La apertura de la temporada de ballet 2015 del Teatro Colón arrancó con Trilogía Neoclásica IV, espectáculo integrado por tres trabajos breves y atractivos, identificados en conjunto como Trilogía Neoclásica. Este rótulo no describe las músicas incluidas en el programa (sólo a una de ellas podría caberle), sino el estilo de danza puesto en juego: aquí hay todavía elementos del ballet clásico, pero al mismo tiempo las creaciones se liberan de ciertas imposiciones: ya no hay tutús, ni las coreografías cuentan necesariamente una historia.
Hay además cierta indistinción coreográfica entre el rol del hombre y la mujer. Y también es destacable que, a pesar de la enorme cantidad de música que se ha escrito y se sigue escribiendo destinada específicamente a ser bailada, aquí el coreógrafo selecciona simplemente una obra que estime adecuada, incluso cuando no guarde relación ninguna con el mundo de la danza.
Es el caso, por ejemplo, de la clásica Sinfonía Nº 29 de Mozart, sobre la cual el italiano Mauro Bigonzetti desarrolla su Sinfonía entrelazada, creada en su momento para el Ballet Argentino de Julio Bocca. En esta obra los bailarines inician su desempeño incluso antes de que suenen los primeros compases de la obra, como si Bigonzetti quisiera mostrarnos que si cualquier música puede en principio ser coreografiada, también es posible bailar en el silencio. De más está decir que Mozart probablemente jamás haya imaginado que algún día se haría un ballet a partir de su sinfonía. Nos atrevemos a arriesgar que el resultado hubiese sido de su agrado.
En la segunda parte, Éric Frédéric, artista belga radicado en Río de Janeiro, maestro del Ballet Municipal carioca, apostó por Sergei Prokofiev y su imponente Concierto para piano Nº 3, que fue magníficamente interpretado desde el foso por Fernanda Morello. La obra, titulada Diamante, tampoco cuenta una historia, aunque gira en torno de cierta fastuosidad, representada en los brillos incorporados al vestuario de los bailarines y una araña de caireles que desciende sobre la escena, emparentada con la gran araña del teatro, estratégicamente iluminada al comienzo del número. Coherente con su idea de rescatar elementos del ballet clásico, el coreógrafo enfatizó el baile en puntas y logró un resultado muy atractivo en su conjunto.
El final estuvo reservado para Mauricio Wainrot, quien decidió trabajar a partir de la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Sergei Rachmaninov, que contó con la ejecución, también brillante, de Alexander Panizza. El resultado estuvo a la altura de las magníficas coreografías a las cuales nos tiene acostumbrados el actual director del Ballet Contemporáneo del San Martín. Unos enormes cortinados de plástico transparente sirvieron para generar una interesante puerta de acceso y salida para los bailarines, y se destacó el vestuario informal ideado en este caso por Graciela Galán. Previsiblemente el público estalló en aplausos en un momento en particular: al finalizar la famosa Variación 18.
Pero hubo otra ovación: fue cuando salió a saludar el flamante director del Ballet Estable del Teatro Colón, Maximiliano Guerra. Modesto, Guerra agradeció los aplausos y de inmediato se hizo a un costado, dejando a sus bailarines en el centro del escenario. El vaticinio es bueno, y el desafío importante: el Ballet Estable atraviesa un momento complicado, que suma magros salarios a la ausencia de concursos, contratos y jubilaciones anticipadas, todo lo cual llevó a una medida de fuerza por la cual los ensayos quedaron limitados a dos horas diarias. En este marco, el desempeño del cuerpo fue impecable, y si tuvo fallos merecen ser disimulados. Desde el foso, Darío Domínguez Xodo dirigió con habilidad a los músicos de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en un programa que tuvo toda la complejidad y el interés de un concierto.
La temporada de Ballet del Colón continuará con uno de los títulos más populares del repertorio, El lago de los cisnes, en versión de Peter Wright y Galina Samsova (26 a 30 de mayo), para seguir con Sylvia, de Léo Delibes, en versión de Frederick Ashton (23 a 29 de agosto). En octubre se despedirá del Teatro Colón Paloma Herrera –primera bailarina del American Ballet- con Onieguin (11 a 17 de octubre, versión de John Cranko), y cerrará la temporada un tercer título de Tchaikovsky: Ana Karenina (20 a 27 de diciembre, versión de Boris Eifman).
Habrá además dos galas: el 24 de mayo para celebrar el quinto aniversario de la reapertura del teatro, y el 16 de agosto para despedir a la primera bailarina Maricel de Mitri. Ojalá la gestión de Guerra cuente con los apoyos necesarios que le permitan volver a posicionar al Ballet Estable del Colón en el lugar que este cuerpo merece ocupar. Germán A. Serain
Fue el 15 de marzo de 2015
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109
teatrocolon.org.ar
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