Una casa de dinamita (2025, EE.UU. 2025) – Elenco: Idris Elba, Rebecca Ferguson, Gabriel Basso, Jared Harris, Tracy Letts, Alex Urrea, Moses Ingram, Jonah Hauer-King, Greta Lee, Jason Clarke, Brian Tee, Brittany O’Grady, Gbenga Akinnagbe, Willa Fitzgerald, Renee Elise Goldsberry, Kyle Allen, Kaitlyn Dever, Abubakr Ali – Música: Volker Bertelmann – Guion: Noah Oppenheim – Dirección: Kathryn Bigelow.
La base argumental de Una casa de dinamita (A House of Dynamite) es por demás sencilla: un día cualquiera, en una base de monitoreo militar de los Estados Unidos, es detectado un misil balístico de procedencia desconocida. Al comienzo se presume un ejercicio militar de rutina, realizado por alguna de las naciones del bloque geopolítico adversario. Pero pronto queda claro que ese misil no forma parte de una práctica, sino que se encuentra en trayectoria de hacer impacto contra una populosa ciudad estadounidense. A partir de ese momento, el tiempo para reaccionar comienza a correr.
Aquí termina cualquier parecido con una producción tipo de Hollywood. La película, producida en este caso por Netflix, narrará la misma secuencia de acciones tres veces, desde tres perspectivas diferentes, a partir del momento en que se descubre el misil, cuya peligrosidad en un primer momento se desestima, y hasta unos segundos antes de un impacto inevitable, que sin embargo no llegaremos a ver en pantalla, pues el relato termina justo antes. No habrá imágenes de la explosión, ni de la devastación, ni que se detengan en los presumibles miles de muertos. No sabremos si el misil estaba o no armado con una cabeza nuclear, ni sabremos la cantidad de víctimas, ni por quién fue lanzado. Y tampoco cuál será o no la gestión del previsible contraataque.
Porque lo que le importa al guionista Noah Oppenheim es mostrar la incertidumbre en cuanto a la necesidad de tomar decisiones difíciles en medio de una crisis. Decisiones que a su vez tendrán eventuales consecuencias de una gravedad difícil de calcular, pero sin lugar a dudas severas. En este sentido, el film probablemente le deje gusto a poco a quienes busquen las típicas escenas que son propias del cine de acción. Pero el verdadero valor de esta producción pasa por poner de relieve un dilema que ha sido largamente abordado por la teoría de juegos, que estudia las interacciones estratégicas que tienen lugar entre los participantes de ciertas dinámicas en las cuales cada decisión de uno afectan de manera inevitable a los demás.
El problema de muchos juegos es que el propósito de maximizar el beneficio propio, eso que lleva a ganar o a perder el juego, no se mide en términos objetivos, sino siempre en relación a las eventuales pérdidas de ese otro contra quien se compite. En este marco, hay situaciones en las cuales ganar una partida equivale a tener que hacer frente a pérdidas cuantiosas. En la lógica relativa de un juego, esto no importa, porque el único objetivo es vencer al contricante. Pero en el mundo real las cosas son muy distintas: en el mejor de los casos, al adversario le habrá ido peor; pero esto no significa que la supuesta victoria en realidad no oculte pérdidas que en rigor de verdad hubiese sido preferible no asumir.
Quien comprenda el planteo de Una casa de dinamita, en especial el dilema al cual se enfrenta el presidente norteamericano, interpretado por Idris Elba, en la escena final, se habrá llevado una valiosa lección, que eventualmente le podrá servir para casi cualquier situación de la vida. Esta lección es que hay juegos que sencillamente no pueden ganarse. A lo sumo podrán minimizarse las pérdidas. Pero en ocasiones el mayor beneficio sería salirse del juego lo antes posible, incluso antes de hacer la primera jugada, aceptando gustosos la pérdida menos significativa. Por el contrario, cualquier movimiento que se realice acaso logre ahondar las pérdidas del contrincante; pero también sucederá lo mismo con las propias. Germán A. Serain






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