Al entrar, los espectadores encuentran un escenario cuidadosamente ambientado: a la izquierda, un sillón acompañado de discos de pasta, un botellón de whisky y pequeños objetos; a la derecha, una mesa redonda con sillas. Al fondo, una gran pantalla proyecta una menorá, símbolo de la identidad y la fe del pueblo judío, mientras suena una música tortuosa al piano.
En escena, una pareja baila Quién será al ritmo del mambo de Dean Martin, un título que funciona como metamensaje. Intentan seguir el compás para lucirse en el Bar Mitzvá de su único hijo. Él, comerciante de zapatos de Villa Crespo con una identidad clara, está interpretado con solvencia por Fabio Aste. Ella, sobreviviente de una familia diezmada en el Holocausto, memoriosa de sus muertos y algo pretensiosa, es encarnada por Silvina Katz, con gran desplazamiento corporal y soltura actoral.
El hijo es el antimodelo de los sueños familiares: es un joven homosexual y confiesa que no le gustan las chicas, justo lo opuesto a lo que su madre esperaba. Felipe Villamil interpreta a Marco, quien desata el drama cuando aparece un doctor capaz de “curar” esa condición. El doctor, un alemán enmascarado descubierto por la madre, es interpretado con rigor por Fabián Arenillas, en un papel que combina superioridad, antisemitismo y crueldad velada. Como señala una voz en off al comienzo de la obra, los nazis practicaban experimentos hormonales: a los hombres los “curaban” con hormonas y a las mujeres, cuando tenían un hijo.
El doctor Vaernet fue uno de los nazis refugiados en Argentina, discípulo de Mengele, que continuó aquí con los experimentos brutales que antes realizaba en el campo de concentración de Buchenwald. Su metodología buscaba depurar la “raza aria” de defectuosos, judíos, gitanos, homosexuales, comunistas y todo opositor al régimen, montando laboratorios y campos de exterminio.
En La Vergüenza, Patricia Suárez sitúa a este personaje dentro de la casa judía, donde su jeringoso germano-español mezcla claridad y confusión. El doctor habla rápido, con gesto de superioridad, y deja escapar su antisemitismo, mientras la madre entrega a su hijo a ese tratamiento con la esperanza de que se convierta en “normal”. La inyección de testosterona genera la cólera del padre y la expectativa de la madre, transformando el hogar en un escenario de tensión y dolor. Tras el tratamiento, la madre invita al doctor a comer. En una escena que contrasta con la cotidianeidad del hogar, él recuerda a su perro Rottweiler y somete a Marco a imitar animales, evocando los experimentos de la clínica. Aquí, el drama familiar se entrelaza con el horror histórico del nazismo y las heridas persistentes en los descendientes.
Suárez denuncia, a través de esta obra, la llegada de los nazis a la Argentina, defiende la homosexualidad como elección y no enfermedad, celebra el ser judío en toda su identidad y cuestiona los sistemas totalitarios que discriminan. La vigencia del nazismo se percibe aún presente, y el final, infeliz, refleja que la muerte puede liberar al enemigo pero no sana las heridas.
Estrenada en un momento de recrudecimiento de la barbarie, la obra es un gesto de valentía. Dirigida con fluidez por Claudio Aprile, se estructura casi como una tetralogía sobre la abominación a la que puede llegar el ser humano. Martha Wolff
Lunes a las 21
Teatro Border
Godoy Cruz 1838 – CABA
(011) 5236-6183
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Patricia Suárez en este Portal
N. de la R.: La escritura de La Vergüenza se inspiró en el trabajo de Nacho Steinberg (El triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad, 2014). Steinberg preparaba un documental sobre Carl Vaernet, un nazi que experimentó con prisioneros homosexuales en Buchenwald; esta indignante historia luego sirvió de inspiración para la obra. Los resultados de Vaernet fueron nefastos: alrededor de 50 personas murieron. Tras huir a la Argentina, abrió una clínica de curas hormonales en el barrio de Palermo, donde vivió hasta su muerte en 1965 sin ser juzgado ni condenado por sus crímenes. La Vergüenza fue editada en el libro Teatro II por Baltasara Editora (Rosario, 2015).
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