AMIA: el fin de la verdad (Argentina, Israel, Uruguay – 2025) – Elenco Principal: Michael Aloni, Malena Sánchez, Alfonso Tort, César Bordón, Jamil Khoury – Fotografía: Gerardo González – Música: Alexander Levin, Daniel Markovich – Creadores: Shuki Gur, Givon Snir – Género: Drama, Thriller – Episodios: 8 – Plataforma: Flow (Argentina) – Director: Guillermo Rocamora
La televisión argentina ha encontrado en los años noventa un territorio fértil para explorar sus zonas más oscuras. AMIA: El fin de la verdad es una coproducción argentino-israelí-uruguaya que se ve por Telefe y Flow, con la ambición de convertir uno de los episodios más dolorosos de nuestra historia reciente en material de thriller internacional. La serie, compuesta por ocho episodios de cuarenta minutos, toma su título del atentado de 1994 contra la mutual judía, aunque su primera temporada se concentra en el bombardeo a la embajada de Israel en 1992. Esta decisión anticipa una segunda entrega y establece las bases de una narrativa más amplia.
La propuesta de Givon Snir y Shuki Gur, con dirección de Guillermo Rocamora, gira en torno a un agente del Mossad que llega a Buenos Aires tras la muerte de su hermana en la explosión. Su búsqueda personal lo conecta con una periodista local que investiga los mismos hechos desde otra perspectiva profesional. La alianza entre ambos los arrastra a un laberinto de espionaje, tráfico de armas y operaciones encubiertas, donde los intereses geopolíticos se entrelazan con el duelo íntimo.
El guion evita las certezas y confronta a los personajes con un rompecabezas de piezas faltantes, donde justicia y venganza se confunden. Esta estructura fragmentaria refleja la propia naturaleza de los hechos históricos: causas que siguen abiertas, responsables no identificados y una verdad que se mantiene esquiva a más de tres décadas.
Aunque la serie se suma a otras ficciones locales que revisitan la violencia institucional de los noventa, su perspectiva internacional le aporta una dimensión particular. Los servicios de inteligencia israelíes, árabes y argentinos entran en juego, y Buenos Aires se vuelve escenario de un conflicto que trasciende fronteras. Esta amplitud temática eleva la propuesta más allá del caso local, aunque por momentos la acumulación de intereses dispersa el foco narrativo.
La dirección de Rocamora se apoya en material de archivo y una ambientación cuidada que reconstruye con precisión la estética noventosa. La fotografía de Gerardo González capta una Buenos Aires reconocible, y la música de Alexander Levin y Daniel Markovich aporta tensión al relato. Sin embargo, la serie oscila entre momentos de solidez técnica y otros donde el melodrama resiente la verosimilitud de los vínculos.
En lo actoral, Malena Sánchez construye con sensibilidad el contrapunto emocional de la historia. Su Gisela esquiva la caricatura y conecta lo íntimo con lo público. Michael Aloni compone un Diego verosímil en su dolor, aunque por momentos su actuación se percibe contenida y algo distante. El elenco internacional, que incluye a Alfonso Tort, mantiene un nivel parejo, sin grandes desvíos.
AMIA: El fin de la verdad funciona mejor como ejercicio de memoria crítica que como reconstrucción histórica. Su apuesta por el thriller geopolítico le permite abordar silencios, manipulaciones y encubrimientos que aún rodean estos hechos. La ficción opera como catalizador de reflexión, aunque por momentos el tratamiento espectacular del drama diluye su potencial más incisivo.
La serie se instala como parte de un relato mayor: el de una historia que aún se escribe entre escombros, encubrimientos y preguntas sin respuesta. Su mayor mérito radica en mantener viva la discusión sobre episodios que muchos preferirían dejar atrás, aun cuando su formato de entretenimiento masivo plantea interrogantes sobre los límites entre memoria y espectáculo. Cristian A. Domínguez
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