Si tal como asegura el tango, veinte años no es nada, alguien podría argüir que treinta años tampoco deberían ser la gran cosa. En agosto del año 1991, Martin Wullich presentaba en televisión (América en Vivo, por América TV) al compositor argentino Martín Kutnowski. En aquel programa, que puede verse en el primer video más abajo, Kutnowski interpretaba un precioso Nocturno compuesto por él, acompañado por Jorge Manfredini en viola y Luis Acosta y Adrián Lagioia en los violines.
Para definir su trabajo como compositor, podríamos decir que las músicas de Martín Kutnowski responden a la naturaleza propia de la creación musical contemporánea, pero con raíces firmes en el terreno de lo tonal. En su obra hay referencias permanentes a la tradición musical de Occidente, que suelen aparecer incrustadas en el marco de materiales folclóricos argentinos. Su trabajo, sin embargo, es internacional: los discos y partituras con su música están disponibles en el sello Contrapunctus, en FJH Publications, Editions Billaudot y en Ricordi.
Actualmente enseña en la Universidad de Saint Thomas en Fredericton, New Brunswick (Canadá). Mientras estuvo en Nueva York (1995-2005), fue docente en la City University of New York. También enseñó en el Aspen Music Festival and School en Colorado (1997/99) y en el Conservatorio Manuel de Falla en Buenos Aires (1991-1995). Ha recibido becas y premios del National Endowment for the Arts, la Junta Argentina de Educación, la Comisión Fulbright, la Fundación Archibald Mourier, la New Music Jewish Commission de Los Ángeles, ASCAP, Arts New Brunswick y North/Consonancia Sur.
Conversamos con Martín Kutnowski, interesante creador argentino cuyo trabajo debería ser mejor conocido en su propio país. Durante nuestro encuentro nos habló de su carrera en el devenir de estas tres décadas pasadas, así como de sus proyectos actuales y futuros.
Para partir de este video que hemos tomado como una referencia posible, mi primera pregunta sería qué sucedió en tu carrera en los treinta años que te separan de aquel programa de televisión.
Si tuviera que resumirlo en una sola frase, diría que en todo este tiempo ha sucedido mucho más de lo que alguna vez llegué a imaginarme. En estos treinta años la música me llevó a todas partes. Hablo de paisajes, ciudades y países, tanto como de trabajar con gente de enorme talento, de entablar amistades entrañables, de enamorarme y tener hijos, de comunicarme en diferentes idiomas y de conocer diferentes culturas. Pero también me llevó a conocerme verdaderamente. La música me enseñó tantas cosas, me cambió tanto, que debería decir que en cierto modo moldeó toda mi vida, todo lo que soy. El año 2020 ha sido increíblemente atípico a causa de la pandemia, pero recuerdo que unos meses antes Google me avisó que durante 2019 yo había recorrido 100.000 kilómetros y visitado cien ciudades. El joven que yo era en ese video de 1991, creo que nunca se hubiese animado a soñar con tanto. También me pasaron cosas duras durante este tiempo, como por ejemplo perder a mi padre; pero la música siempre fue como una dimensión vital desde la cual salir adelante.
Hablar de música académica contemporánea hoy puede significar cosas muy diversas. ¿Cuál es el sentido que podrías darle a tu obra en este sentido? ¿Hay algún modo en el que puedas definir tu búsqueda como compositor a lo largo de estos años?
Creo que el desafío del artista es encontrar su propia voz, decir su verdad, y expresarla honestamente. Esto es, de lejos, lo más difícil. Mi padre decía: “Para quien no sabe adónde va, ningún viento es favorable”. Y yo lo traduzco así: toda la técnica del mundo, armonía, contrapunto, habilidad instrumental, orquestación, conocimiento del repertorio, talento musical innato, inclusive la capacidad de improvisación, todo eso es insuficiente si uno no tiene claro lo que quiere decir. O quizás lo que necesita decir. El arte no es más que una manera de comunicar la experiencia de la vida, y uno sólo puede transmitir lo que verdaderamente ha vivido.
