LA RUTA DEL YUCHÁN, de Gustavo Hernández

Un viaje literario en espiral, de la mano de un querido músico pehuajense

Comentar el libro escrito por un amigo es una tarea sencilla, pero al mismo tiempo algo compleja. Es fácil porque uno vislumbra en el texto en cuestión cosas que probablemente no vería de no conocer al autor. Pero es a la vez difícil, porque uno no puede desprenderse de la subjetividad que deriva de la amistad. Digamos entonces que al autor de esta reseña sobre La ruta del Yuchán, de Gustavo Hernández, no le interesa desprenderse de su subjetividad, y que piensa escribir lo que siga permitiendo que ella diga todo lo que tenga que decir.

Conozco a Gustavo Hernández desde hace muchos años. Lo conozco como amigo y como músico, un pianista inspirado y uno de los mejores improvisadores que he tenido ocasión de escuchar, capaz de jugar con el instrumento de una manera extraordinaria cuando se trata de folclore argentino. Sin embargo, al mismo tiempo lo conozco escasamente, pues debido a circunstancias cronológicas y geográficas hay una enorme cantidad de vivencias que él y yo no compartimos. Yo no viví la arboleda, ni viajé en el Torino celeste, ni aprecié el Yuchán. Y no obstante ello he logrado, a través de las páginas de este libro, estar en contacto con lugares y personas hasta entonces desconocidas, como si en verdad hubiese estado allí.

La Ruta del Yuchán logra emocionar a quien se acerca a sus páginas con paisajes y experiencias. Se trata en definitiva de un anecdotario personal, pero que al mismo tiempo posee la magia de conectar al lector con el devenir universal de la vida. Es un pasaje para encarar un viaje en el cual todo se conecta: el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia en coincidencia con su descubrimiento, el pasado conjugado con el presente y con el siempre incierto futuro. Como bien lo señala el autor, no se trata de un viaje lineal, sino de uno que nos lleva a una espiral. Donde los recuerdos del autor pueden convertirse por arte de magia en los del lector. 

Hay algo que me conecta particularmente con este libro. Y es que yo comencé a leerlo antes de que Gustavo Hernández supiera que iba a escribir un libro. Sé que mi caso no es único. Recuerdo haber leído, en el muro de Facebook de mi amigo, esto que sigue: 

“Hoy estuve unas horas en la arboleda. Todo estaba en orden, salvo por los horneros que se tomaron el domingo libre y no estaban en la portería; ahora que lo pienso algo les vi de pícaro en la mirada ayer a la tardecita… Pero bueno, volviendo a lo de hoy, al llegar al sector de conciertos de las calandrias me llevé una grata sorpresa que me detuvo durante algo más de dos horas: un concierto de benteveos. Lo que escuché fue maravilloso. El canto de los benteveos no es, digamos, muy creativo ni extenso ni variado. Pero sí es original. Tiene un momento cumbre cuando se puede escuchar “Bii- chofeo, bii – chofeo”… De ahí el otro nombre, más vulgar, que reciben estos pájaros. Pero justo antes de eso suele emitir un solo pitido, que a veces se confunde con el de los chimangos. Hace unos años, muy temprano, apenas salía el sol, venía a posarse sobre una vieja antena de televisión del vecino un benteveo. Pero el tipo no iba a la arboleda así nomás. Para vocalizar antes de sus conciertos venía a la antena, a las 5, 6 o 7 de la mañana, dependiendo la temporada. Y esto es real: primero hacía unos carraspeos, como aclarándose la garganta. Luego iba inflando los pulmones de a poco y empezaba con el pitidito de prueba, de a poco. El muchacho empezaba a calentar su voz así hasta que explotaba en su primer y orgulloso Bii-chofeo, que resonaba en todo el patio. Volviendo a hoy, llegando a la zona de conciertos me sorprendió que las calandrias no hubieran copado la parada ,como suelen hacer. Pues bien: los benteveos se avivaron y demostraron lo suyo. Al principio se escucharon un par de Bii-chofeos sueltos. Pero después, en un momento, se sincronizaron en un perfecto Canon a tres voces, organizadito, desde tres puntos distintos de la arboleda, que dejaban a Gabrieli hecho un advenedizo en el manejo de los espacios, y al mismísimo Bach como un aprendiz de contrapunto sin solución”.

Los manuales de estilo del buen periodista aconsejan evitar la primera persona del singular en las notas. Nunca entendí el porqué de este criterio, pero lo respeté durante mucho tiempo. Esta vez decidí dejar de lado la etiqueta. Creo que la ocasión lo amerita. Lo cierto es que el texto anterior no refleja exactamente lo que quedó en el libro. Pero es así como fue leído al aire de Clásicos en el camino, el programa de radio que todavía seguimos haciendo con Martin Wullich en FM Milenium. Y fue esto lo que me llevó a decirle al autor: “Gustavo, realmente tenés que hacer un libro con estos relatos tuyos”.

Intuyo que Gustavo Hernández ya sabía, en el fondo, que había comenzado a escribir La Ruta del Yuchán. Pero estaba esperando que alguien se lo dijese. Me da muchísimo gusto haber contribuido de alguna manera a que se saliera con la suya.  Germán A. Serain

La Ruta del Yuchán
Gustavo Hernández

Márgenes Azules – Narrativa Argentina
174 páginas

Facebook Gustavo Hernández


GuGustavo Hernández escritorstavo Hernández
es músico, pianista, director, arreglador y cantante, especializado en la música de raíz folclórica argentina. Nacido en Pehuajó, estudió Composición y Dirección Orquestal, se especializó en Dirección Coral y se graduó con Diploma de Honor como Licenciado en Música en la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la UCA, donde también fue docente durante veinticinco años. En 2018 volvió a Pehuajó. Su actividad musical está reflejada en sus discos Se me escapa el Gato (2000), Sintiendo amanecer (2013) y Solo es Ahora (2015). La ruta del Yuchán es su primer libro de literatura.

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