BLANCANIEVES, de enanos e indignados

La reversión de un clásico evidencia el narcisismo de la sociedad contemporánea

Hace no mucho más de dos décadas, a fines de los años ’90, un escritor estadounidense llamado James Finn Garner alcanzó un éxito notable con la edición de sus Cuentos infantiles políticamente correctos. Se trataba de la reescritura de algunos cuentos clásicos para niños -entre ellos Blancanieves-, que ironizaba sobre una tendencia que ya por entonces iba teniendo un fuerte peso en la cultura del hemisferio norte: la de la corrección política.

Así, por ejemplo, en Caperucita Roja puede leerse que la “persona de corta edad” protagonista del cuento lleva una cesta con alimentos a casa de su abuela, “pero no porque lo considere una labor propia de mujeres, sino porque ello representa un acto generoso que contribuye a afianzar la sensación de comunidad”. En La Bella Durmiente las cosas cambian ya desde el título, que pasa a ser La persona durmiente de belleza superior a la media. Y en la versión de Blancanieves, los  siete enanitos son descriptos como “siete hombres barbudos verticalmente limitados”.

Lo que por entonces era apenas una broma, hoy parece haberse convertido en realidad. Por una parte, las cancelaciones se multiplican, como un modo de castigar a quien se atreva a apartarse de las normas y discursividades impuestas. La tendencia, sin embargo, es paradójica: esta procura por acallar las voces que incomodan se verifica por igual tanto en los sectores más puritanos y conservadores como en aquellos que se manifiestan a favor de la visibilización de las minorías. Por otro lado, los esfuerzos de quienes buscan ser políticamente correctos se acercan cada vez más al límite que separa la prudencia del ridículo.

Un claro ejemplo de esto último lo ha dado el emporio Disney, empeñado en reversionar sus  viejas películas de dibujos animados con actores en versiones políticamente correctas. Ya hace un tiempo que la compañía comenzó a enfatizar narrativas y elencos diversos, declarándose en favor de la inclusión de una amplia variedad de grupos étnicos, culturales, tipos físicos y orientaciones de género. Lo cual abrió más de una polémica, por supuesto.

En 2019 Disney emprendió una revisión de su catálogo, añadiendo a sus películas advertencia sobre “representaciones negativas de personas o culturas” o restringiendo, directamente, el acceso a esos títulos. Así sucedió, por ejemplo, con Dumbo (1941), por mostrar afroamericanos esclavizados en las plantaciones del sur en la escena de los cuervos. Lo mismo pasó con Peter Pan (1953), considerada racista por mencionar a los nativos americanos como una tribu de “indios” o “pieles rojas”. Con Los aristogatos (1970) el problema fue el personaje de Shun Gon, un gato siamés con ojos rasgados, que alguien pensó que parecía burlarse de los asiáticos.

El personaje de Campanita fue marcado por estar demasiado preocupado por su cuerpo, mientras que el Capitán Garfio fue señalado por poder ser leído como una alusión negativa hacia las personas con discapacidad. Otro villano problemático fue Úrsula, la bruja malvada de La Sirenita (1989), pues su paleta de colores oscuros podía ser vista como una insinuación racial, al igual que sus particularidades, que podían ser vinculadas al mundo queer.

Otra polémica más reciente con La Sirenita tuvo que ver con el reemplazo del personaje pelirrojo de la versión animada por una actriz afroamericana, en la nueva versión live action. Mientras que, por el lado de Pixar, la reciente Lightyear desató un fuerte debate al incluir una escena en la que dos personajes del mismo sexo se besan. 

Aquí surge, entonces, un nuevo problema: no está claro si lo correcto sería incluir o dejar de lado ciertos contenidos. Hace unos meses, en la serie Muppet Babies, pensada para niños de 3 a 8 años, el personaje de Gonzo se puso un vestido, desafiando la indicación de Miss Piggy de que las niñas se vistieran de princesa y los niños de caballero. Unos reaccionaron celebrando “el mensaje de amor y aceptación a los niños con variantes de género de todo el mundo”, en tanto otros criticaron a Disney “por imponer a los niños la agenda trans”.

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Enanos e indignados

Las polémicas no se detienen. Ahora, otro escándalo llega por el lado de Blancanieves y los siete enanitos en una flamante nueva versión live action cuyo estreno se espera para marzo de 2024. Y los motivos para la indignación son varios. Por empezar, la actriz elegida para cubrir el papel central, Rachel Zegler, no es blanca como la nieve, sino que tiene rasgos latinos y piel morena. Y de los siete enanos… únicamente uno será, efectivamente, limitado en estatura. Porque no se trata en realidad de enanos, sino de seres mágicos, de estaturas diversas. Y en el grupo hay, por supuesto, un par afroamericanos, entre ellos una chica.

