Amorina – Actúan: Agustín Armesto, Mary Bustos, María Ciancio, Adolfo Fendrik Ross, Lucia Olguín, Rubén Pérez, María José Rojas Pedrana y Néstor Savino – Autoría: Eduardo Borrás – Puesta en escena y Dirección: Rubén Pérez
Tita Merello fue una mujer apasionada durante toda su vida. Es conocido el inmenso amor que tuvo por Luis Sandrini, sentimiento que no la abandonó ni en su vejez, o que no se ocupó de abandonar. Dicen que Sandrini terminó alejándose de ella. O que la relación no funcionó y que había cumplido su ciclo. Pero ella nunca lo olvidó. Tanto fue así que la letra que Tita Merello le puso al tango Llamarada pasional (música de Héctor Stamponi) remite indudablemente a esa historia de amor que comenzó por los años treinta, que prometía ser para toda la vida y que, para mal o para bien, terminó malográndose. Este tango es el que abre cada uno de los tres actos de esta puesta de Amorina, una obra de Eduardo Borrás que fue llevada al teatro en 1958 y tres años después al cine, con Tita en ambas versiones.
Se trata de una típica familia de clase media acomodada de los años cincuenta cuya aparente estabilidad se ve en aprietos cuando Amorina se entera -por boca de su hermana Silvana, quien ha contratado un detective- de que Humberto, su marido y padre de sus dos hijos, tiene una relación extramarital con una mujer mucho más joven, con la que planea irse a vivir fuera del país. A partir de allí se produce el doble desbarranco: el de la familia y el emocional de una mujer engañada que sigue amando a su hombre al punto de la locura y pese a la claridad brutal de las evidencias presentadas por el policía, personificado impecablemente por Néstor Savino.
La obra suscita emociones varias. Uno se pregunta una y mil veces cómo puede ser que se acaben las historias de amor, como en la escena donde Humberto -en excelente actuación de Rubén Pérez– y Amorina -logradísima Mary Bustos– , en medio del tumulto por el inminente abandono del marido, recuerdan sus épocas de novios. También por qué el amor de madre nunca alcanza para retener a los hijos, y por qué toda la devoción de una mujer por el hombre al que más amó en su vida no llega a evitar que este deje de amarla. Las tensiones propias de estas situaciones se ven aliviadas por las intervenciones casi caricaturescas de la criada, Luisa (Lucía Olguín), que hace gala de sus amoríos frente a Silvana (María Ciancio), la típica tía solterona “que le reza a San Antonio”. Tanto Olguín como Ciancio pusieron su cuota de comicidad dentro de lo dramático de la historia.
El sentimiento de abandono y soledad queda muy bien logrado en la escena final. Bustos se encargó de personificar cuidadosamente a la típica ama de casa, esposa y madre y que queda absolutamente sola en el comedor de un hogar, también en soledad. Es la clara imagen de una casa en la que alguna vez sus habitantes fueron felices. Viviana Aubele
Se dio hasta diciembre 2016
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