La música es vida, y como tal fluye en movimiento perpetuo hacia nuevos horizontes. En ese fluir, los músicos le buscan la vuelta para seguir abriendo caminos. Ya fuera para practicar sus conocimientos musicales o por placer, a partir de la década del treinta los músicos de jazz se reunían de manera informal para tocar su música. Así, grandes figuras del jazz, como Dizzie Gillespie, Thelonius Monk o Charlie Parker, o artistas que aspiran a serlo, han participado de reuniones informales, por lo general en bares, en las que cada cual sacaba a relucir chapa con sus improvisaciones.
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Las jam sessions (o jams, simplemente) surgieron hacia 1930. De estas reuniones solían participar aquellos jóvenes músicos que deseaban incursionar en ese género, que a la sazón estaba excluido de la tradición educativa de las grandes academias musicales, al menos hasta los años sesenta. Las razones para estas juntadas eran diversas: podía ser por pura diversión o con fines formativos, como se dijo antes, o también para poner a prueba las habilidades gracias a verdaderos “enfrentamientos” cuyas armas eran los instrumentos. Por ejemplo, entre los años treinta y los cuarenta, en Kansas City, se dieron las primeras justas entre músicos que tocaban saxo tenor, y el público decidía quién era el ganador.
Como pasa a veces, el vil metal se antepone a la pasión, y años más tarde hubo empresarios que organizaban jam sessions, claramente con fines de lucro. Hacia mitad del siglo XX, las verdaderas jam sessions, que se armaban con un espíritu totalmente amateur, comenzaron a ser una rareza. De todos modos, para los setenta y los ochenta, los jóvenes músicos formados en los conservatorios continuaron la tradición de armar estas reuniones . La dinámica suele girar en torno a unas melodías sobre las que se decide el tono y el tiempo en que se las ejecutará. A partir de esta base, los músicos improvisan durante un buen rato, volviendo más tarde a la melodía original.
Las jam sessions tienen una larga y rica historia, y su propuesta rebalsó los límites de Estados Unidos, propagándose por otras ciudades del mundo. También ha trascendido a otros géneros: existen jams de rock, pop, blues y hasta flamenco. Y también son la excusa perfecta para que jóvenes músicos saquen nuevos temas, como lo hizo la joven cantante Christina Jones el pasado 28 de marzo (ver video). Allí se dieron a conocer dos melodías del álbum What Love Means To Me, con letra y música de la pianista Kimiko Ishizaka, que saldrá en junio próximo: You Were My Compass, y Just A Moment Ago. Christina, quien podría ser la próxima Whitney Houston o Aretha Franklin, dio muestra de su talento, e interpretó deliciosamente esos temas y otros hitos de géneros variados: Rocket Man, Summertime, Misty son solo algunos.
Volviendo a las jam sessions, ¿qué pasa en nuestro país en este sentido, fuera de la coyuntura pandémica? Las hay en muchas ciudades; el anfiteatro del Parque Centenario, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fue sede en 2014 del Festival de Jazz de Buenos Aires y de sus jams. En 2017 el Festival de Jazz de Santa Fe celebró sus 20 años e incluyó jam sessions entre sus propuestas. Como dato curioso, en ocasión de la visita a nuestro país del gran Louis Armstrong en 1957, en Buenos Aires se reprodujeron las jam sessions con una velocidad fenomenal.
Las jams son una interesante forma de expresión surgida en un género que no tiembla sino que late y hace vibrar a millones en épocas y lugares distintos, y sirven también como canal para el surgimiento de nuevos talentos. Viviana Aubele
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