Que digan lo que quieran los detractores del barroco, acerca de la presunta falta de originalidad de compositores como Antonio Vivaldi. Resultan divertidas -y hasta puede que tengan algo de cierto- las diatribas de Igor Stravinsky denunciando que en realidad Vivaldi no habría compuesto más de quinientos conciertos, sino apenas uno solo, con más de quinientas variantes. Pero lo cierto es que la belleza de uno solo de los trabajos del Prete Rosso veneciano vale por la obra completa de más de un compositor modernista. El segundo concierto de la temporada del Mozarteum Argentino estuvo impregnado de esta belleza, a través del arte y la delicada sonoridad de la Venice Baroque Orchestra, a la que sumó sus fuerzas la mezzosoprano Romina Basso.
Lo primero que llama la atención de los músicos de la orquesta es que, con la sola excepción de los dos cellistas y el clavecinista, todos los demás integrantes tocan de pie. Daría la impresión de que la actitud corporal que conlleva esta posición contribuye a encontrar una musicalidad que de otra manera no sería la misma. Son catorce músicos, que tocan sin esfuerzo evidente, obligando por momentos a aguzar el oído para capturar la música en toda su gracia. Y puede que la hermosura del concierto tenga que ver con esto, en nuestros tiempos generosos en demasía en materia de decibeles. El programa comenzó con una sinfonía barroca (RV 146), en rigor una obertura de concierto en tres movimientos. Stravinsky diría que no hay diferencia con un concierto, más allá del hecho de que en lugar de un solista haya un grupo concertino conversando con el ripieno. Luego comenzará la alternancia entre los conciertos, interpretados por la orquesta sola, y las arias operísticas, en las que la mezzo se lució con un buen cuerpo vocal y una sutileza acorde a sus acompañantes, sin descuidar por ello una proyección más que adecuada para la sala.
Como se ha dicho, la belleza del programa fue homogénea, pero tuvo sus puntos encumbrados. Uno de ellos fue cuando la primera violinista Anna Fusek cambió su instrumento para tocar como solista el Concierto para flauta sopranino Rv 443. La magia que logró sacar de su sencillo instrumento fue tal que el público estalló en un aplauso apenas terminó el primer movimiento de la obra. También fue destacable la interpretación del aria Se lento ancora il fulmine, de la ópera Argippo, estrenada en 1730 pero luego perdida, y recuperada parcialmente de un archivo en Ratisbona hace apenas once años atrás. Si el talento de Vivaldi como operista es siempre notable, escuchar una auténtica novedad salida de su pluma es sin duda un elemento adicional que no puede pasar inadvertido. Ya fuera del universo vivaldiano, el bis fuera de programa no pudo ser más delicioso, con el aria Lascia ch’io pianga, compuesta por Händel para su ópera Rinaldo, broche de oro para una velada musical exquisita. Germán A. Serain
Fue el 8 de mayo de 2017
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7100
mozarteumargentino.org
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