CAMERATA DE SALZBURGO, maridaje perfecto

Si propusiéramos la idea de que acaso existe algo así como un maridaje perfecto en el terreno de los programas de concierto, en la lista de propuestas para esta categoría debería incluirse sin lugar a dudas a la Camerata de Salzburgo, dirigida por Giovanni Guzzo, para el ciclo del Mozarteum Argentino en el Teatro Colón. Más allá de la coherencia temática que implica incluir a la célebre Camerata, ensamble residente del Festival de Salzburgo -ciudad natal de Mozart-, en el ciclo de la institución local que lleva el nombre del compositor, debemos considerar la calidad sencillamente impecable del grupo, tanto en su sonoridad como en el arte interpretativo, con un despliegue asombroso en las sutilezas, las dinámicas y el manejo de los silencios.

En su debut argentino, Giovanni Guzzo -notable violinista ítalo-venezolano- se destacó en el doble rol de concertino y solista. La selección de obras fue muy acertada y marcó un criterio claro. Por supuesto que hubo Mozart, pero la agrupación -en su sexta visita para el Mozarteum- inició su presentación con la elegante y sobria Sinfonía en Sol menor Op. 6 no. 6 de Johann Christian Bach. Más allá de ser uno de los hijos de Johann Sebastian tuvo una relación personal muy cercana con Mozart, que lo coloca en el marco de su propia biografía.

Luego se escuchó el Concierto para violín no. 5 (K. 219) de Wolfgang Amadeus. Una obra brillante, divertida, juvenil, escrita por un Mozart que no había cumplido aún los veinte años. Un trabajo contrastante con la sinfonía escuchada previamente, que en su concepción formal permite vislumbrar resabios del estilo barroco de Bach padre. Con respecto a la actuación solista, Guzzo hizo un gran papel, resolviendo magistralmente el gran desafío de este trabajo: hacer parecer sencillo lo que en realidad constituye una labor instrumental difícil. Como bis, tras su maravillosa labor en el concierto, el violinista ofreció en solitario la Allemande de la Sonata en Mi menor de Eugène Ysaÿe.

La segunda parte del programa estuvo dedicada a la Sinfonía no. 5 en Si bemol mayor de Franz Schubert. Es un trabajo que también guarda relación con lo mozartiano, pues el joven compositor, que coincidentemente también tenía diecinueve años al momento de escribir esta obra, se declaraba un ferviente admirador del salzburgués. Además, en la propia dimensión orgánica de la obra —una orquesta de cuerdas ampliada por flauta más oboes, fagotes y cornos por dos— hay también una referencia a las sinfonías tempranas de Mozart, y es la única de las nueve sinfonías de Schubert escrita en este formato reducido.

Otro punto de contacto entre Schubert y Mozart: a pesar de la vastedad de la obra de ambos, los dos vivieron muy poco (31 y 35 años respectivamente). En el caso de Schubert, resulta inquietante recordar que jamás pudo escuchar la mayor parte de sus sinfonías, rescatadas y estrenadas de manera póstuma. No es el caso de esta quinta sinfonía, pues al parecer él mismo dirigió un estreno privado en diciembre de 1816. Seguramente la escala instrumental reducida debió haber contribuido a ello.

Apenas noventa años separan el nacimiento de Johann Christian Bach del fallecimiento de Franz Schubert. Sin embargo, las tres obras interpretadas por la Camerata de Salzburgo fueron representativas de tres estilos musicales bien diferentes. Desde la potente sobriedad de Bach al intimismo retrospectivo y al mismo tiempo pasional de Schubert, pasando por la genial jovialidad de Mozart. Todo esto -traducido por la preciosidad artística de la agrupación, la precisión y calidad del ensamble y de su director- dio como resultado un programa sencillamente impecable. Es algo a lo cual el Mozarteum Argentino nos tiene acostumbrados. Fuera de programa interpretaron la polka Éljen a Magyar! de Johann Strauss (h.).   Germán A. Serain