Las lágrimas de los animales marinos – Intérpretes: Chacha Alvarado, Guillermo Angelelli, Gregorio Barrios, Gonzalo Carmona, Payuca del Pueglo, Ignacio Torres, Boris Bakst, Oliver Carl, Pleitto Castillo, Rocío García Loza, Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel, Marcelo David Martínez, Maximiliano Más, Ezequiel Posse, Julieta Raponi, Consuelo Rodríguez Fierro, Jorge Thefs – Vestuario: Daniela Taiana – Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez – Iluminación: Alejandro Le Roux – Música: Lucio Mantel – Coreografía: Luciana Acuña – Autor y Director: Toto Castiñeiras
Las lágrimas de los animales marinos es una propuesta tan ambiciosa como despareja. La nueva creación de Toto Castiñeiras se presenta como un espectáculo que fusiona el drama familiar con el lenguaje circense, en una puesta que deslumbra por su virtuosismo técnico pero, paradójicamente, naufraga en sus pretensiones emotivas.
La obra nos sumerge en una historia íntima que se desarrolla en una ciudad costera durante el invierno. Un joven viaja junto a dos amigos para enfrentar la muerte de su abuelo, con quien mantenía una relación quebrada desde tiempo atrás. Este viaje desencadenará un proceso de reconciliación póstuma, donde los recuerdos y las heridas emergen como las mareas.
Castiñeiras, reconocido por su paso por el Cirque du Soleil, construye una dramaturgia donde el lenguaje físico cobra protagonismo, aunque en detrimento de la narrativa emocional. Su dirección apuesta por una estética impactante, que se evidencia desde el primer momento con una memorable presentación de personajes sobre plataformas móviles. Sin embargo, su obsesión por el despliegue acrobático termina por diluir la potencia del relato familiar que intenta contar.
La estructura narrativa fluctúa entre pasado y presente, con situaciones que se entrelazan de manera no lineal, y exigen del espectador un esfuerzo adicional para reconstruir el rompecabezas dramático. La incorporación de un conjunto de «animales marinos» –performers que funcionan como una suerte de coro griego contemporáneo- aporta belleza visual pero entorpece la conexión emocional.
Es en el plano interpretativo que Las lágrimas de los animales marinos encuentra su mayor fortaleza. Guillermo Angelelli construye un abuelo memorable, dotando a su personaje de una profundidad que trasciende el texto, y corona su actuación con un baile final que estremece por su precisión y emotividad. Chacha Alvarado, como la vecina, y Payuca del Pueblo, en el rol de la amiga conductora, aportan los necesarios momentos de comicidad que oxigenan la densidad dramática, y logran hacer reír sin traicionar el tono general de la pieza.
La música en vivo es uno de los puntos más destacables del espectáculo, con un ensamble de talentosos artistas conformado por Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel y Maximiliano Más. La combinación musical logra una perfecta sincronía con la acción dramática y aporta la atmósfera precisa para cada momento emocional de la obra.
El despliegue técnico es sobresaliente. La escenografía móvil, manipulada por los propios artistas, crea un paisaje visual en constante transformación. Los números de tap, folclore y acrobacia, ejecutados por un elenco de notable destreza, son impecables en su realización. La iluminación y el diseño sonoro construyen atmósferas que acompañan eficazmente cada momento de la obra.
Sin embargo, la abundancia de recursos escénicos, la acumulación de rutinas circenses y las constantes transformaciones espaciales terminan por sofocar la historia que se pretende contar. Es como si el envoltorio, deslumbrante y precioso, acabara por ocultar el regalo que contiene.
Las lágrimas de los animales marinos representa ese delicado equilibrio que todo teatro contemporáneo busca: la fusión entre forma y contenido, entre espectacularidad y emoción. En esta ocasión, la balanza se inclina excesivamente hacia lo formal, dejando a la deriva esas lágrimas que el título promete. La obra confirma la búsqueda de un lenguaje teatral innovador, aunque nos recuerda que la verdadera innovación reside en la capacidad de conmover desde la síntesis. Una lección que, quizás, los propios animales marinos podrían enseñarnos. Cristian A. Domínguez
Jueves a domingos a las 20
(hasta 2 de marzo 2025)
Teatro Nacional Cervantes
Libertad 815 – CABA
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