Con un repertorio multiétnico, interpretado con decisión, la Orquesta Sinfónica de Caldas deleitó dirigida por el maestro belga Paul Dury. La primera obra fue la Obertura del rey de Ys, compuesta por el francés Edouard Lalo, ópera basada en la leyenda de la ciudad bretona Ys. Al igual que la Atlántida, estaba ubicada por debajo del nivel del mar, protegida por una gran puerta de bronce cuya llave solo poseía el rey. Su hija, tentada por el diablo, logró obtenerla y abrió en medio de una tempestad, razón por la cual la ciudad entera se sumergió. Debido a su parecido con la ciudad de París, se cree que el día que la capital de Francia se hunda, Ys reemergerá.
Musicalmente esta historia se traduce en un arranque misterioso, una tensión que crece desde las cuerdas y llega a punto intenso, donde aparecen los metales con todo su brillo. A esta sensación de incertidumbre la suavizan el oboe y la flauta. Los cambios en la intensidad estuvieron muy bien dirigidos, asimismo la marcación del tempo, ajustada y precisa.
Luego siguió el Concierto para Contrabajo, Op.3 del ruso Serge Koussevitzky. El solista César Augusto Barrera ejecutó un abanico muy amplio de notas, todo un reto para la afinación, y muy destacado porque hizo posible escuchar los registros agudos de un instrumento que, en general, se reserva para los tonos graves dentro de una orquesta. Barrera fue muy expresivo.
Finalmente fue el momento de la Sinfonía Nº 9 en mi menor, Nuevo Mundo, del checo Antonin Dvořák. A los 51 años, Dvořák viajó desde Praga hacia Nueva York, con el fin de dirigir el Conservatorio Nacional de Música, cargo ofrecido por su fundadora Jeanette Thurber. Como profesor, director y compositor se esperaba que Dvořák liberara al país del predominio de la música europea, y que en cierto sentido les ayudara a construir una nueva música nacional. Por eso se interesó en la música folklórica negra e india norteamericana, en el canto de pájaros típicos como el petirrojo y el azulejo, y también se inspiró en el poema épico La canción de Hiawatha, aunque no olvidó sus raíces europeas, de hecho una parte del Scherzo suena como un vals bohemio.
Así creó una sinfonía soñadora, con una gran riqueza melódica. Su estreno mundial fue el 16 de diciembre de 1893, en el Carnegie Hall de Nueva York, con un éxito total. Más de un siglo después, la ovación del público reflejó el gusto por una obra ambiciosa, llena de vigor, con constantes contrapuntos entre las cuerdas y los vientos. El Largo, movimiento lento, notable, en el corazón de la sinfonía, contrasta con el brío de los demás y transmite esperanza. La orquestación es moderna y panea por los timbres de todos los instrumentos. El resultado es una música dinámica, fuerte, que irradia vitalidad. Natalia Mejía
Fue el 28 de julio de 2017
Teatro Los Fundadores
Manizales, Colombia