En La Torre de Babel de Alejo Laclau, no solo caben todas las lenguas. También todos los estilos. Todas las ciudades. Todas las épocas. Junto al humor y al amor, a la nostalgia y al dolor, a la alegría y al color, es que el intérprete comienza su recital anunciando –al estilo de Charles Trenet-: “Yo canto”. Así como la letra dice, se nota que canta por placer, que lo hace feliz y libre, mañana y noche, en una granja o en un castillo, o sobre el tierno pasto de los bosques. De París a Madrid, de allí a Lisboa y a Amsterdam, retornando por un momento a su tan querida Buenos Aires, y quizás escapándose a San Juan, Laclau emociona con su personal estilo en esta vuelta al mundo que no desdeñará Estados Unidos, Irlanda, Italia o Alemania.
Tal como en ¡Ay, que el alma se me sale!, su anterior espectáculo, es como si se presentara en la intimidad de nuestra casa, sin micrófono ni artificios lumínicos. Estupendamente acompañado por Pablo D’Aquino en piano, Alejo nos sumerge con su bien templada voz en el universo de cada ciudad y su música, siempre con una reflexión, siempre con una curiosidad. En un momento hará notar que la más célebre canción que habla de Venecia fue compuesta por un francés, o explicará porqué la famosa cantante francesa Barbara le dedicó una letra a Göttingen. Recordará a Borges, derramará lágrimas por Dublin, volverá a Sorrento, quizás para dejarnos entrever que no hay fronteras en la música, sobre todo si es cantada con sentimiento y como un homenaje al sorprendente mundo en que vivimos. Martin Wullich
Se dió hasta fin de julio de 2009
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