EL JARDÍN DE LOS CEREZOS, un trágico absurdo

La célebre obra de Anton Chejov, en la temporada del Teatro San Martín

El jardín de los cerezos – Actúan: Mario Alarcon, Lucía Alfonsín, Cristina Banegas, Belén Blanco, Gipsy Bonafina, Fabián Bril, Maruja Bustamante, Gonzalo Domínguez, Ariel Gangemi, Martín Henderson, Diego Lorenzo, David Masajnik, Esteban Meloni, Sandro Nunziatta, Nelly Prince, Gustavo Rey, Marko Vega y Alejandro Viola – Música: Carmen Baliero – Músicos: Gonzalo Domínguez, Juan Faisal y Miguel Nehmad Alché – Vestuario y Escenografía: Eugenio Zanetti – Iluminación: Eli Sirlin – Coreografía: Sandro Nunziatta – Autor: Anton Chejov – Dirección: Helena Tritek

Existen muchas y diversas maneras de acercarse a la tragedia. Esta pieza de Anton Chejov es en el fondo una historia trágica, sin que obsten a ello sus coqueteos con el absurdo e incluso alguno que otro paso de comedia. La clave la da, ya sobre el final de la obra, el personaje de Firzi, la anciana ama de llaves interpretada por Nelly Prince, cuando al encontrarse sola en la escena, después de que todos se han marchado, se lamenta: “Ah, que la vida pase como si uno no hubiese vivido”. Este sinsentido marca la existencia de los personajes que Chejov pone en escena, y es lo que determina el sustrato trágico.

Hay una frase del autor, que la directora Helena Tritek cita en el programa de mano, que nos da la clave: “La vida sólo se concede una vez y hay que vivirla con valentía, con plena conciencia, disfrutando de su belleza.” En esta historia, la conciencia mayormente se ha extraviado y es notable el desconocimiento que los personajes tienen respecto de sus propias identidades. El desconcierto se impone en los antiguos aristócratas, que han dejado de ser ricos y no logran acomodarse a su nueva realidad, pero también en los otrora siervos, que siendo ahora libres no saben qué hacer con su libertad.

Tampoco los jóvenes logran sacar provecho de su juventud, mientras sus mayores se compadecen en la nostalgia de un pasado perdido. Acaso el más lúcido de los personajes sea Lopakhin, encarnado por Alejandro Viola, un hábil comerciante descendiente de siervos, que sin embargo es puesto al mismo tiempo en el lugar de quien toma a cargo la ingrata decisión de destruir lo bello que queda en el mundo, representado por el jardín del título. No es casual que el propio Chejov haya sido hijo de un comerciante que había nacido siervo. Vaya a saber qué contradicciones fueron las que llevaron al autor a poner al personaje que más podría identificarse con su propia cuna en el lugar de quien manda talar los poéticos árboles.

Venido al mundo en 1860, en una pequeña aldea al sur de Rusia, Chéjov inicialmente decidió estudiar medicina, más tarde descubrió que escribir le reportaba mayores ganancias. Es curioso enterarse de que al principio tomó esta segunda actividad con una actitud de recelo y cierto desdén, luego de que sus primeros trabajos fueran rechazados. Sin embargo, volvió a insistir con la acción teatral y ya sobre el final de siglo, de la mano de Konstantín Stanislavski -entonces director del Teatro de Arte de Moscú-, se convirtió en uno de los grandes narradores y dramaturgos de su generación. La gaviota (1896), Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904) fueron alguns de sus obras más significativas.

Vale la pena destacar la cuidada actuación del elenco encabezado por la siempre magnífica Cristina Banegas, pero también la escenografía realizada por Eugenio Zanetti, complementada con llamativos efectos visuales logrados a través de proyecciones, así como la participación de músicos en vivo, que reproducen lo escrito por la compositora Carmen Baliero especialmente para esta ocasión. Germán A. Serain

Se dio hasta fin 2014
Teatro San Martín

Av. Corrientes 1530 – Cap.
(011) 4371-0111

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