EL CUARTITO, un gran desencanto

Abandono culinario y personal descortés en la añosa pizzería

Sólo había estado una vez en El cuartito, hace más de 20 años. Justo tuve que ir a un lugar en la misma cuadra y, al ver el local, pensé: “Ya mismo entro y almuerzo aquí, tengo intriga”. Me gustan las fondas y los lugares retro auténticos. De hecho, adoraba El Obrero y voy a todas las pizzerías de la calle Corrientes mucho más seguido que la mayoría de las personas que conozco.

Entro alrededor de las 16, hay bastante gente repartida en las mesas y algunos comiendo de parado. El lugar tiene dos sectores (o tres). Voy directo a un señor de remera celeste transpirada y barba blanca que está en la caja, le sonrío: “Hola, ¿me puedo sentar?”. “En las mesas de adelante” me dice mirándome sin responder a mi sonrisa ni al saludo. Me siento en una mesa con cuatro sillas porque eran las únicas disponibles. Me sentía medio incómodo porque soy sensible a las malas caras pero me repongo y miro el panorama… muchos turistas y habitués a los que el único mozo que circulaba les sonreía y trataba por el nombre. La decoración de El cuartito es el clásico rejunte de fotos, banderines y un televisor al fondo. Lo han ido renovando pero sigue siendo simpático.

El mozo me ignora varios minutos. No pasa nada, espero y no lo busco con la mirada. Al rato se me acerca e intenta dejarme el menú y seguir camino. Pero soy rápido y le digo: “Hola, ya sé lo que quiero, ¿tiene porciones?” Sin saludar, me responde: “Tiene que fijarse en el menú cuáles hay”. Vuelvo a responder rápido: “Quiero dos porciones de mozzarella, una empanada de carne y una coca light con hielo aparte”, en una lucha por retener a un tipo que no quería quedarse y miraba hacia otro lado. Se va sin decirme siquiera “ok”. Le cobra al señor de una mesa cercana a la mía, le sonríe, le pone la mano en el hombro… se quieren.

Al rato regresa con la Coca Cola, sin el hielo. “¿Me traería hielo, cuando pueda?” “Sí”. A los pocos minutos trae las dos porciones y la empanada, al horno, en el mismo plato, embadurnada con el queso. Sólo con mirar percibo que nada está realmente caliente. Me callo, deseo irme. “Cuando puedas, acordate del hielo” digo. No responde con palabras… hace un ruido que interpreto como un “sí”. La pizza está caliente, la empanada fría. La pizza es rica pero con un borde chicloso sin “crocancia”, justo lo que más me gusta, qué pena. Pruebo la empanada, está fría, húmeda, y es un masacote. La dejo abandonada,  envuelta en el queso que la atacó.

Miro un poco más, entran más turistas. Los dueños de El Cuartito manejan bien una mística inmerecida… Los turistas sacan fotos, el pocilguismo siempre garpa si está camuflado de “autenticidad”. Veo unos tipos con una palangana con cubiertos húmedos, creo que están secándolos, en una de las mesas del fondo. Hay otro empleado reponiendo bebidas en una heladera torcida. Todos están vestidos con ropa de calle, sucia y desprolija. “No pidas uniforme o delantal” pienso. “¡Obvio que no, pero puedo esperar limpieza!” me respondo.

Pido la cuenta, me la traen rápido. Veo el menú en donde muy chiquito y abajo se anuncia que NO se aceptan tarjetas de crédito ni de débito. “¿No estaba prohibido no aceptar débito?” me pregunto. “No lo sé… pagá y andate” me respondo.
La cuenta son 4300 pesos, le dejo 5000. “Acá te dejo” le digo al mozo. “Gracias, amigo” me responde. Curioso, el hielo nunca vino, pero terminamos amigos. Al salir paso por delante del cajero barbudo con remera transpirada. “Adiós” le digo. No responde. Martín Roig

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