Como si quisiera desmentir el mito de la puntualidad británica, el recital de Hugh Laurie comenzó tres cuartos de hora más tarde de lo que estaba previsto. De todos modos, poco y nada hubo de británico en todo lo que sucedió después sobre el escenario del Gran Rex, excepción hecha del acento del principal protagonista de la noche, oriundo de la ciudad de Oxford. Sí hubo, en cambio, un paseo tan seductor como generoso por la época dorada del jazz y el blues de los años 30 y 40, repletos de rumores de Louissiana, Missouri y Nueva Orleans.
Esta segunda visita de Laurie a Buenos Aires dejó en claro varias cosas. Primero, que su relación con el público porteño ya ha quedado muy bien establecida. Pero además marcó una pauta: Laurie ya es, por pleno derecho, una estrella del mundo de la música. La aclaración es pertinente, pues hay actores que hacen música como una suerte de hobbie. Así como hay músicos que cada tanto despuntan el vicio de la actuación. Una tradición nacida en Hollywood indica que un buen artista debe saber actuar, cantar y bailar, según convenga en cada caso. Y no son pocos los nombres que han hecho honor a este requisito. Pero el caso de Laurie es distinto, porque logró superar su propio éxito como actor y despegarse de su personaje más característico y exitoso: en los dos recitales que brindó esta vez en Buenos Aires, el público no fue a escuchar al Dr. Gregory House. Este detalle marca un hito realmente meritorio. La fama como actor de Laurie no se mezcla con su performance como músico, por más que su histrionismo esté puesto todo el tiempo al servicio del show.
Con toda la actitud propia de un frontman, Laurie alterna entre el piano y la guitarra. Por momentos, algunos de sus gestos recuerdan vagamente a Jerry Lee Lewis. Sin duda la actitud es positiva. Varios temas los canta él, pero no todos: para darle dinamismo al espectáculo, le cede cada tanto el escenario a sus dos solistas femeninas, Jean McClain y la guatemalteca Gaby Moreno, que cumplen cada una a su turno una labor más que correcta. La primera se luce particularmente en temas como What kind of man are you? y Send me to electric chair. La segunda, en una versión compartida con Laurie de Kiss of Fire, la fantasía que alguna vez elaboró Louis Armstrong sobre nuestro tango El Choclo.
Completan la Copper Bottom Band, grupo versátil y muy prolijo, Mark Goldberg en guitarras y teclado, Vince Henry en saxo, clarinete y armónica, Elizabeth Lea en trombón a vara, David Piltch en contrabajo y Herman Mathews en batería. El escenario reproduce el ambiente de lo que podría ser un enorme living, en el cual todos, músicos y espectadores, comparten un momento de íntima proximidad y buena música. Laurie sabe llevar el ritmo exacto del espectáculo, cómodo y relajado, y manejó la situación a su gusto durante las dos horas y más que duró el concierto. Hace caras y gestos, conversa con el público y pone todo el tiempo el comentario justo. El idioma no es inconveniente (“Soy un británico idiota y sólo sé hablar inglés”, se excusa). El ego propio del estrellato brilla por su ausencia, y eso es algo que también suma.
Carisma y prolijidad, un grupo de músicos excelentes y un repertorio bien escogido fueron los elementos que garantizaron el exitoso resultado de estas dos nuevas presentaciones, que estuvieron destinadas más que nada a los temas del segundo disco del actor, titulado Didn’t It Rain. En realidad nadie puede vaticinar qué será del futuro profesional de Laurie, y si la balanza finalmente se inclinará más hacia el lado de la actuación o de la música. Cualquiera sea el camino que a la larga decida escoger, ambos oficios los ha desempeñado muy bien y el público estará dispuesto a seguir con atención sus próximos pasos. Y si el futuro es por el lado de la música, seguramente volveremos a tenerlo en Buenos Aires en no mucho tiempo más, acompañando la edición de un esperable tercer álbum. Germán A. Serain
Fue el 15 de marzo de 2014
Teatro Gran Rex
Av. Corrientes 857 – Cap.
(011) 4322-8000
Comentarios