ANTROPOCENO, catastrófica realidad

Una revolución que no estaba prevista

¿Llega el antropoceno? “Continuamente, en alguna parte del mundo, se bate algún tipo de record perverso: la temperatura más alta, el viento más fuerte, la sequía más larga”, la frase de Bill McKibben –creador de 350.org– es una sentencia que ensombrece nuestro porvenir como especie humana.

Desde que pudimos ver la fotografía de la Tierra, tomada por la tripulación de la Apolo 17 en 1972 -ese punto azul pálido, como la llamó Carl Sagan– tomamos conciencia de nuestro lugar en el vasto espacio cósmico. Ahora es el momento de decidir cuánto tiempo permaneceremos con vida sobre la superficie desenvolviéndonos como lo hemos hecho hasta hoy. Se calcula que durante los últimos cien años la actividad de los seres humanos sobre la superficie de la Tierra ha provocado transformaciones que determinarán cambios cruciales en la intrincada y compleja trama de los sistemas vivos.

Expresiones como cambio climático, efecto invernadero, contaminación ambiental, extinción masiva, han adquirido una presencia cotidiana en nuestro lenguaje y la creación de la palabra solastalgia –que define la angustia generada por los cambios del medioambiente cercano al hogar- revelan que el impacto de la huella humana sobre el entorno habla con voz cada vez más fuerte. Desde 2016, geólogos de la comunidad científica internacional deciden acerca del comienzo de una nueva era geológica en la historia de la Tierra, ¿hemos ingresado en el Antropoceno?, el momento en que la influencia humana ha dado forma al planeta con tanta fuerza que sus huellas quedarán impresas en los registros estratigráficos para siempre.

El escritor, ensayista y académico Robert Macfarlane (Reino Unido, 1976) describe nuestras últimas actividades como especie en “The Generation Anthropocene: How humans have altered the planet for ever”, una nota-ensayo publicada en el periódico The Guardian:  “Hemos perforado 50 millones de kilómetros en agujeros para la búsqueda de petróleo; eliminamos las cimas de las montañas para llegar al carbón; nuestros océanos están llenos de plástico, y las pruebas de armamento han dispersado radionucleidos a nivel mundial proporcionando una marca estratigráfica que perdurará durante millones de años en algunos casos.”  El vertiginoso derretimiento de los glaciares, antiguos archivos de datos de eras y humanidades precedentes, convierte al Antropoceno en un desafío que presenta problemas sustanciales, frente a los cuales, nuestra necesidad de resolverlos parece ser muy superior a la capacidad real de hacerlo. Como hombre de letras, Macfarlane no encuentra palabras para describir el escenario que hemos generado a nuestro alrededor, atinando a decir que “nos hemos convertido en agentes geológicos titánicos, y nuestro legado será legible durante los milenios por venir”.

Históricamente, nuestra civilización no ha conocido una época como ésta, donde las implicancias de arrasar con los recursos naturales en nombre del progreso y el bienestar, comprometa la posibilidad de seguir existiendo a poblaciones enteras en cualquier parte del planeta, o incluso que se comience a considerar que nos encaminamos hacia la sexta extinción masiva.

Palabras como solastalgia, acuñada por el filósofo australiano Glenn Albrecht, quien notó la angustia provocada por situaciones como sequía, incendios forestales, basura y edificación constante en el territorio donde está establecido el hogar, y otros vocablos no menos tristes han surgido -e incluso con el tiempo serán aceptados por las academias que reglamentan los idiomas en cada país- para que emerja una nueva narrativa que hable de lo que hemos hecho. Aunque el antropoceno no está aceptado por el ciento por ciento de la comunidad científica, que se basa en la exactitud de los registros estratigráficos, es cierto que todos estamos inmersos y enredados en este proceso de cambios y alteración de los ciclos a los que estábamos acostumbrados. Basta reconocer que todo es producto de nuestros hábitos culturales, de cómo nos alimentamos y vestimos, de cómo nos entretenemos y nos trasladamos para organizarnos en una sociedad que comienza a hacer agua en el tema fundamental de respetar y asegurar la vida. Nos convertimos en una fuerza arrolladora que se volvió en nuestra contra, cual serpiente que se muerde la cola.

Antropoceno es un nombre adecuado para esta era. Su raíz anthropo (humano), es la firma que dejaremos en las capas geológicas durante eones, envases de cosméticos e innumerables enseres de plástico, residuos perdurables de un consumo desenfrenado y futil. Aunque el Presidente de los Estados Unidos le reste trascendencia, se haya retirado del acuerdo de París y decida seguir apostando a la explotación del petróleo, debemos asumir que en casi todo el mundo está fuera de control el tratamiento del material desechable generado por 7000 millones de vidas. Se calcula que fue a mitad del siglo XX cuando se dispararon el crecimiento de la población, las emisiones de carbono, la extinción de las especies y la producción y el descarte de metales, concreto y plásticos. Anticipado por algunas novelas apocalípticas, es cierto que la cultura tiene el papel de relatar este proceso de la civilización, encontrando la manera de descifrar su complejidad y reforzar la esperanza de que hallaremos el camino para solucionarlo. Macfarlane aconseja llevar un diario de viaje, en el que siempre podremos encontrar un modo de abordar lo desconocido.

Hay un momento en que dejamos de ser nosotros y queda el yo, el humano –anthropos-, con su propias decisiones. Es el momento de reconsiderar la manera de estar en el mundo, un mundo atacado por la especie más inteligente del planeta. Definamos inteligencia. Silvia Bonetti

Humanityu0027s Epoch : ANTHROPOCENE

Lectura sugerida: theguardian.com

 

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