Los presos del correccional Fletcher han preparado una larga lista con las palabrotas contenidas en el libro La tempestad, de William Shakespeare, la obra seleccionada para ser representada por ellos bajo la dirección de Félix Duke, encargado del programa experimental de alfabetización. “Carne de horca. La viruela te abrase en la garganta. Perro ladrador, blasfemo y desalmado. Hideputa. Escandaloso insolente, infame bocazas. Objeto maligno. Bruja de ojos azules. Hijo de bruja, pecoso y lastimero. Tú, tierra. Tú, tortuga. Tú, esclavo ponzoñoso, engendro del propio diablo. Vil rocío que, con pluma de cuervo, barría mi madre de la malsana ciénaga, así caigáis muertos ambos. Así os cubra de pústulas un viento del sudeste. Que sapos, escarabajos y murciélagos te asedien. Basura como tú. Esclavo horrendo. Así se te lleve la peste roja. Semilla de bruja. Que todas las infecciones que seca el sol, de marismas, ciénagas y tremedales caigan sobre –añádase aquí el nombre- y le llaguen. Monstruo escorbútico. Monstruo pérfido y borracho. Aborto. Bobo mojigato. Mancha de escorbuto. Ojalá se te lleve la pestilencia. Que el diablo se lleve tus dedos. Que la hidropesía ahogue a este necio. Medio diablo. Objeto de la oscuridad”.
El director solo permitirá que usen estos exabruptos el tiempo que duren los ensayos de la obra y aquél que sea sorprendido utilizando las vulgares malas palabras de nuestra época perderá puntos y el acceso a los cigarrillos. Pero Félix Duke es en realidad un seudónimo de Félix Phillips, un dramaturgo de cincuenta y tantos, que durante años dirigió el festival de teatro de Makeshiweg, una pequeña ciudad canadiense. Luego de que su propio asistente lo desplazara del puesto para ocuparlo él mismo y lanzarse a una escalada política, Félix se retira a vivir a un pueblo más alejado para esconder su pena. Su mujer había muerto al dar a luz a su hija y ésta, a los tres años había sucumbido a una meningitis. Instalado en una cabaña espartana, se refugia a lamer sus heridas hasta que le ofrecen participar de un programa de alfabetización mediante la literatura destinado a los reclusos en un penal cercano. Lo acepta con la condición de que le permitan enfocarse en una producción teatral interpretada por los reos, cuyo tema sea siempre Shakespeare.
Con el grupo de convictos que consigue para emprender este proyecto consolida un equipo que él sabe articular y manejar desde el comienzo a la perfección, ganando su confianza y comprometiéndolos con códigos honestos de participación. Ocho Manos, pirata informático; Piernas, veterano de Afganistán, acusado por robo y allanamiento; Niño Prodigio, fraude; Krampus, miembro de una red menonita que transportaba drogas de México a Estados Unidos en máquinas agrícolas, y así… Hasta que un día se entera Félix de que su antiguo jefe de Cultura y su asistente trepador visitarán el correccional para conocer el exitoso plan de alfabetización que se desarrolla allí. Es entonces cuando prepara a sus discípulos para representar una particular puesta de La tempestad, con la que enfrentará a sus detractores de antaño.
Paralelo a la acción de los aspirantes teatrales, corre un diálogo íntimo que Félix sostiene en la soledad de su cabaña con su hija muerta, de nombre Miranda. Ella ha ido creciendo en el tiempo interno de Félix, es ya una adolescente que se mantiene junto a su padre en una frecuencia muy sutil, y en un momento decide acompañarlo a la puesta que está montando en la prisión.
Margaret Atwood es una narradora brillante, ocurrente y dotada de un oportuno sentido del humor. Es considerada –junto a la canadiense Alice Munro- una de las escritoras más destacadas de nuestra época. Precisamente por su compromiso con las causas humanitarias y la protección del ambiente, es una activista cabal que no pierde oportunidad de alzar la voz cuando cabe señalar un factor que esté creando un bloqueo o perjudicando a alguna minoría en desventaja.
Al leer la página de agradecimientos al final de La semilla de la bruja, se puede disfrutar de su nobleza al mencionar todas las fuentes de inspiración que ayudaron a Atwood a armar esta novela que recrea la obra de William Shakespeare, para dar forma a su participación en el Proyecto Hogarth Shakespeare al cumplirse en 2016 los cuatrocientos años de su muerte, y en el que autores reconocidos internacionalmente revisionan sus clásicos. También menciona –como inspiración- los trabajos que revelan la tarea de los facilitadores de literatura y teatro en las cárceles, y algún escrito en el que se merodea en esa rara costumbre que algunos tienen de hablar con los allegados muertos y otras experiencias extrañas.
La semilla de la bruja es una obra para abordarla desde muchas facetas y siempre sorprenderá, porque las palabras –desde el tiempo del Bardo, y antes también- siempre han sido muy poderosas y liberadoras, para quien tenga el coraje de expresarlas. Silvia Bonetti
La semilla de la bruja
Margaret Atwood
Lumen
320 páginas
Margaret Atwood: (Ottawa, Canadá, 1939) Aparte de las conferencias y el activismo político y social, que la llevan de un lado a otro, sigue siendo profesora visitante en varias universidades. La autora de El cuento de la criada, La mujer comestible, Oryx y Crake o El asesino ciego, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2008. Sus experimentos con la narrativa, la forma y el género escapan a cualquier intento de clasificación, aunque constituyen una forma elegante y explícita de hacer política. Atwood, además de ser una escritora muy prolífica, autora de una extensa obra literaria en la que alterna poesía, novela, relato y ensayo, también es una intensa activista.
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