Richard Malka es abogado. Esto no dice demasiado. Digamos, entonces, que es abogado de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, la misma que el 7 de enero de 2015 sufrió un ataque por parte del terrorismo de Al-Qaeda que le costó la vida a doce personas, en su mayor parte dibujantes y periodistas. ¿El motivo del atentado? La revista se había atrevido a publicar unas caricaturas alusivas al islam. Amenazado de muerte por los mismos fundamentalistas que perpetraron aquella masacre, Malka participó del proceso que se llevó a cabo para juzgar a los autores de la matanza. El juicio finalmente condenó, a fines de 2020, a catorce personas que fueron halladas culpables de haber colaborado de diferentes maneras con el ataque homicida.
El derecho a cagarse en Dios, publicado en español por la editorial argentina Libros del Zorzal, es el provocativo título del libro en el cual Malka expone sus ideas relacionadas con la libertad de expresión, a partir de la transcripción de su alegato durante el referido juicio.
Lo nuestro es pelear para seguir siendo libres. Nosotros y los que nos sucederán. (…) Y seguir siendo libres implica poder continuar hablando libremente sin ser amenazados de muerte, asesinados por Kalashnikov o decapitados.»
Es cierto que la traducción del título del libro al español tiene un énfasis que quizás excede el sentido original de la palabra emmerder, que en francés también podría significar ofender, blasfemar o injuriar. Pero finalmente la expresión es usual en nuestro idioma, muy a pesar de que en España un popular actor, Willy Toledo, fue procesado por usar en público una expresión semejante. Por cierto, la demanda en su contra no prosperó.
«La libertad de expresión solo tiene sentido si te permite decir a los demás lo que no quieren oír», asegura Malka con una lógica irrefutable que, sin embargo, muchos todavía parecen no querer aceptar. Y más allá de su título, que claramente busca un efecto en el lector, este libro es una defensa indispensable de la libertad de expresión, entendida más allá de la retórica vacía que insiste en condicionarla con diversos peros y reparos. Porque el peligro es que cualquier expresión que alguien no desee escuchar se torne objeto de un acto de censura por ser considerada una inaceptable blasfemia. ¿Quién marcará el límite entre lo aceptable y lo condenable?
Richard Malka encara una recapitulación histórica de la blasfemia, particularmente en Francia. En una abierta defensa de los derechos conquistados, señala que en 1789 la libertad de expresión es proclamada como uno de los más preciados derechos del hombre. Que dos años más tarde se elimina la blasfemia como figura en el código penal francés. Y que en 1881 se vota la ley de libertad de prensa. Malka refiere los acalorados debates que se suscitaron en aquel momento y trae a colación la respuesta de Clemenceau al obispo de Angers, representante de los entonces ofendidos católicos: «¡Dios sabrá defenderse solo, no necesita para ello de la Cámara de diputados!».
Comprendamos entonces que no tenemos elección. Renunciar a la crítica libre de las religiones, renunciar a las caricaturas de Mahoma, sería renunciar a nuestra historia, a la Enciclopedia, a las grandes leyes de la República. Renunciar a enseñar que el hombre desciende del mono, y no de un sueño. Renunciar a la igualdad de las mujeres, renunciar a la igualdad de los homosexuales para los que, curiosamente, en 72 países del mundo -más o menos los mismos que tienen todavía una legislación contra la blasfemia- la homosexualidad es una abominación.»
Malka apunta sus dardos contra quienes, escudándose en una supuesta islamofobia, ponen en tela de juicio el derecho a la libertad de expresión, pero también señala los riesgos de apegarse a la ideología anglosajona según la cual no se debería ofender a nadie. «La libertad de expresión no consiste en elogiar lo que nadie denigra, sino en cuestionar —sea en serio o en broma— lo que muchos consideran digno de respeto».
Las declaraciones del abogado francés no son solo una reacción a los atentados de los fundamentalistas, que constituyen claramente un extremo, sino a toda una corriente de corrección política que viene ganando terreno en Occidente. «Cuando los activistas necesitan un pretexto para justificar su violencia, siempre encuentran uno», señala Malka, quien también advierte: «Si la libertad de expresión sigue menguando, podéis estar seguros de que todas las demás libertades también desaparecerán».
