Podrían ser solamente fantasmas los dos personajes de esta obra, con sus rostros iluminados alternativamente por las pantallas de sus computadoras o sus celulares. Como los fantasmas, no tienen cuerpo. O tal vez sí lo tengan. Un cuerpo capaz de sentirse cansado o enfermo, capaz de sentir placer, o de tener apetitos. Pero no tenemos manera de saberlo, pues no podemos tener contacto con ellos. Si lo pensamos un poco, tal vez todos nosotros podríamos ser también no mucho más que fantasmas para la conciencia de los demás.
Fabio Golpe, el autor de la obra, no utiliza en ningún momento la palabra extimidad, pero podría haberlo hecho. Hubo un tiempo en el cual se hacía un culto de la intimidad. Una época en la cual las personas llevaban un diario íntimo, en el cual anotaban sus reflexiones más secretas. En la actualidad, nuestras vidas están atravesadas por una compulsión contraria: todo parece indicar que existimos en la medida en que nos mostramos al mundo a través de una pantalla. Así es como nos damos a conocer a los demás, mostrando lo que deseamos y también escondiendo cosas. Especulando e imaginando en el otro lo que deseamos que el otro sea. Construimos al otro, y nos construimos nosotros mismos, desde la más absoluta impunidad.
Así son las cosas en nuestro tiempo. Y así son también las nuevas rutinas en el amor. Sin embargo, que el otro sea un ser incorpóreo crea un marco de seguridad, genera inclusive cierta comodidad, pero también gesta al mismo tiempo un vacío. Porque algo nos falta. Una mirada real del otro, no mediada; un cuerpo capaz de ser tocado, más allá de una pantalla o de un aparato. De todas estas cosas trata Romance, incluso sin hacer referencia expresa a ellas. El decorado es mínimo, tanto como la situación: después de todo, se trata no más que de dos personas que hablan entre sí por teléfono, que se encuentran y desencuentran sin haberse visto jamás. El registro de la voz, las fotografías que cada uno sube a las redes sociales, son el único registro de un cuerpo ausente que se reinventa en el mundo virtual, pero en un punto reclama un encuentro real, que a la vez por momentos asusta.
Bien actuada por Sofía Zorraquin y Martín Larroca, desde el punto de vista de la dramaturgia podríamos decir que a la obra le falta un matiz más elaborado en el preciso momento de su cierre. Quizás hubiese bastado con una frase oportuna que destacara de manera expresa tolo lo que implica que la historia finalice precisamente en ese punto. En cualquier caso, el acierto está en hacer coincidir el final de una realidad con el inicio de otra. No sabemos qué depara esa segunda historia que no llegará a narrarse, pero sí comprendemos algo: que ella supone un compromiso, una serie de peligros y también las promesas que implica un contacto humano real, donde el otro es verdaderamente alguien presente, y ya no una mera imagen o una mera voz. El riesgo será desentrañar si ese otro es realmente quien nosotros deseábamos que fuese, sumado al desafío de averiguar si seremos capaces de hacernos cargo de su humanidad. Germán A. Serain
Se dio hasta marzo 2017
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