Un hombre, con pasos extremadamente lentos, camina hacia adelante, luego hacia atrás, luego otra vez hacia delante y vuelve hacia atrás. Para hacer esto ha tardado 20 minutos. Ese es el comienzo de Ouroboro, espectáculo de danza ideado por Luis Garay, quien ya había experimentado con la paciencia del espectador en su anterior presentación –Maneries-, aunque ahora decide llevar esa tolerancia a límites indecibles.
Con la misma parsimonia anterior, uno a uno, otros cuatro artistas realizan una rutina similar, caminando de costado, reptando, moviendo el abdomen, expresándose con difíciles posiciones corporales que remedan vivas esculturas. Pero todo es demasiado apático, pausado, moroso. Los movimientos nunca superan la velocidad de un caracol. La coreográfica lentitud va al compás de una música que suena repetitiva, minimalista y fría.
El trabajo de los bailarines es impecable, arduo y fatigoso. Se nota el extenuante esfuerzo en la transpiración. Los cinco realizan una excelente labor, con particular brillo de Florencia Vecino y Juan González. Pero la idea de componer cientos de calcados movimientos con variaciones sobre el mismo tema, aburre.
Para el espectador se torna pesado, insistente, reiterado. Si la idea era mostrar creativos cuadros fotográficos de plástica belleza, con elogio de la lentitud, faltó síntesis. Son 100 minutos que parecen interminables. Se hace tedioso, monótono, agota. Martin Wullich
Se dio en 2010
C. C. de la Cooperación
Av. Corrientes 1543 – Cap.
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