Alguna vez Stephane Charbonnier, editor de Charlie Hebdo y una de las víctimas mortales del atentado, dijo algo premonitorio: «Quizás suene algo pretencioso, pero prefiero morir de pie que vivir de rodillas». Entonces, tal vez sea cierto lo que dice Richard Malka, en el sentido de que la libertad de expresión es lo que nos protege del monstruo del totalitarismo. También señala algo interesante: que en el terreno de los idealismos, hemos sustituido las viejas luchas sociales por nuevas luchas identitarias. Por eso la ofensa se ha convertido en algo cada vez más corriente: nos sentimos ofendidos cada vez con mayor facilidad. De ahí que hoy se hable de la generación de cristal. Pero Malka no está dispuesto a ceder. «Para mi Mahoma no es sagrado», reconoce. Y luego aclara que sus burlas no son contra Mahoma, sino contra el fundamentalismo.
Se nos reprocha hacer caricaturas de las religiones. Pero la realidad es que no las hemos hecho nunca. Todas las caricaturas de las que hablamos aquí no son caricaturas de la religión, son caricaturas del fanatismo religioso, de la irrupción de la religión en el mundo político.»
La lectura de El derecho a cagarse en Dios nos dice mucho acerca de la evolución de nuestra cultura y de nuestras libertades. Algo que nos parece fundamental es comprender lo que debería ser obvio: defender la libertad de expresión no significa que se defienda lo expresado. La revista Charlie Hebdo puede parecernos grotesca e infantilmente reaccionaria. No se trata de eso, sino de si sostenemos o negamos su derecho a serlo. Y más grave aun: si sostenemos o negamos el derecho de los reaccionarios a vivir, en el caso de que no acepten someterse al dictamen que les ordena hacer silencio.
Nos encontramos ante un choque cultural que no tiene manera de llegar a buen término. Porque mientras de un lado se debate qué cosas pueden o no expresarse, del otro están convencidos de que cualquier blasfemo merece que le sea arrebatada la vida. «El mensaje de los terroristas es claro. Nos dicen: vuestras palabras, vuestras indignaciones, vuestra resistencia … nos tienen sin cuidado. No los reconocemos y los vamos a seguir matando».
Hay otra cuestión que también debería ser evidente: no tenemos idea de si Dios existe o no. Cualquiera sea el caso, de lo que estamos hablando es del derecho a cagarse en los discursos del hombre en torno de ese eventual dios. Y es importante entender esto, porque vivimos en una época en que la cultura europea se enfrenta a un nuevo oscurantismo, atravesado por la infiltración del fundamentalismo islámico. Un oscurantismo que en América tiene un reflejo en el avance de un evangelismo de derecha dispuesto a operar cada vez con mayor alcance desde los medios de comunicación y las fuerzas políticas.
El pensador israelí Yuval Harari señala en una de sus obras que en las primitivas sociedades totémicas una persona podía creer en los poderes del oso blanco, y otra en los del águila, y eso no suponía conflictos de ningún tipo. Pero más tarde surgieron los monoteísmos, que son por definición peligrosos. Porque si tu dios es el verdadero, pero también el único, eso quiere decir que mi dios, o el de mi vecino, son inválidos. ¿No podría acaso también eso ser considerado una blasfemia? ¿Y no podría suceder que terminaran siendo lo mismo la negación de un dios y la negación de una idea cualquiera? Mientras haya libertad para que unos afirmen, debe garantizarse también el derecho de que otros nieguen. De eso se trata la auténtica libertad, la verdadera democracia. Excepto cuandose trata de la negación de la vida o de las libertades fundamentales. Germán A. Serain
El derecho a cagarse en Dios
Richard Malka
Libros del Zorzal
Revista Charlie Hebdo
Richard Malka nació en París en 1968. Es abogado y representa, entre otros, al semanario satírico Charlie Hebdo. Intervino en numerosos juicios y debates emblemáticos ligados a la libertad de expresión y el laicismo. Es autor de ensayos como Elogio de la irreverencia junto a Georges Kiejman (Grasset, 2019 – Libros del Zorzal, 2022) y El derecho a cagarse en Dios (Grasset, 2021 – Libros del Zorzal, 2022); y de las novelas Tyrannie (Grasset, 2018) y Le Voleur d’amour (Grasset, 2021). También ha escrito numerosos guiones de historietas.
Un Comentario