La Wagner – Intérpretes: Ayelén Clavin, Carla di Grazia, Josefina Gorostiza y Carla Rímola – Vestuario: Martín Churba – Escenografía: Mauro Bernardini – Iluminación: Fernando Berreta – Idea y Dirección: Pablo Rotemberg
En la sala, en penumbras, suena imponente la música de Richard Wagner, mientras por un corredor elevado, cuatro mujeres completamente desnudas, con excepción de unas protecciones en rodillas y codos, además del calzado, inician una marcha solemne, majestuosa, exasperantemente lenta. La iluminación, dispuesta de manera estratégica, completa la escena con gran criterio. La Wagner, de Pablo Rottemberg, obra que tanto nos han recomendado, está en marcha.
Todo ha comenzado de una manera claramente desafiante. Como una abierta declaración en torno a una desnudez que remite a un mismo tiempo a una vulnerabilidad -la de ser visto- y a un empoderamiento -la toma de posesión definitiva sobre esos cuerpos que deciden exponerse en pleno ejercicio de su libertad. Hasta ese momento, y durante un rato más, La Wagner se presentará como la promesa de un inminente derroche de sensualidad estética y algún poderoso sentido latente que se irá develando con el correr de la función. Las promesas, sin embargo, muchas veces quedan en eso: en promesas nada más.
Es que la sensualidad y la estética pronto quedarán disueltas en aras de una creciente violencia escénica y una coreografía cargada de un concepto minimalista, volcado a la escena con un criterio de saturación. En última instancia estas serían decisiones artísticas. Lo que nos parece grave es que el sentido último de la obra, ese que en el comienzo nos parecía latente, jamás llega a develarse con claridad. Al punto que nos terminamos preguntando si existía, o si en realidad la intención no iba mucho más allá del propósito de épater le burgeois mediante el recurso de los desnudos, el gesto salvaje que niega la femenina sensualidad empoderada del inicio, o el rigor de un trabajo físico que termina de hecho borrando cualquier viso de verdadero erotismo.
Convengamos que el desempeño escénico de las cuatro protagonistas es irreprochable, admirable en cuanto a la sincronía, la precisión, la resistencia física y la valentía a la hora de poner, en definitiva, el cuerpo. Y no nos escandaliza -ya estamos grandes- ver tetas, culos, conchas o escenas violentas sobre un escenario. Pero nos quedan demasiadas cosas sin respuesta. ¿Qué hubiese cambiado si en lugar de Wagner hubiese sonado música de Monteverdi, Haydn o Fausto Papetti? La desnudez total, que en cierto punto a todos nos seduce, ¿tiene algún sentido concreto que vaya más allá del vouyerismo o la intención de escandalizar a algún puritano? ¿Hay algún mensaje que debiera quedar claro luego de finalizada la obra, o se trata de un devenir de cuadros coreográficos y nada más? ¿Para qué La Wagner, en definitiva?
Seguramente este espectáculo de Pablo Rotemberg ha de tener un sentido, más allá de que a nosotros se nos haya escapado. Pero no podemos escribir sino en función de nuestra experiencia personal. Y en base a eso, lo que nos quedó tras haber salido de la sala fue más bien una especie de amargo desconcierto. Germán A. Serain
La Wagner
se dio hasta fin 2019
Teatro Espacio Callejón
Humahuaca 3759 – Cap.
(011) 4862-1167
espaciocallejon.com
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