FELIZ NAVIDAD ¿O NO?, hipótesis y conjeturas

Entre historias y creencias, ¿qué festejamos cuando festejamos la Navidad?

Feliz Navidad, Felices Fiestas, Feliz Nochebuena -o Nochevieja, como dicen en España-, Felicidades, etcétera. No culpemos al Grinch, ni a Ebenezer Scrooge, ni a Tuesday (Merlina) Addams y sus memes anti-navideños. Ni carguemos las tintas contra los puritanos que, en su llegada al Nuevo Mundo, se abstenían de celebración alguna el 25 de diciembre, salvo -quizás- algún cumpleaños. Ni mucho menos a las Sagradas Escrituras, que de la fecha del nacimiento de Jesucristo no dicen, a simple vista, ni una palabra.

¿O sí? Las conjeturas respecto de la fecha de nacimiento de la persona más famosa de toda la historia -digan lo que digan The Beatles- han tomado diversas aristas. Para el cristianismo occidental y la mayor parte del cristianismo ortodoxo, la Navidad es el 25 de diciembre, mientras que para otras denominaciones del cristianismo oriental es el 6 de enero. Hay incluso algunas que celebran el 19 de enero. Así y todo, hay una singular hipótesis que proviene del judaísmo mesiánico, de los judíos que aceptan a Yeshúa, Jesús, como el Mesías prometido por Dios y anunciado por los profetas del Antiguo Testamento.

De los cuatro evangelios, el de Lucas es el que da más detalles del nacimiento de Jesús y de Juan el Bautista; recordemos que las madres de ambos, Miriam (María) y Elisabet, eran parientes. Juan era hijo de Zacarías, un sacerdote que servía en el Templo. Dice el Evangelio de Lucas que Zacarías era de la clase de Abías. Para ordenar el trabajo en el Templo, el rey David había distribuido en veinticuatro grupos (“clases”) a “los hijos de Aarón”, los sacerdotes, y la secuencia en que los sacerdotes debían cumplir tareas. Cada grupo debía servir en el templo durante siete días, excepto en Pésaj (pascua), Shavuot (fiesta de las cosechas) y Succot (fiesta de las enramadas o de los tabernáculos), en que todos debían estar en servicio.

Como fecha de partida para la distribución, se tomó el 1 de Nisán, que cae en la primavera, y la clase de Abías debía oficiar en la semana décima. Algunos estudiosos sostienen que cuando Zacarías estaba cumpliendo sus funciones sacerdotales en esa semana, un ángel le anunció que su esposa Elisabet quedaría embarazada; cosa que, efectivamente, ocurrió después de que Zacarías, “cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa”. Meses más tarde, el ángel Gabriel hizo lo propio con la Virgen María. Elisabet estaba en avanzada gravidez cuando María, ya encinta de Jesús, la visitó.

¿Por qué toda esta información? Porque, suponiendo que esta hipótesis fuera la correcta, habría que pensar que Juan fue concebido alrededor del mes de Sivan, que en nuestro calendario gregoriano cae en mayo/junio, y que contando 40 semanas para la gestación, habría nacido para el mes de Nisán, es decir para la pascua judía (marzo/abril). Hay que tener en cuenta que un mes del calendario judío puede tener 29 o 30 días.

De aceptar esta hipótesis, Jesús habría nacido para el mes de Tishrei (septiembre/octubre), durante la festividad de Succot, o fiesta de las enramadas o tabernáculos. Succot es el plural de succa: se trata de una tienda, una vivienda temporal que tiene como fin recordar aquellas tiendas que cobijaron a los israelitas en su peregrinar por el desierto antes de entrar a la Tierra Prometida.

Esto podría abonar dos supuestos. Primero, Jesús habría nacido en una succa (que en nuestra cultura occidental entendemos como “pesebre” o “establo”). Segundo, Succot cae para el fin del verano, y recordemos que mientras los pastores vigilaban sus rebaños (Lucas cap. 2), estos tuvieron la visión de los ángeles que anunciaban el nacimiento. Por lógica, las temperaturas de diciembre en Tierra Santa son más bajas, y difícilmente podrían los pastores apacentar sus rebaños con esas temperaturas tan poco amables.

Un último dato para pensar, y este pertenece al Nuevo Testamento. El apóstol Juan dice en su evangelio que “aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”. El griego dice erkenosen. Aunque el consenso general traduce este término como “habitó”, hay quienes opinan que el verbo alude a la figura del tabernáculo. En realidad, que Jesús “se tabernaculizó”, en consonancia con el anuncio del profeta Isaías que “la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel”: Dios con nosotros, Dios mismo habitando en medio nuestro en tabernáculos de carne y hueso.

Conjeturas aparte, semejante acontecimiento en la historia del mundo y en la historia personal de cada uno -en especial, quienes aceptan a Jesucristo como Señor y Salvador de su vida-, merece que todo el año sea propicio para celebrar su venida. Viviana Aubele

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