La breve residencia de invierno que la Orquesta de Cleveland lleva a cabo cada temporada, ofreció este 2023-24 sus acostumbrados tres conciertos con la particularidad de contar con un director diferente en cada ocasión. En noviembre fue liderada por Stéphane Denève (ver reseña) y la última semana de enero por su titular Franz Welser-Möst, seguido por Karina Canellakis el primer fin de semana de febrero. Siempre atractivo es comprobar el rendimiento de una orquesta venerable como la Cleveland en su sede oficial del Knight Hall del Arsht Center.
El regreso de su director titular luego de una obligada pausa para someterse a tratamiento médico, lo halló dirigiendo un Bruch y un Brahms de alto nivel. Como novedad absoluta abrió el programa un encargo que la orquesta hizo en 1999 a Oliver Knussen (1952-2018) y que tuvo su estreno americano en la sala, se trata de la inconclusa Cleveland Pictures, cuatro tableaux sinfónicos y una de las últimas obras del compositor escocés que “pinta” una visita al Museo de Arte de Cleveland. Las obras musicalmente ilustradas son El pensador de Rodin, Calabazas de Velázquez, San Ambrosio de Goya, y Dos relojes Tiffany y Fabergé. Cabe decir que sólo quedan esbozos de los dedicados a Gauguin, Masson y Turner, quince minutos de música que posteriormente revisadas ya habían sido ejecutados en privado por el compositor en la NWS en 2008. Si en cierta medida convencionales, las típicas texturas y colores del irónico Knussen quedaron evidenciadas gracias a la minuciosa lectura de la orquesta.
Nikolaj Szeps-Znaider obtuvo un merecido triunfo gracias a su vigorosa lectura del Primer concierto para violín de Max Bruch, una de las obras mas populares del repertorio romántico. No presentó escollos al violinista danés pertrechado con su Guarneri del Gesu (1741), sino todo lo contrario en vista de su lustroso sonido y eximia batería de recursos que hicieron del Adagio uno de los momentos memorables de la presente temporada. Con la misma intensidad, los fuegos de artificio del Allegro energico final y la feroz interacción con la orquesta desembocaron en una previsible ovación.
La segunda parte del programa brindó una versión de la Primera sinfonía de Brahms, de clara inspiración vienesa. Si severa y pulida al máximo (no hay duda que aún hoy en los “clevelanders” hay remanentes de la recia tradición teutona instaurada por el imperioso Georg Szell) el enfoque tan sedoso como suave impuesto por Welser-Möst crean un balance hacia una visión mas otoñal de la monumental obra brahmsiana. En el glorioso coral luterano del cuarto movimiento, sin olvidar los bronces “alpinos”, la rotunda elocuencia de la Cleveland se alzó imponente para cincelar esta catedral de la música alemana.
Más breve pero substancial fue el último concierto que trajo los auspiciosos debuts de Seong-Jin Cho, pianista que también debutaba con la Cleveland, y de la directora Karina Canellakis, regente de la Orquesta de la Radio de los Países Bajos, otra de la jóvenes estrellas que en la lides femeninas vienen conquistando puestos de relevancia. El debut del joven coreano se suma a la constelación de pianistas visitantes esta temporada (Andsnes, Trifonov, Grosvenor, Ax, etc); su presencia marcó un debut importante y el deseo de que pronto regrese. Vale destacar que como ganador del concurso Chopin 2015 a los 21 años es uno de los grandes rivales de otros pianistas asiáticos como Yuja Wang, Lang Lang y el canadiense Bruce Liu por citar sólo tres.
Seon-Jin Cho y Chopin forman una alianza ganadora, el pianista maneja el lirismo del polaco con fluidez y elegancia proverbiales. Su lectura del Segundo concierto para piano –curiosamente el primero en orden cronológico firmado por un Chopin de sólo 19 años– mostró su envidiable articulación y claro dominio de la arquitectura de la obra. Con el requerido dramatismo e impecable estilo dominó el primer movimiento aportando en el segundo una refrescante nitidez perlada a su fraseo imbuido de poesía y exquisitez. En el tercero volvió su impresionante técnica no exenta de espiritualidad, una literal «aria di bravura» donde la pirotecnia estuvo al servicio del mensaje de la música, ahondando en lo que a veces puede resultar meramente incidental.
Delicioso pero a menudo criticado por una orquestación débil, el Opus 21 puede relegar a la orquesta un segundo plano. En este renglón Canellakis supo balancear con mesura, no sólo acompañando al solista sino proveyendo un marco de soberbia elegancia, cualidad inherente y natural de los clevelanders. Como generoso bis, sonó la Polonesa Heroica, la misma que coronó su triunfo en Varsovia en octubre del 2015, interpretada con la misma fogosidad y emoción de entonces.
Concluyendo la noche eslava, Canellakis dirigió las Danzas sinfónicas de Rachmaninoff, última composición del ruso donde recopila sus períodos creativos, éxitos y fracasos, con arrobadora mirada nostálgica a la patria lejana y guiños a la música “moderna” de Stravinsky, Prokofiev y Shostakovich, pero firmemente enraizada en sus amados Tchaikovsky y Rimsky Korsakov. Su única composición escrita en los Estados Unidos fue ideada para ballet (rechazada por Mikhail Fokine y abandonada por el compositor entonces). Hacia el final de su vida la revisó y literalmente resucitó.
Quizá su obra mas grandiosa, combinación del viejo y nuevo mundo, plena de misterio y color, con referencias religiosas, pastorales y palaciegas, brinda oportunidad de lucimiento al saxofón y al concertino, en esta oportunidad un notable David Radzynski. Precisa y enérgica, técnicamente irreprochable, Canellakis plasmó una interpretación sin fisuras ni excesos donde una mayor dosis de fiereza no hubiera estado de más. No obstante, en los tramos finales, la ansiada contundencia emergió naturalmente para así convencer el enfoque de la directora. Sebastian Spreng
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