Frankenstein (Estados Unidos, 149 minutos, 2025) – Género: terror, ciencia ficción – Elenco: Oscar Isaac, Jacob Elordi, Christoph Waltz y Mia Goth – Fotografía: Dan Laustsen – Arte: Brandt Gordon – Guion y Dirección: Guillermo del Toro
Guillermo del Toro vuelve a la gran pantalla con Frankenstein, adaptación de la famosa novela de Mary Shelley. Desde el primer minuto, esta nueva versión de la historia se instala en un territorio distinto al planteado por la novela en donde la criatura abandona su aura trágica y pasa a ser una figura de acción puramente tenebrosa. Del Toro despliega nuevamente esa imaginación que caracteriza a sus personajes.
La película sigue al joven Víctor Frankenstein (Oscar Isaac), obsesionado con desafiar los límites de la vida y la muerte a partir de la creación de una criatura hecha de fragmentos humanos. Pero la adaptación del director altera profundamente el espíritu de la conocida historia. El film convierte la búsqueda científica en un gesto impulsivo, casi adolescente, donde la ambición del protagonista, más caprichosa que intelectual, lo conduce a un experimento sin reflexión alguna. La historia se mueve en un ida y vuelta entre Víctor y su creación, aunque nunca llega a construir el conflicto moral que sostiene la novela.
El desvío narrativo dialoga directamente con la elección estética. Al comienzo del film se opta por un registro cercano a la ciencia ficción y la acción, un giro inesperado que despoja la historia de su espesor dramático y la acerca más a un producto que a una relectura del conocido clásico. Todo parece pensado para el impacto visual: los travellings permanentes, la acumulación de efectos digitales, el CGI que nunca intenta disimular su artificio y la música constante. Todo dentro del film se vuelve plástico, como si estuviese construido más por una computadora que por una mano creativa. Esa exageración técnica, lejos de dotar al mundo de textura, lo vuelve distante y frío al igual que otras películas contemporáneas como Wicked.
Hay, sin embargo, pequeños momentos donde Del Toro encuentra un impulso verdadero y acierta con sus decisiones. La relación entre Víctor y su madre, teñida de un tono gótico que remite directamente a La cumbre escarlata —célebre película del director—, funciona a la perfección. El vestido rojo que lleva ella parece un eco deliberado de aquel film y, por un instante, la puesta en escena recupera un espesor emocional que se traslada a lo cinematográfico. Sin embargo, otras decisiones desconciertan. La familia vive en una mansión que contradice cualquier idea de pobreza que el guion intenta sugerir y la historia abandona subtextos que podrían haberle dado relieve y profundidad a sus personajes.
Las actuaciones acompañan esta falta de coherencia. El elenco, en teoría envidiable, no encuentra su camino en la interpretación con emociones que nunca terminan de aflorar. Sin embargo, Mia Goth logra sortear el artificio digital planteado tanto por la puesta en escena como por las actuaciones, al aportar una intensidad emocional que la película necesita desesperadamente. Christoph Waltz, quien encarna un personaje inventado, se convierte en la presencia más sólida del film. Su papel, quizá el mejor construido, revela la distancia entre un actor que domina su oficio y varias jóvenes promesas que todavía buscan su voz. El protagonista, encarnado por Oscar Isaac, queda atrapado en una versión de Víctor Frankenstein ambiciosa, caprichosa y difícil de comprender. Sus motivaciones, y las de su hermano que casi lo acompaña en la aventura por inercia, flotan en la superficie sin llegar a tener espesor psicológico.
La criatura, interpretada por Jacob Elordi, aparece caracterizada con una violencia inexplicable que responde más a un gesto estético que a un conflicto interno del personaje. Sus ataques y decisiones parecen satisfacer constantemente la necesidad de componer un cuadro impactante antes que una lógica emocional del mismo personaje. Esa insistencia en subrayar o explicitar hace que le film funcione casi sin subtexto. Todo está dicho, remarcado, puesto en primer plano. El sello de Netflix se siente en esa simplificación de la gran novela, en esa ausencia de pequeños pero importantes detalles que le permiten al espectador continuar la reflexión luego de la finalización del film.
Al inicio, durante un breve tramo, Frankenstein encuentra un clima de terror eficaz, casi hipnótico. La música, el arte y la luz se alinean para construir un mundo que podría haber sido extraordinario y propio del director. Pero la película no confía en su propio comienzo y prefiere abandonar la densidad psicológica del mito para lanzarse a una sucesión de momentos visualmente impactantes pero que desentienden el fondo ético y emocional de la historia.
En sus anteriores films, Del Toro había demostrado que lo monstruoso podía ser un camino hacia lo humano. Aquí, en cambio, lo monstruosamente visual se vuelve un fin en sí mismo. Frankenstein se queda en la superficie de su propia belleza. Al final, lo que queda es una película que respira por la vista, pero no por la historia. Una obra que, en su afán de ser deslumbrante, deja de lado aquello que la podría haber hecho verdaderamente memorable. Victoria Varacalli
Disponible en Netflix
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