Ciclo OFBA – Concierto 8 – Ludwig van Beethoven: Obertura Egmont Op.84 – Sinfonía Nº 8 en Fa mayor Op.93 – Sergei Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta Nº 2 en do menor – Orquesta: Filarmónica de Buenos Aires. Piano: Nikolai Luganski – Director: Srba Dinić
La Obertura Coriolano, Op. 62, de Ludwig van Beethoven, abrió el concierto. Estrenada en 1807, inaugura el grupo de obras que abordan temas tan caros al compositor: la opresión, la libertad de los hombres y de los pueblos, y la hermandad universal, presentes también en la Sinfonía Nº 3 (Eroica), la ópera Fidelio, el texto de la Fantasía para piano, coro y orquesta, Op. 80, y el Himno a la Alegría de Friedrich Schiller en el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía.
Inspirada en Coriolan, de Heinrich von Collin, la obra retrata a un jefe militar que se enfrenta al sistema y a los plebeyos, quienes finalmente lo condenan —junto a su familia— al exilio. Cada estado de ánimo y cada personaje tienen su representación musical, anticipándose en cierto modo al leitmotiv wagneriano. Coriolano se une a sus antiguos enemigos, los volscos, para destruir Roma, pero, deslumbrado por la ciudad, se siente incapaz de arrasarla y opta por una decisión radical: el suicidio.
El director Srba Dinić retrató con precisión las diversas instancias de la historia sabiamente distribuidas entre los instrumentos de la orquesta. La transmisión en streaming fue notable y marcó en primeros planos los instrumentos que se destacaban en cada sección, con una dirección de cámaras atenta al desarrollo de la partitura
La Octava Sinfonía no tuvo la aceptación que logró la Séptima Sinfonía en tiempos de Beethoven. Cuando su alumno de piano Carl Czerny le preguntó por qué, Beethoven respondió: «Porque la Octava es mucho mejor». Mientras que la Séptima Sinfonía tiene mucho en común con la Tercera Sinfonía (Eroica), la Octava es una obra casi «neoclásica» La única de las sinfonías de Beethoven que no tiene dedicatoria, se estrenó en 1814, en otro concierto con la Séptima Sinfonía y la Victoria de Wellington. La obra no tiene introducción, ni acordes, sólo un salto desde el comienzo. Tampoco tiene un movimiento lento, aunque tiene un Allegretto que, curiosamente, suena como un metrónomo, como la Sinfonía Nº 101 en Re mayor de Franz Joseph Haydn. El final es impetuoso, aunque comienza vacilante. Una importante interrupción nos lleva a la coda, una de las más largas del compositor.
Dinić demostró un profundo conocimiento de la obra, y estableció una química con la orquesta, que se mostró dúctil a las indicaciones del maestro.
Con el recuerdo de la reciente interpretación del Concierto para piano Nº 2 de Serguei Rachmaninov en el Festival que tuvo lugar hace dos años junto a Nelson Goerner, la nueva versión de Dinić con la Filarmónica se adaptó perfectamente a la concepción de Nicolai Lugansky en un ejemplo de flexibilidad artística. Lugansky es un pianista profundo, que bucea en lo más hondo, haciendo resaltar voces y planos escondidos, al punto en que nos hace sentir que la obra más interpretada del compositor tiene elementos que antes no habíamos percibido y nos mantiene en vilo esperando qué es lo que va a llegar en los próximos compases.
Haciéndose esperar, y ante los rugidos del público y de la orquesta en pleno, Luganski, continuando en “modo Rachmaninov” obsequió una hermosa versión del bello Preludio Nº7 en do menor Op.23 dando fin a una velada perfecta. Estela Telerman
Fue el 9 de agosto de 2025
Teatro Colón
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