PATRICIA PICCININI, perturbadoramente posible

Transhumanismo, programación predictiva y un mundo supuestamente ideal en la obra de la artista australiana

En el siglo diecinueve, el escritor francés Jules Verne fascinó a sus lectores con viajes al espacio y prodigios tecnológicos imposibles de ver concretados siquiera en un futuro lejano. Se lo considera un “visionario”; otros ven en él simplemente alguien afiliado a ideas masónicas y ocultistas que escribió en clave. Así y todo, es innegable que el futuro que Verne esbozó en sus obras ya está aquí. ¿Un caso prematuro de programación predictiva? Es posible, aunque este último concepto se inscribe más bien en el campo de las teorías conspirativas. Quizás deberíamos buscar la respuesta en lo infinito de la creatividad que habita en la finitud del ser humano.

Aunque su nombre suene “italianísimo”, Patricia Piccinini nació en Sierra Leona, en el occidente africano, y vive en Australia. A poco de llegar a los sesenta, esta artista tiene como marca personal su concepción de todo un universo de obras que representan seres mitad humanos, mitad animales. Escultura, dibujo, fotografía y video son las técnicas a las que apela. El resultado sería lo suficientemente perturbador, de no ser que la artista, con hábil astucia, les confiere a sus criaturas una mirada que provoca una rara empatía en quienes las contemplan. En el mundo de Piccinini conviven estas quimeras contemporáneas cuya humanidad y animalidad dejan perplejos a los visitantes de sus muestras, amén de suscitar en ellos una increíble mixtura de ternura y aversión.

Sin embargo, como reza el versículo bíblico, nada hay nuevo bajo el sol, y aunque la artista maneja diestramente los materiales que usa en sus obras (y también las reacciones del público), apela a algo que el ser humano ya había abrazado en el despertar de su existencia. Centauros, sátiros, sirenas, medusas, minotauros y otros seres poblaron la imaginación de nuestros ancestros en aras de brindar un sentido, una explicación a la vida. Lo innovador en Piccinini es su habilidad de fusionar esos rasgos humanos y animales, hasta lograr una asombrosa unidad; sus híbridos ya no tienen características humanas separadas de las de los animales, sino que uno no puede adivinar en dónde terminan unas y dónde empiezan otras. Algo que los artistas de antaño no lograron, o no les interesaba lograr, sino que en sus obras estaba claro cuál era la parte animal y cuál la humana.

En el sitio web de Patricia Piccinini (en inglés), se comenta que su obra cuestiona “la manera en que la tecnología contemporánea y la cultura cambian nuestra comprensión de lo que significa ser humanos, así como nuestras relaciones y nuestras responsabilidades con aquello que creamos. Si bien la ética es esencial, el enfoque de la artista es ambiguo y cuestionador en vez de moralista y didáctico”. Las criaturas de Piccinini fungen de vehículo para un diálogo entre dos mundos en principio antagónicos pero que, a la vista de los avances modernos, parecen más cercanos a fusionarse. Es lo que plantea, por ejemplo, Miklos Lukacs en Neo entes: el transespecismo es quizá una de las varias vertientes del agobiante abanico transhumanista que el filósofo peruano expone con impiadosa y fundamentada acidez. La deconstrucción o desnaturalización del ser humano a través de las manifestaciones artísticas no sería otra cosa que un anticipo de algo que es técnicamente posible lograr gracias a los avances de la ciencia y la tecnología.

Si Piccinini simplemente juega con la ambigüedad, o es parte (o, en el peor de los casos, cómplice) de una agenda, es difícil aseverarlo. Lo que sí podemos advertir con una extraña mezcla de admiración y alarma es que los seres humanos ya no se conforman con su esencia misma y propenden a llegar a ser “como dioses”, tales las palabras de la serpiente en el Edén. El homo deus parece ser la profecía autocumplida de nuestros antepasados y de muchos creadores de ficción, instaurada en nuestro subconsciente gracias a estrategias de repetición que naturalizan lo anormal y preparan el camino para un mundo supuestamente ideal. Viviana Aubele

Patricia Piccinini-

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