La Sirenita – Intérpretes: Albana Fuentes, Evelyn Botto, Pablo Turturiello, José María Listorti, Osvaldo Laport, Valentín Zaninelli y elenco – Escenografía: Jorge Ferrari – Vestuario: Romina Lanzillotta y Catalina Rodríguez Loredo – Iluminación: Anteo Del Mastro y Sebastián Viola – Video: Maxi Vecco – Música: Alan Menken – Letras: Howard Ashman y Glenn Slater – Coreografía:Analía González – Libro: Doug Wright – Dirección: Ariel Del Mastro
La avenida Corrientes recibió a La Sirenita con un arnés que baja del techo del teatro porque, al parecer, ya no basta con que una sirena nade: ahora tiene que volar también. Este clásico de Hans Christian Andersen, que Disney transformó en éxito animado durante su renacimiento de 1989, llegó al teatro porteño en una adaptación que apunta a todas las edades, aunque uno se pregunta si no habría sido mejor apuntar a una sola y hacerlo bien.
La historia mantiene el romance entre Ariel (la sirenita) y el príncipe Eric, alejada de la tragedia original de Andersen de 1837. Pero aquí surge el primer problema, las letras de las canciones. Mientras el público argentino conoce de memoria la versión latina, los productores eligieron las letras españolas, una decisión difícil de comprender. Los fans se quedan con sabor amargo, incapaces de cantar lo que esperaban escuchar. Las canciones están, pero la magia en ellas se diluye cuando la letra no es la que llevamos tatuada en la memoria.
Los fondos marinos lucen magníficos, aunque evocan más a Buscando a Nemo que a la Sirenita de los 80. El efecto de movimiento del barco que naufraga sorprende por genuino, pero los escenarios terrestres resultan precarios en comparación. Es como si hubieran gastado el presupuesto bajo el agua y dejado migajas para la superficie.
Albana Fuentes crea una sirenita natural que sobresale en el canto, pero flaquea en actuación. El tema Parte de él pierde impacto emocional, víctima nuevamente de la desafortunada elección de letras españolas. Pablo Turturiello aporta presencia justa como Eric, canta y actúa correctamente, y gana aplausos merecidos. Ambos tiñen la obra de simpatía y romanticismo, sobre todo en la canción Bésala.
Los personajes secundarios reciben tratamiento desigual. Las hermanas de Ariel protagonizan un cuadro en peluquería que funciona, mientras Scuttle la gaviota (Nahuel Adhami) se desarrolla muy bien, es simpática, ocurrente, y sale airosa. Flounder (Valentín Zaninelli) sufre cambios incomprensibles, ahora parece o se da a entender que está enamorado de Ariel. ¿Por qué modificar una amistad pura y admiración por un romance forzado? Misterios de la adaptación.
José María Listorti como Sebastián vuelve a demostrar -tal como en Matilda– que puede trascender su pasado tinelliano. Mantiene el acento cubano casi toda la obra, canta bien y seduce al público hasta con un coreográfico paso de cangrejo. Bajo el Mar funciona, aunque la escena de cocina con el chef francés figura entre las peor logradas de la presente adaptación. Sus movimientos ocasionales recuerdan su origen televisivo, pero el carisma compensa.
Con voz clara y porte escénico indiscutible, Osvaldo Laport encarna a un rey Tritón de gran peso dramático, que combina la severidad del monarca con la vulnerabilidad de un padre desbordado por el espíritu libre de su hija.
Evelyn Botto, en el papel de Úrsula, cobra vida con malicia, picardía y una cuota de humor que trasciende la versión desabrida de Pobres almas en desgracia, ahora Pobres almas sin sol. Su interpretación demuestra que el talento argentino puede elevar cualquier material, incluso cuando la letra no acompaña. Su backstory como hermana de Tritón, desterrada por elegir tentáculos en lugar de cola de sirena, agregaba dimensión y emoción en la historia original, aunque esta vez se sugiere que fue expulsada por matar a la madre de Ariel. Más cambios innecesarios a una historia que funcionaba perfectamente. Además esta versión recorta protagonismo al querible y maléfico personaje, ya que nunca se vuelve humana ni compite con Ariel por Eric. Su final resulta abrupto y poco efectivo para una obra reducida a hora y media, que deja cabos sueltos flotando en el mar.
La puesta actual rebosa color veraniego y fluo pero el escenario luce despojado y carente de encanto por momentos. La historia sufre cambios que restan más que suman, y queda al límite de lo superficial, sin cuestionamientos ni relectura inteligente. El vestuario, las melodías y las luces aciertan, pero no alcanzan para sostener una obra que se deja ver sin emocionar.
Esta Sirenita porteña no alcanza el nivel del especial de ABC de 2019 aunque, afortunadamente, se aleja del fracaso de Broadway de 2008. Queda la sensación de una oportunidad perdida. Con tanto talento argentino disponible, era posible crear algo memorable. En cambio, tenemos una adaptación tibia que navega en aguas seguras pero poco profundas. El público familiar puede divertirse, pero los amantes del teatro musical y clásicos de Disney saldrán con hambre de algo más sustancioso. Como diría Sebastián: “bajo el mar todo es mejor», aunque en la calle Corrientes, no tanto. Cristian A. Domínguez
Miércoles a viernes a las 20
Sábados y domingos a las 15 y a las 17.30
Teatro Gran Rex
Av. Corrientes 857 – CABA
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o en la boletería del teatro
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