Curiosa combinación: Beethoven y Gershwin. Es lo primero que uno pensó al cotejar el programa propuesto para esta presentación de la Orquesta Sinfónica de Bamberg en el Teatro Colón, para el ciclo de Nuova Harmonia. El Concierto para piano del compositor norteamericano, precedido por la Obertura Egmont y preludiando a su vez la Sinfonía Pastoral. Dos universos sonoros completamente diferentes, disímiles no solamente en sus respectivas texturas y formas, sino también incluso en su profundidad. ¿Habrá sido la intención demostrar la versatilidad de la agrupación? ¿O acaso declarar, como una suerte de principio que, a esta altura del siglo XXI, Gershwin ya debe ser considerado un compositor que se encuentra a la altura de cualquier otro autor de renombre clásico? ¿O tal vez se trató, simplemente, de una reunión casual de obras que sólo tienen en común el hecho de pertenecer al repertorio de favoritas del gran público?
En cualquier caso, la apertura del concierto nos presentó a un ensamble sinfónico sólido, a la altura de las expectativas, que no eran pocas, con muy buen sonido, dirigida por un decidido y pujante Jonathan Nott, quien se está despidiendo de la orquesta este año. Fue un comienzo contrastante, sin embargo, con el Concierto para piano que siguió, que tuvo el swing requerido por la naturaleza de la obra, pero desentonando con el clima creado por el rotundo inicio beethoveniano. Después de todo, el objetivo de Gershwin fue crear una música de concierto en cierto sentido liviana, que mantuviese sus pies en el jazz y en la cultura popular estadounidense. Algo con lo cual Beethoven no guarda demasiada relación, por mucho que Gershwin nos agrade. El solista, el pianista polaco Maciej Pikulski, se desempeñó con mucha soltura, pero a la hora del bis escogió la Paráfrasis sobre temas de Rigoletto compuesta por Franz Liszt, como si hubiese querido señalar que en ese terreno era donde en verdad se sentía más cómodo.
En la segunda parte, la maravillosa Sinfonía Sexta de Beethoven sonó correcta, técnicamente irreprochable, aunque tal vez algo elusiva en el sentimiento que la obra requiere. Por supuesto, se trata de una apreciación subjetiva, pues no existe una manera clara de explicitar la presencia o la ausencia de emoción en la ejecución de una obra musical. Pero en todo caso hubo un dato objetivo: el aplauso final, que tendió a ser llamativamente tibio. Algo elocuente, además, cuando la experiencia nos demuestra que el público argentino tiende, en general, a aplaudir por encima de los méritos celebrados. De todos modos lo dicho no está exento de contradicciones: una señora, en el palco contiguo al que ocupaba este cronista, clamó repetidas veces por un bis con voz en cuello. Por dos veces el director le dio el gusto: primero con la Obertura de Las bodas de Fígaro de Mozart, y luego con un pasaje del Concerto Romanesque de Ligeti, bienvenidas adiciones que sirvieron para recuperar, sobre el final, el ánimo de todos. Germán A. Serain
Fue el 28 de mayo de 2016
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109
teatrocolon.org.ar
Comentarios