La ira de Dios (Netflix – 2022) – Reparto: Juan Minujín, Macarena Achaga, Diego Peretti, Mónica Antonopulos, Guillermo Arengo, Romina Pinto, Ornella D’Elía, Germán de Silva, Santiago Achaga, Juanita Reale – Autor: Guillermo Martínez – Música: Iván Wyszogrod – Fotografía: Fernando Lockett – Guion: Sebastián Schindel y Pablo del Teso – Dirección: Sebastián Schindel
En El lago de los cisnes hay dos fuerzas antagónicas en pugna: el bien, representado por Odette, y el mal, simbolizado por Odile, el cisne negro. Estos dos personajes del ballet de Tchaikovski conforman el título del último libro de Kloster (Diego Peretti), un enigmático escritor con una tragedia familiar a cuestas que involucra a su mujer (Mónica Antonópulos), bailarina frustrada, y a su pequeña hija (Juanita Reale). El éxito editorial de Kloster es apabullante. Decenas de lectores se apiñan en la sala de una conocida librería (ex teatro) de Buenos Aires para escuchar párrafos del libro leídos de labios de su autor y llevarse un ejemplar autografiado. Y de repente, un suceso que lleva a la acción a una década antes: Luciana (Macarena Achaga) tiene algo que contarle a Kloster acerca de Valentina (Ornella D’Elía), y del resto de su familia, cuya cabeza es pastor. En el medio está Esteban Rey (Juan Minujin), un escritor eclipsado por la sombra de Kloster y que terminó dedicándose al periodismo, e intenta, con más dudas que eficacia, ayudar a Luciana.
La ira de Dios, el thriller psicológico ofrecido por Netflix, no sería más que eso: una película de suspenso, una del montón. La caracterización de Kloster (“monasterio”) no podía ser más vampiresca, las tragedias que acaecen en la familia de Luciana y en la del propio escritor pueden predecirse cual reloj. Salvo la labor de Minujin y la de Romina Pinto (la madre de Luciana), el resto no pasa de un prolijo desempeño. Peretti, de larga y reconocida trayectoria, no parece hacer demasiado distingo entre su papel de pastor corrupto en El Reino y el de un escritor exitoso en los números de venta de libros y en sus finanzas personales, pero cuyo trastorno de personalidad lleva a la ruina a Luciana y los suyos.
Sin embargo, la película, sea que Sebastián Schindel (su director) lo supiera o no, describe acabadamente los rasgos de un psicópata integrado. Kloster, el cisne negro, podría catalogarse como prototipo de estas personalidades complejas: gran encanto personal, esposo y padre ejemplar para los de afuera pero no tanto para los de adentro, una grandiosidad que oculta un falso self, carencia de empatía, remordimiento o culpa, y un desequilibrado sentido de derecho. El modus operandi que Kloster despliega es el característico de estos “vampiros” emocionales: inusitada habilidad para dar vuelta las cosas para su favor, gaslighting, manipulaciones constantes, difamaciones, mentiras seriales, estudiar a la víctima para luego usar esa información en su contra, triangulaciones, imposibilidad de reconocer su trastorno… Kloster manifiesta prácticamente todas estas cuestiones sin que se le mueva un pelo y descarga sobre Luciana su ira psicopática con diabólica impavidez y refinada crueldad.
Estos mini-dioses, o “soles negros”, conforman no menos del 1 por ciento de la población mundial y de sus estragos ha comenzado a hablarse con pelos y señales en los últimos años. Contrariamente a lo que el común denominador cree, los psicópatas integrados pululan en la sociedad, alejados de la imagen de Hannibal Lecter, sueltos y sin que se los reconozca, salvo por sus víctimas. En La ira de Dios, de las más vistas en estos últimos días por Netflix, bien podrían haber aportado su granito de arena los doctores Robert Hare e Iñaki Piñuel, autoridades en materia de psicopatía integrada. O, cuanto menos, podrían darse un pantagruélico atracón. Viviana Aubele
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