Hay quienes clasifican las músicas por épocas. Otros lo hacen según estilos. Algunas personas toman incluso como criterio distintivo las geografías. Sin embargo, todas estas categorizaciones, que en ocasiones pueden ser funcionales, al mismo tiempo resultan siempre relativas. Armar un programa de concierto consistente no siempre es sencillo. Y en este caso la apuesta emparejó a un compositor contemporáneo con otro del clasicismo. Podría parecer, en principio, una apuesta arriesgada.
Si el compositor contemporáneo en cuestión es Arvo Pärt (n. 1935), estonio de nacimiento, nacionalizado austríaco, las posibilidades que aparecen a priori serían vincularlo a otros músicos de origen báltico, admitiendo una correlación probable entre música y paisaje, o bien con otros contemporáneos, acaso algún nombre vinculado a la corriente del minimalismo. Pero sucede que Arvo Pärt es minimalista en un sentido muy diferente al que podría serlo un Philip Glass o un Steve Reich. La música de Pärt está compuesta sobre unidades mínimas, pero no a la manera de una repetición obsesiva que cada tanto produce un cambio o modulación, sino buscando en cada sonido una profundidad que nos conecta con algo del orden de lo místico.
La música de Arvo Pärt es inefable. Por lo que la tercera alternativa es buscar a un compositor capaz de transmitir a través de su música esa misma condición de lo que no puede explicarse sino a través de una experiencia de contacto directo con eso que suena. Y es ahí donde la figura de Wolfgang Amadeus Mozart adquiere pleno sentido.
Mozarteum Argentino clausuró su 73° temporada de conciertos con un maravilloso concierto que sumó las fuerzas del Estonian Philharmonic Chamber Choir con la Tallinn Sinfonietta, ambos bajo la precisa y sabia dirección de Andres Kaljuste. Y en el inicio la apertura trajo el Adagio y fuga en Do menor K. 546, que sirvió para presentar a la Tallinn Sinfonietta, única orquesta privada de Estonia, al tiempo que preparó el clima para lo que vendría después. La maestría compositiva de Mozart, influida en este caso por el espíritu barroco de Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Haendel, dejó el listón bien alto para dar paso al coro y al Stabat Mater de Pärt, de un preciosismo sonoro para el cual la acústica del Teatro Colón resultó ideal.
La delicada temática de la obra (la madre de Cristo, viendo a su hijo crucificado) fue plasmada con una belleza imposible de ser descripta, tanto desde la composición como en el modo de administrar Kaljuste una paleta sonora como pocas veces hemos escuchado, tanto en lo instrumental como en lo vocal, con una participación notable de la soprano solista Laura Stoma que nos dejó conmovidos. La sencillísima belleza del motete Ave verum corpus, K. 618 del compositor salzburgués, vino a cerrar la primera parte del concierto, que dejaría para después un segundo bloque dedicado de manera íntegra a otras tres obras de Pärt.
Which Was the Son of… (Quién era el hijo de…) retomó el eje religioso, repasando la genealogía de Cristo, pero desde una clave musical que casi podría calificarse de lúdica, para luego dar paso a una de las composiciones más celebradas de Pärt, Cantus in Memoriam Benjamin Britten, en la que unas campanas dan el contexto que enmarca la evolución del resto de la obra, ejemplo claro del llamado estilo tintinnabuli desarrollado por el compositor, que produce un singular efecto de aparente estatismo que al mismo tiempo hace evolucionar la música.
Otra lamentación, en este caso la del desterrado Adán (Adam’s Lament), que en cierto modo es también la voz de todos los hombres y mujeres sobre este planeta, cerró el programa, antes de un brevísimo pero mágico bis, tan sencillo como una canción de cuna (Canción de cuna de Estonia), también de Arvo Pärt. Un compositor cuya delicadeza y misticismo le permite estar al lado del propio Mozart y quedar bien parado.
Por cierto, la música posee a veces un misterio al que es muy difícil remitir con palabras. Un misterio que en este concierto quedó en evidencia cada vez que el director, inmediatamente luego de haber terminado una obra, dejaba suspendido el cierre del último compás, sosteniendo el silencio durante un tiempo imposible de determinar. Un silencio abrumador, resonancia de la música que acababa de escucharse, tan inefable como la música misma. Un silencio que costaba romper con el aplauso, aunque uno supiese, al mismo tiempo, que pocas veces un aplauso cerrado había sido tan merecido. Germán A. Serain
Fue el 24 de noviembre de 2025
Teatro Colón
Libertad 621 – CABA
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