Esto no tiene que ser algo necesariamente literal, porque también pueden ser cosas que quizás uno haya vivido en su imaginación, cosas que a uno lo hayan conmovido, lo cual es totalmente válido. Al escribir, uno puede remontarse a otra época, sustanciarse con un personaje histórico o ficticio, identificarse con miradas que pueden no ser la de uno mismo. Pero aunque parezca que es posible meter el perro y escribir cualquier cosa, porque los demás no tienen manera de chequear si uno lo vivió, lo imaginó, o lo inventó en dos minutos por la mañana mientras chequeaba su correo electrónico, si uno miente y no escribe desde la honestidad, los demás realmente se darán cuenta. Esto puede sonar un poco esotérico, tratándose de notas en un pentagrama, pero es así. Aun notas en un pentagrama pueden no ser honestas.
El arte más profundo y duradero dice la verdad, nos enseña la verdad, inclusive le enseña la verdad al autor. Nuestro tiempo y nuestras energías son limitadas, y no tiene sentido desperdiciarlas haciendo cosas que nos alejen de la verdad. Y me parece que esa verdad es ni más ni menos que entender la vida, darle un sentido. Así que si tuviera que definir mi trayectoria como compositor, yo diría que ha sido el gradual aprendizaje de conocerme, de aceptar quién soy, de aceptar mi voz, y de compartir mi música con la espontaneidad y naturalidad de saber que es una extensión de mí mismo.
Hablando de identidades: sos un compositor de nuestro tiempo, con todo lo que ello significa en términos de bagaje cultural; sos también un artista latinoamericano, inserto en un contexto internacional, con diferentes raigambres. En la música de Martín Kutnowski ¿cómo se ve reflejado este tránsito entre la tradición y la modernidad, lo latinoamericano y lo universal?
Me hacés recordar lo que decía uno de los personajes de un cuento de Isidoro Blaistein: “No me cure la locura, doctor; es lo único que tengo”. Me cuesta -y un poco es a propósito- definirme en cuanto a mi estilo. Ante las etiquetas uno tiene el temor de perder la espontaneidad, o aun la libertad. Puedo decir con certeza y tranquilidad que sólo transfiero al pentagrama aquello que escucho en mi cabeza y siento en mi corazón. Si no emana de esas fuentes, sencillamente no lo escribo. Sin dudas una parte fundamental de todo eso tiene que ver con la música, tanto clásica como popular, que me nutrió en mi niñez en Argentina, aunque con los años fueron apareciendo influencias de otras partes. Con respecto al hecho de haber vivido la mitad de mi vida en otra cultura, como la de América del Norte, algo sorprendente es que no tuve problemas para hacer conocer mi trabajo. Quizás porque tuve la suerte de conocer músicos fenomenales -mis maestros primero, colegas después-, que me escucharon con suficiente atención como para ayudarme a reconocer mi voz.
Hay una anécdota famosa, del joven Leonard Bernstein mostrándole sus primeras partituras a Aaron Copland, ya compositor consagrado. Copland dice: “En este pasaje escucho un poco a Mahler, en éste pareciera que aparece Bruckner…», y así. En otras palabras, el maestro -como asimismo el colega que es un experto-, al igual que un editor responsable, nos ayuda a expresarnos mejor, porque nos conoce, conoce su métier, y puede ayudarnos a vislumbrar y cultivar la individualidad abriéndose paso entre muchas influencias. Por eso, todo lo que viví profesionalmente con mi música se lo debo a mis maestros. En la Argentina, principalmente a Valdo Sciammarella y María Fernanda Bruno; en los Estados Unidos, a Ana María Trenchi, Bruce Saylor, Carl Schachter, y William Rothstein. A ellos, y a los intérpretes maravillosos de todo el mundo que tocaron mis obras tan generosamente y tan bien.
Martín Kutnowski, hablemos acerca de tu actualidad y de tus nuevos proyectos.
En el marco de la pandemia tuve dentro de todo suerte, ya que en Canadá hubo una prohibición sanitaria bastante estricta en octubre y noviembre, sin conciertos ni nada, y en enero volvimos a estar encerrados. Pero durante el mes de diciembre fue posible hacer conciertos. En total fueron tres, en las principales ciudades de la provincia: uno en el Imperial Theatre de Saint John, otro en el Centre Communautaire de la Paix en Moncton, y el otro en la Playhouse en Fredericton, la ciudad donde resido. Este concierto iba a ser dirigido por una directora de Quebec, pero en la capital las cosas estaban complicadas y ella no pudo viajar, así que la orquesta me pidió que yo mismo dirigiera mi obra, cosa que obviamente hice con gran placer. Hay un video que muestra uno de los ensayos de En la mar hay una torre, una obra original para clarinete y cuarteto de cuerdas estrenada en 2009 en los Estados Unidos, que la Orquesta de la Provincia de New Brunswick eligió para uno de sus ciclos de conciertos de este año, todo esto antes de la pandemia. El solista fue Andrew George, un maravilloso clarinetista canadiense.
