La Chacona en Re menor de Johann Sebastian Bach, según el mismo James Rhodes confiesa, le salvó la vida. En rigor, la confesión es un poco más amplia y reza, textualmente: «Me violaron a los seis años. Me internaron en un psiquiátrico. Fui drogadicto y alcohólico. Me intenté suicidar cinco veces. Perdí la custodia de mi hijo. Pero no voy a hablar de eso. Voy a hablar de música. Porque Bach me salvó la vida. Y yo amo la vida».
James Rhodes es un pianista británico, nacido en 1975, hoy residente en Madrid, famoso por su activismo en contra de los abusos sexuales en la infancia. Y un destacado intérprete de Bach, por supuesto. Aunque su aspecto y sus maneras, para quien no lo conozca de antemano, puedan parecer más cercanos a lo que acaso cabría esperar de una estrella de rock, tatuajes incluidos.
James da sus conciertos ataviado con jeans, zapatillas y remera, comparte con el público comentarios musicales y opiniones propias, sin detenerse jamás en la corrección política. Esto ha hecho que la crítica especializada a menudo haya intentado destrozarlo. «Rhodes es seguramente uno de los diez mil mejores pianistas del mundo», comentó alguna vez alguien con ingenio. Pero más allá de sus habilidades interpretativas (¿desde cuándo ser un virtuoso se ha convertido en un requisito para ser un buen intérprete?), Rhodes es un buen concertista, que por añadidura ha comprendido cómo conectarse con su público.
James estudió en un colegio privado londinense, donde fue abusado por su profesor de educación física, lo cual le dejó serias secuelas: desorden alimenticio, lesiones en su columna vertebral y un serio trastorno por estrés postraumático. De allí derivará su historial de excesos, autolesiones y múltiples intentos por derrumbar su vida. A raíz de esta experiencia publicó un libro titulado Instrumental: Memorias de música, medicina y locura, luego de un arduo proceso judicial que pretendió silenciarlo. Para entonces el piano, que había aprendido a tocar de manera casi exclusivamente autodidacta, ya se había convertido en un instrumento no solamente musical, sino de sanación.
Su primer disco, publicado en 2009 e integrado por obras de Bach, tiene un título elocuente: Razor Blades, Little Pills and Big Pianos. «Sólo el sonido del piano consiguió, y aún hoy lo consigue, acallar mi ruido interior», ha dicho en alguna entrevista. También ha expresado, por ejemplo: «La música clásica me la pone dura». Así comienza, literalmente, su primer libro. Y de inmediato añade: «Ya sé que para algunas personas esta quizá no sea una frase muy adecuada. Pero si quitáis la palabra «clásica», a lo mejor ya no está tan mal. Puede incluso que entonces pase a ser comprensible. Porque entonces, gracias a la palabra «música», tendremos algo universal, algo emocionante, algo intangible e inmortal».
Algún desprevenido podría llegar a pensar que Rhodes está enfrentado a la música clásica. Pero sucede exactamente al revés: él reacciona a quienes, dentro de la música clásica, pretenden mantenerla como una forma de arte para pocos. «Para disfrutar de la música clásica no es necesario usar corbata ni saber en qué momento exacto debe aplaudirse. Todo eso es una estupidez. Hay gente que quiere mantenerlo como algo complicado, muy académico, muy inteligente. Pero la verdad es que se puede disfrutar de la música clásica con los ojos cerrados».
«Sin embargo, una va a un concierto de música clásica y entra un hombre en frac, mira como enfadado al público, toca y se va. No habla con nadie, lleva esa ropa tan ridícula… Hay una serie de muros entre la gente y la música. Yo llevo esta ropa porque estoy cómodo. Y hablo con los espectadores porque es importante que tengan un contexto sobre lo que van a escuchar sin tener que ponerse a leer un ensayo sobre Beethoven».
Habiendo tocado música clásica tanto en festivales de jazz como de rock, James Rhodes dice creer que existe una razón por la cual obras escritas hace tanto tiempo se siguen escuchando. «No sé si dentro de doscientos años seguiremos escuchando a Justin Bieber, pero sí sé que la música de Bethoven y Bach será todavía importante. ¿Por qué? Supongo que porque nos proporciona la clase de emociones que necesitamos. Y porque no existe nada tan universal como la música. La historia de mi vida demuestra que la música es la respuesta a aquello que aparentemente no la tiene». Germán A. Serain
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