Nutrida, variada y generosa fue la visita que Daniel Barenboim hizo este año a Buenos Aires, junto a los músicos de su orquesta, la notable West-Eastern Divan. Hubo en total ocho conciertos con localidades agotadas en el Teatro Colón, tres de ellos junto con Martha Argerich, más una función gratuita para alumnos de escuelas públicas -que hubiese podido aprovecharse mejor, pues en este caso la sala tuvo una ocupación apenas parcial- y tres conciertos públicos en sendos centros religiosos, representando la fraternidad entre cristianos, judíos y musulmanes. El concierto de despedida fue con un programa integrado por dos obras: el Triple Concierto para violín, violoncello y piano de Ludwig van Beethoven y el poema sinfónico Pelleas und Melisande de Arnold Schoenberg.
En el concierto de Beethoven, Barenboim dirigió desde el piano un diálogo inefable entre el trío de solistas y la orquesta. Su hijo Michael llevó adelante con solidez la parte solista de violín y completó la formación Kian Soltani en el violoncello. El instructivo programa de mano nos permitió saber algunas cosas interesantes, en particular que Beethoven la compuso para ser tocada por su discípulo, el Archiduque Rodolfo, cuando éste sólo tenía 16 años, lo cual explica que la parte de piano no sea demasiado exigente. Tampoco el violinista asignado era un virtuoso, pero sí lo era en cambio el encargado del violoncello, por lo cual Beethoven compuso para este último instrumento las líneas más interesantes. Fuera de este detalle, lo cierto es que el joven Soltani, austríaco de nacimiento pero descendiente de una familia de músicos persas, parece llamado a ser uno de los grandes cellistas del siglo XXI, no sólo por poseer una técnica y un sonido muy cuidados, sino por tocar de un modo tal que resulta placentero no sólo escucharlo, sino también verlo ejecutar su instrumento.
El desempeño del conjunto orquestal fue tan convincente que al término del primer movimiento el aplauso fue irrefrenable. Y no fueron cuatro o cinco personas desprevenidas las que aplaudieron, sin saber que la obra todavía no había concluido, sino una cantidad de público importante, que se dejó llevar por la emoción imperante en la sala. La segunda parte del programa propuso una experiencia sonora totalmente diferente, que puso a prueba la ductilidad de la orquesta a pleno, que sonó de maravillas en el poético y onírico mundo musical de un temprano Schoenberg, ya influido por los cromatismos de Wagner, Mahler o Richard Strauss, pero enmarcado todavía dentro de la tonalidad. Su poema sinfónico Op. 5, basado en la pieza de Maurice Maeterlinck, sonó perfecto, imponente y cautivante.
Otro aplauso entusiasta y prolongado llevó a Barenboim a ofrecer dos bises: el primero con el Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy, y el segundo -a cargo de los vientos de la orquesta- una divertida versión de El firulete, de Mariano Mores. Lo más importante, no obstante, es que Barenboim ya confirmó que repetirá su visita en 2016. Y con ello abrirá una nueva ocasión para disfrutar, pero también para seguir reflexionando acerca del sentido de la música y la paz entre los hombres. Germán A. Serain
Fue el 8 de agosto de 2015
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109
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