Por suerte me tengo a mí – Intérpretes: Mercedes Speroni, Silvina Tenenbaum – Vestuario: Catalina Pieres – Iluminación: José Binetti – Video: Pedro Speroni – Dirección: Mercedes Speroni
En clave catártica, la bailarina y directora Mercedes Speroni se adentra en sus vivencias más íntimas y traumáticas y las traslada al cuerpo. A partir de un cruce entre danza contemporánea y butoh, se anima a enfrentarse al miedo. Así nace Por suerte me tengo a mí.
Dos bailarinas: ella y su monstruo. No como antagonista, sino como una entidad que acompaña y sostiene. Sus movimientos se asemejan, aunque en la cadencia y dinámica de cada gesto el espectador percibe los distintos rasgos que definen a cada personaje. La calidez de los dúos contrasta con las variaciones de Speroni. Cada vez que queda sola en escena, su baile emana un dolor palpable, cargado de una violencia no agresiva. El público se encuentra ante un cuerpo atravesado por el sufrimiento.
El uso del espacio —juegos de frentes y contrafrentes, diagonales y sombras que parecen querer escapar por las paredes— introduce a la audiencia en la desesperación de su protagonista. Con claras referencias al repertorio del ballet clásico —La muerte del cisne—, rápidamente se asocia el monstruo azul con un pájaro que se esfuerza por brillar, pero que, si no se lo cuida, amenaza con morir.
La iluminación cumple un papel central: no solo da forma al clima y las sensaciones que atraviesan los personajes, sino que colabora con el desarrollo de la trama. Anticipa el avance del azul sobre la negación de la protagonista. La respiración de las bailarinas, así como la música —que muta de piezas clásicas a canciones pop y a temas electrónicos—, se convierte en un elemento sonoro más, capaz de aportar pistas sobre los estados de ánimo evocados y de promover el curso narrativo entre distintas escenas.
Aunque Por suerte me tengo a mí intenta nutrirse de recursos audiovisuales, el uso del video —tanto al principio como al final— cumple un rol limitado. Contrasta con los pocos elementos escenográficos presentes: un espejo y corazones que anuncian temas como la identidad y el pulso propio de la vida.
El vínculo entre las bailarinas y sus representaciones se evidencia desde el comienzo, especialmente en el vestuario. Formas, telas y colores reflejan atributos propios de cada una que habitan, a la vez, en la otra. Silvina Tenenbaum no solo luce su rostro maquillado en azules, sino que su traje brilla en esa tonalidad. El cuello y las mangas de la blusa —exagerados en volados— replican la tela, el color y el movimiento del traje de su compañera. Mercedes Speroni, envuelta en cremas y blancos, revela en el interior de su remera un ovillo azul. Conectadas desde la forma. Conectadas desde la danza. Cuando aparece el contacto físico entre ambas, se muestra sugerente: por momentos, el diálogo de los cuerpos adquiere tintes sensuales, en consonancia con la temática de la sexualidad que interesa a la creadora.
En determinado momento surge el contacto directo con el público a través de la palabra. Este recurso rompe la atmósfera construida e introduce una molesta literalidad, que luego la danza se encarga de resignificar. Candelaria Penido
Domingos a las 20
(hasta octubre 2025)
El excéntrico de la 18º
Lerma 420 – CABA
(11) 6801-6092
Dur.: 55 minutos
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