Errare humanum est es una alocución latina harto conocida: “Errar es humano”. Se la suele continuar con una segunda oración conectada con punto y coma: “perdonar es divino”. Muy cierto. Todos, absolutamente todos, nos hemos equivocado, nos equivocamos y nos seguiremos equivocando per saecula saeculorum. Existen variantes de la alocución, algunas atribuidas a Séneca, otras a san Jerónimo y también a san Agustín. Una de ellas, que se encuentra en las Filípicas de Cicerón, reza: Cuiusvis hominis est errare: nullius nisi insipientis, perseverare in errore. Es decir, errar es propio del ser humano, pero perseverar en el error es propio del ignorante. Y como colofón, a veces puede costar muy, pero muy caro.
En 1983 el mundo se conmocionó con una noticia: la conocida revista alemana Stern tenía en su poder unos diarios que habían pertenecido a Adolf Hitler. El contenido de los diarios se iría publicando en entregas sucesivas y prometía revolucionar la historia tal como se venía contando: la revista aseguraba que semejante hallazgo demandaría que se volviera a escribir la historia de la Alemania nazi y la de Hitler. Nada más ni nada menos.
Quien proporcionó los documentos de tamaña magnitud fue un fugitivo de la ex República Democrática Alemana, Konrad Kujau, coleccionista de reliquias nazis y con interesante prontuario, contactado oportunamente por Gerd Heinemann, periodista del semanario citado. Por los diarios, Stern desembolsó muchos millones de marcos alemanes: se calcula que en dólares equivaldrían a unos cuatro millones, una suma que tentaría hasta al más santo. Los diarios, que supuestamente habían sido rescatados de los restos de un avión accidentado en Sajonia, serían entregados por Kujau en varias veces. La noticia de la aparición los diarios del Führer generó un tremendo revuelto y azuzó la codicia de medios periodísticos de renombre que empezaron a barajar ofertas para quedarse con los derechos de reproducción de los diarios.
Por supuesto que la capacidad de asombro humana es inagotable, y semejante hallazgo habrá azuzado la curiosidad de miles que suelen “picar” en este tipo de ocasiones. Antes de que Stern diera a conocer la existencia de los diarios, algunos historiadores habían dado fe de la veracidad de los diarios. Para que no quedaran dudas se contrató a peritos caligráficos, entre ellos Ordway Hilton, autoridad en el campo y cuya bibliografía es material de referencia para los estudiantes de calígrafo público. Los peritos, Hilton inclusive, concluyeron que los diarios eran genuinos.
Pero afortunadamente todavía hay quienes se permiten dudar de todo y de todos. La aparición de los diarios y el contenido que se fue revelando en las entregas de Stern hicieron sonar las alarmas de quienes eran conocedores de la historia y de algunas costumbres del Führer. Por lo pronto, llamó la atención que Hitler tuviera inclinación hacia la escritura, cuando en realidad se sabía que no la tenía: nadie a quien la escritura le apasione poco llenaría de puño y letra unas seis decenas de diarios. También llamó la atención que en la portada de los diarios figuraran, en letra gótica, las iniciales “FH” en vez de “AH”.
Por su parte, el historiador David Irving, célebre por ser acérrimo negador del Holocausto y porque comercializa reliquias nazis por Internet, aseguró que los diarios eran falsos, pero luego cambió de opinión. El historiador y director del Sunday Times, Hugh Trevor-Roper, que inicialmente había avalado la autenticidad de los diarios, se arrepintió más tarde de sus dichos. Un verdadero pandemónium de marchas y contramarchas.
Lo que sacó la verdad a la luz fueron los peritajes caligráficos hechos a conciencia y con objetividad absoluta. Se llegó a la conclusión de que el papel de los diarios no se fabricó hasta después de 1945; Kujau los había envejecido con té. La escritura parecía no coincidir con la de Hitler, un dato que cualquier perito calígrafo competente es capaz de discernir. La tinta usada era de una fecha de fabricación posterior a la muerte de Hitler. Y la perlita grotescamente cómica: Kujau había confundido la “F” gótica con la “A”, de ahí que las iniciales en los diarios fueran “FH”.
Kujau y Heidemann fueron arrestados, juzgados y condenados: en cada caso las penas no llegaron a cinco años de prisión. Una vez sueltos, Kujau habría perdido algo (más) de pelo pero no las mañas, pues -por ejemplo- vendió falsificaciones de Salvador Dalí y Joan Miró firmadas por él mismo. Falleció en 2000. Heidemann tiene 88 años, y pese a haberse quedado con una importante tajada del dinero que Stern pagó por los “diarios”, hoy vive de lo que le paga el seguro social.
Stern también tuvo su penalización: tras el escándalo, las ventas bajaron ostensiblemente, tanto como su prestigio. Todospodemos equivocarnos, sí. Pero el pecado de Stern fue adoptar lo que se conoce como “mentalidad de búnker”: en vez de aceptar públicamente su error, se puso a la defensiva con excusas poco creíbles, como por ejemplo que quizás se usaron agentes blanqueadores de posguerra en papeles de la época de la guerra.
Una historia disparatada y hasta entretenida, digna de una trama de ficción. El problema es que sucedió en la vida real, y el nivel y alcance del embaucamiento y de los errores en tratar la novedad no solo tuvieron consecuencias económicas. Varios “peces gordos” cayeron como chorlitos. Hablamos de personas preparadas, con formación académica y cierto prestigio que no solo cayeron en la trampa, sino que además hicieron caer a muchos otros como efecto dominó. Obviamente, la ambición desmedida, las irresponsabilidades varias y el “todo vale” pudieron haber cambiado la mirada sobre ciertos hechos históricos. Viviana Aubele
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