Muy grato fue el reencuentro con Gustavo Dudamel, esta vez al frente de la Orquesta Filarmónica de Viena. Muy distinto también de la última vez que lo vi en este mismo escenario, al frente de la Sinfónica Simón Bolívar. En aquella oportunidad, si bien el programa elegido incluyó La consagración de la primavera, de Stravinski, fue la interpretación de La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas, la pieza que preludió el clima festivo que traerían los bises junto a banderas venezolanas desplegadas en los palcos. Quizás el público esperaba ese clima.
Claro que esta vez dirigía a la Filarmónica de Viena con un programa que comenzó con Brahms –Obertura para un Festival Académico y Variaciones sobre un tema de Haydn– y se notó, en general, un ambiente más serio, pero con la misma pasión del público hacia el director y de éste hacia la orquesta; y de parte de la orquesta una devolución musical sustanciada y cimentada por profesionales que responden inequívocamente al espíritu del compositor y a la expresividad de Dudamel.
En una sala repleta, fue la formidable y grandiosa Sinfonía No. 4 de Piotr I. Tchaikovsky la que templó el espíritu e hizo palpitar de ahí en adelante lo que se deseaba del director venezolano al frente de una orquesta que funciona a la perfección por donde se la mire. La unión rindió sus frutos. El ensamble orquestal y el sonido fueron sublimes, y la pieza elegida tiene todos los condimentos y sentimientos para emocionar a todo espíritu sensible. El interminable y efusivo aplauso no mintió.
Conocedor de los gustos de una audiencia que lo disfruta, regaló como final un movimiento del Divertimento para orquesta, de Leonard Bernstein, interpretado con gran esplendor y haciendo gala del estilo con que fue creado. Cerraron la magnífica noche con la polka Winterlust, de Josef Strauss, deleitablemente interpretada, claro. Martin Wullich
Fue el 10 de marzo de 2018
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
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