Tengo además varios proyectos junto a otros músicos y agrupaciones de esta región, todos de largo plazo. He estado escribiendo una colección de piezas para flauta y piano encargadas por Frédéric Chatoux, un músico fenomenal que es flauta solista en la Opera de París, con quien he publicado varias piezas a lo largo de los años. También estoy trabajando para Jean-Guy Boisvert, un clarinetista muy reconocido de Montreal, en una serie de piezas para clarinete y piano. Sigo haciendo música de cámara regularmente con el Saint John String Quartet, con quienes estuve de gira ya dos veces en Latinoamérica. Escribí piezas por encargo para el grupo y además grabaron mi música. También estoy escribiendo una obra y varios arreglos encargados por Ventus Machina, un fabuloso quinteto de maderas. Con ellos el plan es ofrecer una serie de conciertos durante todo el año que viene en varias provincias canadienses, en formación de sexteto, conmigo al piano. Lo mismo que la nueva gira con el Saint John String Quartet, todo dependerá de que avance el tema de la vacuna.
Supongo que la pandemia debe haber modificado significativamente tu trabajo cotidiano. ¿Hubo también cambios debidos al paso del tiempo en general?
En lo general, quizás el cambio más importante haya sido que desde hace unos años a esta parte la mayoría de las cosas que compongo las escribo contemplando la posibilidad de ser yo mismo quien las toque, cosa que finalmente ocurre. Esto en parte tiene que ver con que he integrado muchísimo mi trabajo en la cátedra de música de cámara en la universidad, en la cual todos tocamos, componemos y dirigimos. Allí participan también grupos profesionales de la región, o artistas internacionales que vienen como invitados.
Al tocar en grupo, lleva un tiempo fomentar y consolidar un espacio de libertad donde la gente se anime a probar cosas y equivocarse; pero si uno confía y persevera, se hace posible. Cuando el grupo está consolidado y funciona productivamente, la clase se convierte en un ensayo en el que todos aprendemos de la experiencia. Llegado ese punto, para mí dar clase es tan sólo guiar el proceso, correrme del centro, haciendo quizás una sugerencia de tanto en tanto, pero sin sofocar la experimentación y el aprendizaje que ocurren a nivel personal y en la interacción directa entre los alumnos. Pero también estoy ahí yo mismo, haciendo preguntas y probando cosas distintas. También sucede que los alumnos van creciendo y egresando, así que los grupos siempre van cambiando su fisonomía y uno tiene que adaptarse.
Todo este trabajo de cámara con mis alumnos también está integrado a lo que hacemos con los músicos de las ciudades vecinas, que nos visitan y leen música con nosotros. Vemos qué cosas funcionan, cuáles no, y volvemos a empezar. La suerte de poder trabajar con profesionales de altísimo nivel artístico en mi propia región, en mi caso suaviza el impacto de la pandemia: a pesar de que tuve que poner en suspenso todo tipo de proyectos con gente con la que colaboro regularmente en Europa, Asia y Latinoamérica, tengo mientras tanto el privilegio de seguir haciendo música, aun con todas las limitaciones del caso. Por ejemplo, en vez de reunirnos como una orquesta de cámara nos limitamos a hacer dúos y tríos, algunas sesiones las hicimos remotas, y así. Pero el tema es seguir vivos, y para un músico seguir vivo significa seguir haciendo música. Yo creo que ese es el desafío fundamental durante esta etapa, más allá de sobrevivir en un sentido literal: no bajar los brazos, seguir estudiando, seguir escribiendo, seguir nutriéndose como artista. Y como decía el Conde de Montecristo: “esperar y confiar”.
En la mar hay una torre, de Martín Kutnowski (fragmento)
Clarinete solista: Andrew George
Symphony New Brunswick, dirigida por Martín Kutnowski
(Dic. 2020, Saint John y Fredericton, New Brunswick, Canadá)
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