La Gaviota – Actúan: Muriel Santa Ana, Diego Cremonesi, Juan Cottet, Carolina Kopelioff, Vando Villamil, María Inés Sancerni, Mauricio Minetti, Pablo Caramelo, Carolina Saade, Diego Sánchez White, Fernando Sayago, Alejandro Vizzotti, Jimena Villoldo – Escenografía y Vestuario: Jorge Ferrari – Iluminación: Gonzalo Córdova – Música y Sonido: Jorge Haro – Dramaturgia: Antón Chéjov – Traducción: Alejandro Ariel González – Dirección: Rubén Szuchmacher
El teatro de Antón Chéjov tiene un color particular, fácilmente identificable, que se repite en varias de sus obras más importantes. Una buena referencia es El jardín de los cerezos, que el Teatro San Martín presentó en 2014 en una bella versión de Helena Tritek. Acaso sea una mirada sobre la vida, vinculada al naturalismo teatral, con un punto de vista donde se aprecia el mundo a través de ese siempre implacable crisol que es el paso del tiempo. Salvando la época, las distancias y los estilos, es un poco como lo que cantaba John Lennon: «I’m just sitting here watching the wheels go round and round. I really love to watch them roll».
Chéjov plantea una situación que en principio puede parecer anecdótica, aunque a partir de ella se irá tejiendo el drama. Porque entendemos que se trata de un drama trágico, incluso cuando el propio Chéjov se haya referido a La gaviota en términos de comedia. Tenemos a un joven dramaturgo, de cierto talento: Konstantín Triéplev, quien planea mostrar su nuevo trabajo en un improvisado teatro a orillas de un lago, en una villa de descanso, ante un grupo de familiares y conocidos.
Dos personajes serán particularmente importantes entre estos espectadores. En primer lugar, su madre, la famosa actriz Irina Arkádina, quien demuestra una particular inclinación a ser siempre ella el centro de atención. Luego, un afamado escritor, Boris Trigorin, quien no solo ocupa el lugar al cual Konstantín quisiera acceder, sino que además mantiene un amorío con Irina. La gaviota fue estrenada en 1896, pero son muy evidentes las resonancias psicoanalíticas que anticipa su trama.
Hay un cuarto personaje central: la joven Nina, por quien Konstantín manifiesta un claro interés romántico. Ingenua y deseosa de triunfar como actriz, incluso en contra de los deseos de su familia, ella es la encargada de representar la obra de su pretendiente, que será incomprendida y ridiculizada por el grupo, en particular por Irina y Trigorin. Como en un perverso juego de espejos, Nina buscará imitar el éxito que supo tener Irina y para ello se dejará seducir por Trigorin, precisamente ese adversario artístico cuyo renombre desearía para sí Konstantín.
También está la gaviota del título, por supuesto, que es ese animal que en un momento dado puede parecer majestuoso, para pasar al momento siguiente a ser algo sin ninguna relevancia particular, pasible de ser asesinado sin que medien razones ni remordimientos, algo que puede ser descartado como una auténtica nada. La gaviota es la metáfora. Cualquiera de nosotros podría ocupar ese lugar. La indiferencia de los demás, los desencuentros, o en última instancia el paso del propio tiempo, verán que lo ocupemos, más temprano que tarde.
Lo que más parece importarle a Chéjov es la intrascendencia que se oculta detrás del transcurso de los años. Mostrar el deterioro inevitable que el tiempo causa sobre las cosas y los seres. Por eso nos atrevemos a desmentir al autor en cuanto a calificar su obra no como comedia, sino como un drama, como una tragedia, vinculada al sinsentido esencial del devenir del tiempo.
La puesta de Rubén Szuchmacher es impecable, al igual que todo el elenco, encabezado por una estelar Muriel Santa Ana como Irina, aunque para ser justos todos los actores se lucen en similar medida, también en los roles secundarios. Celebramos que el Complejo Teatral de Buenos Aires colabore en recuperar obras del gran teatro clásico con este nivel de calidad.
Teatro dentro del teatro, la esencia de la obra de Chéjov acaso aparezca plasmada en parte del monólogo supuestamente escrito por Konstantín Triéplev, que Nina Zariéchnaia declamará dos veces, la primera en el escenario montado al costado del lago, y la segunda —años más tarde— ensimismada en una especie de déjà vu lindante con el extravío: «¡Gentes, leones, águilas y codornices! ¡Ciervos astados! ¡Gansos! ¡Arañas! ¡Peces silenciosos que poblaban el agua! ¡Estrellas del mar y demás seres que el ojo humano no alcanza a ver!… ¡Vidas todas, vidas todas, vidas todas, en suma, que giraron sobre un triste círculo y se apagaron! Hace ya mil siglos que la tierra no contiene ni un solo ser vivo, y que esta pobre luna enciende en vano su farol».
El tiempo borra todos los rastros, parece decirnos Chéjov. Mientras nosotros seguimos sentados, persiguiendo la fama, evanescentes objetivos de trascendencia, mirando girar las ruedas, o las manecillas de los relojes. Germán A. Serain
Miércoles a sábados a las 20.30
Domingos a las 19.30
(hasta 15 de noviembre 2025)
Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530 – CABA
Comprar entradas
Rubén Szuchmacher en este Portal
Antón Chéjov en este Portal
Comentarios