Quien alguna vez haya leído Yo, Claudio de Robert Graves, se habrá enterado con no poco estupor e indignación de las oscuras tramas de poder y traiciones varias entre los miembros de la familia imperial romana. Nombres como Nerón o Agripina —por citar algunos— son representativos de valores que nada tienen que ver con la fidelidad, la lealtad, el decoro o algo que se le parezca.
Digno de destacar es, por lo tanto, el esfuerzo y originalidad puestos con esta singular puesta en escena de Agrippina, que según la define el programa de mano, se trata de “una nueva experiencia” sobre la ópera homónima de Georg F. Händel. Dicen que Agripina, la verdadera Agripina, era una mujer seductora, despiadada y manipuladora; y que Claudio era un débil que llegó a ser emperador, al que sucedió su hijastro Nerón. La soprano Rocío Giordano encarna graciosa -en lo histriónico- y excelente -en lo vocal- a Agrippina. El bajo Walter Schwarz se pone en la piel de Claudio, con clara emisión de su voz profunda y muy ameno en su personaje. Bien podrían ser un matrimonio de clase alta enredados en intereses políticos y económicos, tamizados con amoríos y pasiones de dudoso decoro.
A ello hay que sumarle el ingrediente de familia ensamblada: Agrippina tiene un hijo de su anterior matrimonio y a quien desea a toda costa entronizar en lugar de su marido: el pusilánime Nerone, bien encarnado masculinamente por la mezzo Cecilia Pastawski, que desea a la bella Poppea, interpretada estupendamente por la soprano Oriana Favaro. Ella es deseada por Ottone, protagonizado por Pablo Travaglino, leal aliado de Claudio, que a su vez desea a Poppea… y así los enredos y las idas y vueltas en esta alocada familia disfuncional.
Quienes están al servicio de ellos no se quedan atrás en el disparate: Sergio Carlevaris sorprende con gracia en el papel de Lesbo, lacayo fiel de Claudio. En cuanto a los sirvientes de Agrippina, Luis Loaiza Isler realiza un correcto Pallante y Adriano D’Alchimio juega con su cuerda de contratenor personificando muy divertidamente a Narciso, que muere por usar los cosméticos y el vestuario de su ama, quien los tiene de cómplices de sus intrigas a cambio de promesas vacuas.
En un escenario con pocos elementos pero no menos efectivo, con un vestuario que bien podría recordar a esas telenovelas que uno ve a la hora de la cena, la trama se desarrolla con mucho dinamismo e histrionismo de parte de todos los cantantes, sin descuidar la parte vocal y musical. Sorprende un original sistema de subtitulado de las partes operísticas en lugares poco usuales, realizado con animado y refinado diseño por Matías Otálora. En síntesis, un logro de Ignacio González Cano y Carlos David Jaimes para esta renovada y alegre fusión de historia, ópera barroca y comedia de enredos. Viviana Aubele
Se dio hasta fin noviembre 2016
Teatro Picadero
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