Las razones por las cuales no se incluyó a ningún oriental entre estos seres mágicos es todavía un misterio. Tampoco se sabe qué pasará con el famoso beso con el cual el príncipe debe despertar a Blancanieves, que ya fue señalado por algunas activistas del feminismo radical por considerarlo un claro avance sexual no consensuado.

Lo cierto es que también en este caso la intención de ser inclusivos derivó en una serie de contradicciones. Primero, el actor Peter Dinklage, conocido por su participación en Juego de tronos, había criticado a Disney por rehacer una historia que según su punto de vista reafirmaría los estereotipos sobre las personas con enanismo. Sin embargo, en cuanto se supo que los supuestos enanitos serían en realidad un grupo de bandidos de diferentes razas y tamaños, otras voces se alzaron para señalar que Disney estaba suprimiendo de este modo a las personas con enanismo, quitándoles incluso una posibilidad de trabajo que rara vez se presenta.

“Hay actores enanos que viven con el sueño de estar en una gran película como esta nueva versión de Disney, y ahora les quitan esa posibilidad debido al progresismo”, señaló el luchador profesional Dylan Postl. “No está bien, pues no hay muchos papeles para actores de mi estatura. Un actor enano no puede optar por los papeles de Harrison Ford o George Clooney. El papel de los enanos de Blancanieves son para gente de mi estatura, y ahora se los quitan”.

Lo cierto es que cada quien debería tener la libertad de contar las historias que desee del modo en que prefiera hacerlo. Hablamos de ficciones, de una narrativa que, lo mismo que sucede con la fantasía del mundo onírico, está por definición alejada de todo marco de realidad. De todos modos, Disney ha declarado que su intención, al realizar este tipo de versiones, es demostrar que la compañía está “comprometida a crear elencos de personajes inclusivos y diversos”. Lo cual también resulta lícito, pues forma parte de la referida libertad de contar las historias como cada quien prefiera.

Pero no deja de ser curiosa la ola de indignaciones cruzadas que atraviesa nuestro tiempo. Unos se indignan si aparecen enanos en una película; otros, si no aparecen. Si unos protestan porque Blancanieves recibe un beso no consensuado, otros lo harán porque los primeros pretenden cambiar una historia infantil sin tener ningún fundamento firme, etcétera. Hace poco, en Argentina, una ficción protagonizada por Guillermo Francella, incluida coincidentemente en la plataforma Disney, desató una serie de protestas por parte de la Agrupación de Encargados. El motivo: en esta serie, el personaje principal es un encargado de edificio que se caracteriza por tener actitudes reñidas con la moral.

Si no fuese porque sería de una incorrección política intolerable, uno desearía tomar un megáfono para gritar a los cuatro vientos: “¡Es solamente ficción, idiotas!” Pero de ese modo también nosotros estaríamos participando de la orgía de la indignación generalizada. Lo cual nos causaría, por cierto, mucha satisfacción.

Porque de eso se trata: indignarnos es algo que nos gusta, nos satisface, nos produce placer. Porque nos indignamos contra el punto de vista de un otro, contra quien discutimos, a quien señalamos acusatoriamente, con más o menos razones, eso no importa. Vivimos en una sociedad marcada por un individualismo narcisista: nos miramos el ombligo y nos reconfortamos en nuestras propias opiniones, sin que nos importe nada más. Por supuesto, si nos preguntan, señalaremos como narcisista al otro: la proverbial paja en el ojo ajeno de la que habla la cultura cristiana.

Padecemos de un enanismo cultural notable, que nos impide ver que la corrección política de unos es incorrección desde el punto de vista de los otros. De una egolatría que, parafraseando una antológica escena de la película Esperando la carroza, no nos deja ver que todos somos el “ahí lo tenés al pelotudo” de alguien más. Pero no estamos dispuestos a detenernos a considerar el punto de vista del otro, porque eso supondría tener que abandonar nuestra zona de confort y revisar quizás nuestras propias formas de ver. Es por eso que, más allá de Blancanieves y sus siete enanos, no llegamos a entendernos.  Germán A. Serain

Blancanieves (versión políticamente correcta de James Finn Garner)

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