Polifacético, Miguel Brascó fue el mejor referente de la crítica gastronómica local. Escritor, dibujante, periodista y autor de canciones, junto con Ariel Ramírez, fue también pionero en los clubes de hombres, gran impulsor de Mafalda y defensor de la industria del vino de nuestro país.
Pidió una empanada y una ración de jamón crudo que finalmente no comió porque estaba cortado “muy grueso”. Fue su último almuerzo , hace un par de semanas, junto a su amigo el bodeguero Manuel Mas. Tenía, como siempre, el mentón sobre el pecho, las cejas bien arriba, el dedo índice inquisidor, la nariz grande y una irónica sonrisa. De inagotable sed intelectual, elevado ingenio y una curiosidad infinita, Brascó fue abogado, dibujante, escritor, crítico, periodista, traductor y columnista de la Revista de La Nación desde 2007.
Miguel Brascó nació en Santa Fe, en 1926, y pasó su infancia en la Patagonia, junto con su padre, el médico Jaime Brascó. Tuvo seis matrimonios y tres hijos. Cuando llegó a Buenos Aires, se ganó la vida como abogado. Aquí y en el exterior, su vida fue intensa. Vendió dibujos en Lima, fue obrero en una fábrica de cigarros y traductor en Holanda, pionero en la creación de clubes de hombres (The Twelve Fishermen, The Fork Club, Epicure), armados para “invitar a comer a mis amigos y no tener que lavar”.
Como periodista, dirigió la sección “La vida es bella” en la revista Claudia, en una época en que se codeaba con humoristas políticos de la talla de Landrú y Quino, a quien incentivó y apoyó en la aparición de Mafalda. En 1973 convirtió en adictos de sus crónicas a los lectores de Diners Magazine y, tres años más tarde, dirigió Status y Status Gourmet. En 1985 fundó junto con su por entonces esposa Lucila Goto la revista Cuisine & Vins, que se convirtió en el ícono de la gastronomía local. En los noventa fue responsable de Pautas y Contraseñas y en 2000 creó Ego, junto con Jorge Lanata.
En su prolífica labor como escritor se cuentan la Antología universal de la poesía (1958), el libro de cuentos Criaturas triviales (1968) y los libros de poesía Otros poemas e Irene (1959), Tribulaciones del amor (1961), La máquina del mundo (1964), El buey solo (1985), la novela Quejido huacho (1999), Pasarla bien (2006) y ElPrisionero (2012). Fue autor de una decena de guías de vinos como El manual del degustador inteligente (1998) o los dos anuarios que publicó junto con Fabricio Portelli. Participó en el documental La tournée del vino, junto con Francis Mallmann y Michel Rolland. En 1984 ganó el Premio Konex por sus trabajos literarios.
La palabra “vacaciones” no estaba en su léxico, lo que enojaba a veces a sus mujeres. De hecho, días atrás tenía pautada una cata vertical de vinos a la que no pudo asistir debido a que sufrió un accidente cerebrovascular (ACV). Hilarante orador y con dos vinos que llevan su firma una de sus facetas más desconocidas fue la de compositor de canciones. Escribió, entre otras, La Vuelta de Obligado, junto con Alberto Merlo, y Santafecino de veras, entre las 11 que compuso junto con Ariel Ramírez.
Se destacó por ser un agudo crítico de arte y, desde mediados de los setenta, de la gastronomía. Pero sobre todo Miguel Brascó fue un amante de los placeres de la vida. Un dandy salido de un relato de Dickens, con el traje y el moñito como segunda piel. Agudo observador de la realidad, fue el crítico de la vida cotidiana, del quehacer cultural porteño, de las artes y de las letras.
En las últimas décadas se erigió como el gourmand nacional. Podía defender desde la más clásica de las preparaciones y el mejor servicio hasta la más novedosa guía de restaurantes. Aprendió a escribir cuentos con el uruguayo Juan Carlos Onetti en un bar y su versatilidad le permitió mezclar en sus textos sobre cocina y vinos el lunfardo con el latín. “Uso un vocablo preciso para cosas imprecisas. Uso arcaísmos, invento palabras. Para el 60% de los vinos no hay mejor descripción que decir «piripipí»”, se jactaba.
Su escenario cotidiano era su departamento en Recoleta, plagado de bibliotecas con ejemplares en todos los idiomas, películas, pinturas y dibujos; un gran escritorio con notas y lápices, una bodega con todo lo que debía probar y lo que guardaba para momentos especiales. Una cocina no muy grande, con los condimentos de sus viajes por el mundo.
Miguel Brascó fue un ecléctico renacentista que valoraba a los que representaban posiciones opuestas. A los más jóvenes, nos aconsejaba con afecto: “Nunca hables de maridajes. El vino es el que más te gusta…”. Sabrina Cuculiansky (La Nación)
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