JINETEADA, fiesta gaucha

Tras Jesús María, otra vez se oyeron voces que poco comprenden las cosas nuestras

Ensayemos la imagen de una jineteada. En el palo espera el pingo y el hombre se va arrimando mientras el capataz de campo, muy serio, los va esperando. Sombrero con retranca y botas de potro pa’ uno; encimera y par de bastos, ya tiene ensillado el otro. La campana, un tañido, la lonja que ya se suelta y el “¡Larguenlón!” que se oye tras el trago de “giniebra”. El animal se abalanza, el jinete que resiste y un murmullo apabullante que se convierte en un grito. Cinchan uno para uno, cinchan otro para el otro: la fiesta ya está completa, miles de palmas golpean, los más criollos se apean sobre el hilo del alambre y solo falta la carne, cimarrón, vino y salmuera.

Esto es sólo un breve trazo de un desparejo pincel de lo que sucede todos los fines de semana en las fiestas más grandes de la Patria o como dicen, una “domada” y que de doma no tiene nada, porque el que sabe le llama jineteada. Explicar este deporte o actividad a un no iniciado llevaría más tiempo que un almanaque. De todos modos les pido un resuello, que ajusten la cincha de la garganta y traten de comprender lo que para el gaucho, único arquetipo del ser nacional, significa este entrevero que algunos tratan de vapulear.

Jinetear un potro viene desde la época en que el caballo llegó a la Argentina en el barco de don Pedro de Mendoza. La Patria se hizo a caballo y para ello dejó en sus ratos libres el amor del criollo por éste y por todos los divertimentos camperos: llámese yerra, pialada, taba, bochas, barajas, sortija, alguna boleada, el soplido de un calibre del 12 y otras cosas de esta tierra. Pero, por estos días se han vuelto a escuchar voces (y una denuncia desestimada), ante la televisación del Festival de Doma y Folclore de Jesús María.

Sepan que de estos espectáculos participa toda la familia cada fin de semana en distintos rincones de la Patria. Que el inolvidable El Zorro, el caballo de la historia, llegó a reunir a más de 30.000 personas en Tres Arroyos. Que además la fiesta gaucha viene acompañada del paso de centros tradicionalistas, de aperos y pilchas criollas, de entrevero de tropillas, de chicos con sus petizos y de muchas buenas mozas que todavía se animan a un vestido de percal floreado y un par de trenzas: lujos del gauchaje…

Sólo vamos a contar que un caballo de jineteada (en general cruza de criollo con percherón), pesa unos 650 kilos, que se lo entrena sin montarlo, pues subirlo sería imposible, y que la única manera de ejercitarlo es hacerlo correr en la tierra arada (si la hay) detrás de la yegua madrina. Que está a campo toda la semana y que “trabaja” entre ocho o 12 segundos y no todos los domingos. Es decir, con mala suerte, puede moverse un minuto por mes como máximo. Y si es realmente bravo, los jinetes ni se animan a pegarle o clavarle las espuelas: nazarenas con rodajas móviles y puntas mochas.

Como todos los caballos, proviene de los ungulados, una suerte de tapir con pezuñas y dedos, puesto que el hombre, como a los perros, los fue cruzando y dándole razas para tal o cual actividad: tiro, velocidad, resistencia, tipos deportivos, de trabajo y hasta para el “tacho” (así le decimos aquí a los caballos que van al frigorífico como los famosos percherones en Francia). El único equino que sobrevive en su estado natural en el mundo es el caballo de La Mongolia.

Si se los quiere comparar con caballos que practican otras actividades, podríamos comenzar con el polo, deporte que en nuestro país se destaca ampliamente por sobre el resto del mundo. El caballo de polo, hoy casi Sangre Pura de Carrera (SPC), es trabajado toda la semana por el petisero y cuando llega el match, los buenos suelen ser jugados 16 minutos sin alargue, con la fusta y los espolines de los jinetes, los tacazos, pechazos (inexistentes en otros deportes ecuestres salvo el pato) y bochazos. Además salen a la cancha acollarados de todos lados: pretal, levantador, freno, cuatro riendas y bajador (la falta de control antidoping es aparte). Cuando se rompen los sacrifican atrás de los palenques.

El SPC tiene otro trato pero, si no es muy bueno, en los últimos 300 metros puede sentir el rigor de casi 30 “guascazos” (latigazos). Además, si supieran hablar y uno preguntar, nos contarían que no tienen muchas ganas de varear, más bien de quedarse en el box o volver al campo a retozar. Cuando se rompen se los lleva en un furgón ambulancia para ser sacrificados.

En equitación se los trabaja casi todos los días, para -el que llega a un derby- pasar unos 25 obstáculos con un jinete de más de 75 kilos arriba. Faltan los de pecho, los caballos de trabajo, los de los rodeos norteamericanos, los de alta escuela (Viena o Domecq) y aquellos “tiocos” (grandotes) que después de tanto tiro en la campiña europea van derecho al matadero.

“Caballo que no galopa va derecho al pisadero”, canta Guaraní. Otro poeta dijo que “Los vi en la calle del hilo / pastoreando pa´engordarlos. / Después vienen a llevarlos pál degüelle, pobrecitos, / cada matungo es un grito que la patria da al llorarlos”. El Zorro de la jineteada está enterrado en Cascallares o bellaqueando en Trapalanda (el cielo de los caballos): “¡Larguenlón!”.  Mariano Francisco Wullich

Jineteada en Wikipedia

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