado por reformas y mejoras, la sala Cunil Cabanellas continúa siendo el patito feo del complejo. Con una platea formada por cinco filas de sillas acomodadas sobre unas gradas de madera, a nadie parece haberle importado que dos de estas hileras estén a la misma altura, con lo cual los espectadores de la cuarta fila no logran ver el escenario con comodidad. Tampoco hay suficiente distancia entre una hilera y otra de asientos, lo cual dificulta el acceso, amén de que nada impide que las patas de las sillas se deslicen fuera del tablado, con el consecuente riesgo. Puede causar gracia que un personaje se caiga en escena, cuando así está escrito en una obra. Pero cuando los que se caen son los espectadores desprevenidos -no fue el caso de este cronista, pero hubo quien no tuvo tanta suerte- ya no resulta gracioso. Germán A. Serain
Jueves a domingos a las 20
Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530 – Cap.
0800-333-5254
complejoteatral.gob.ar
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