LA DESOBEDIENCIA DE MARTE, brutal contraste

De cómo desvirtuar una propuesta interesante

La desobediencia de Marte Actúan: Osmar Núñez, Lautaro Delgado Tymruk – Escenografía: Matías Otálora – Iluminación: Horacio Efron – Vestuario: Luciana Gutman – Autor: Juan Villoro – Dirección: Marcelo Lombardero 

El escenario del auditorio del Centro Cultural de la Ciencia, magnífico lugar emplazado en el Polo Científico Tecnológico del barrio de Palermo, estaba acondicionado para que Tycho Brahe y Johannes Kepler develaran el enigma de las órbitas de los planetas; sobre todo del errático y desobediente Marte. La diapositiva que se proyectó al inicio de la función servía para poner “en autos” al público, conocedor de astronomía o no. El vestuario de los artistas era el apropiado: nada de anacronismos, nada de hacer lucir ropas del siglo XXI a dos astrónomos muertos hace ya siglos, ni mucho menos. El lenguaje, también apropiado para un diálogo entre sabios en un castillo de Praga del año 1600.

En La desobediencia de Marte, obra coproducida por el mencionado Centro y el Teatro Cervantes, el mexicano Juan Villoro parece querer indagar más allá de las órbitas y de los planetas. Entre tragos, elogios y chicanas, Brahe (Osmar Núñez) y Kepler (Lautaro Delgado Tymruk) discurren, se refutan, se admiran, se recelan. Núñez es un Tycho Brahe socarrón, de buen pasar, en el ocaso de su vida; mientras que a Delgado Tymruk lo posee un Johannes Kepler joven, de mente brillante e impetuoso, ambos muy bien marcados por Marcelo Lombardero. Definitivamente se trata de un choque de planetas, un duelo entre dos de las mentes más brillantes de su tiempo, un debate sobre astronomía que prometía además abordar temas filosóficos.

El contraste brutal llega de manera inesperada, como si nos sacara de un hechizo, y el tono cambia radicalmente. Lo que parecía que iba a derivar en una jugosa disertación sobre los problemas del universo, sobre el destino del ser humano y su lugar en el cosmos derrapa en una charla que hace más gala del uso de palabras rayanas en la grosería que en un coloquio serio y sentido. El clima se corta brutal y abruptamente. La misma apertura de la obra podía hacer pensar al público que, por poco que supiera de astronomía, una obra ambientada en la Europa del siglo XVII con Brahe y Kepler como personajes podía proveer al espectador de una serie de datos sabrosos sobre un área que quizás no sea del gusto de todos. La idea de Villoro de hacer confluir dos épocas, dos estilos de pensamientos y dos generaciones, si tan solo se hubiese reducido la cantidad de malas palabras, innecesarias en su gran mayoría, que se escucharon en la segunda parte de la obra.

El Teatro Nacional Cervantes es uno de los orgullos de nuestro país que otrora supo recibir en sus salas actores de gran talla para representar grandes obras de la literatura. ¿Será que la dirección que ha tomado en los últimos años parece estar lejos de aquella impronta que quisieron darle sus creadores, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza? ¿Por qué los dramaturgos de hoy se rinden a la comodidad de adornar sus textos con chabacanerías que no vienen al caso? Con la riqueza que tiene la lengua española y la abundancia de autores de gran renombre de la literatura hispanoamericana, sorprende que los autores de estos tiempos crean (y nos quieran hacer creer) que es cool apelar a palabras vulgares y vacías de contenido. Viviana Aubele

Viernes a domingos a las 20
(hasta fin de julio 2023)
Centro Cultural de la Ciencia
Godoy Cruz 2270 – Cap.
Entradas gratuitas por Alternativa
Marcelo Lombardero en este Portal
Sitio Web de Juan Villoro
teatrocervantes.gob.ar

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