Antes de hablar de la Mujer mirando al mar, del médico Mario Magrini, recordemos algunas historias de Mar del Plata. El escultor Luis Perlotti (1890-1969) y Alfonsina Storni (1892-1938) fueron grandes amigos, y tan entrañable fue la amistad entre ellos, que Perlotti dedicó un monumento a la poetisa que eligió el mar para acabar con su vida. El Monumento a Alfonsina Storni está emplazado desde 1942 en la Perla, sobre la avenida Peralta Ramos, y ha sido un punto de interés turístico durante décadas. Se trata de un relieve en piedra que representa a la infortunada escritora, ropajes al viento, entregándose al piélago. El monumento sorprende por su sencillez, pero no deja de mover nuestras fibras más íntimas, pues parece recrear los últimos instantes de vida de Alfonsina antes de que el mar se la tragara.
No es el único monumento de Perlotti: en la rotonda de la avenida Luro está el monumento a San Martín. Mar del Plata cuenta también con un importante acervo escultórico que, además de embellecer la ciudad, la dota de un singular interés cultural. No obstante, suelen pasar inadvertidas para los miles de turistas que aprovechan las vacaciones o los fines de semana largos para distenderse. Sacando los conspicuos lobos marinos que guardan cual cancerberos el acceso a la Rambla, ¿cuántos de nosotros nos hemos dado cuenta de que Cervantes tiene su propio monumento, de que en la Plaza San Martín hay un copón Medici, de que existe una Fuente de las Nereidas -traída por Carlos Thays- en Plaza Rocha? ¿A cuántos nos resultan familiares los nombres de Hildeberg Ferrino o del mismo Luis Perlotti?
En agosto de 2020, el sitio web regionmardelplata.com informó que el Poder Ejecutivo de esa ciudad elevó al Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza con el fin de que la Feliz tuviera un registro de su rico patrimonio, que según el medio mencionado, no bajaría de 200 piezas diseminadas en toda la ciudad. Un dato que llama la atención, pues no se puede entender cómo una ciudad de la importancia de Mar del Plata no tiene aún resuelta esa cuestión.
En este marco donde parecen imperar la desorganización y la anomia, dentro del “yo hago lo que quiero”, fue que en Playa Chica apareció “de la nada” una mínima escultura de lo que sería una muchacha con las piernas recogidas, mirando hacia el mar. Los medios dan cuenta de la sorpresa de turistas y habitantes. Al parecer, las autoridades no tenían la menor idea de cómo esa obra habría llegado hasta allí. Cual una ola imparable, los turistas concurrieron en masa a sacar y sacarse fotos. El valor artístico y estético de la escultura es una cuestión debatible y que seguramente no dará espacio a que se llegue a un acuerdo en ese sentido. Contrastada con las esculturas que hay en Mar del Plata, se hace patente que carece de la técnica y el profesionalismo que evidencian aquellas. Pero sobre gustos, nada hay escrito.
A través de los medios se convocó al ignoto autor, que resultó ser Mario Magrini, un reconocido cirujano plástico de la zona. Una recorrida por la galería de arte virtual de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora —entidad de la que Magrini es representante regional—permite apreciar sus propias obras de arte como de otros profesionales que, por supuesto, tienen todo el derecho del mundo de manifestarse en el plano artístico.
Sin embargo, pese a las mejores y más nobles intenciones que haya tenido Mario Magrini, la cuestión es irregular por donde se la mire. Así y todo, parece que a las autoridades marplatenses poco les importa. Desde la Villa Ocampo, el secretario de Cultura Carlos Balmaceda, y Constanza Addiechi, directora de Restauración de Monumentos Históricos, informaron a la sociedad sobre los intentos de regularizar algo que, amén de sorprender a todos, no deja de sentar un peligroso precedente.
¿Qué conocimientos y/o pericia tendría Magrini, o quien haya emplazado la estatua ahí sobre normas de seguridad? La estatua está realizada en cemento, y teniendo en cuenta el lugar donde se colocó, cualquier persona con dos dedos de frente podría pensar que, si la estatua no está colocada como se debe, una tormenta con viento fuerte, el paso del tiempo o algún vándalo podría arrancarla de su lugar y lastimar a alguien o causar algún daño a un ciclista que pasara por ahí cerca. Como mínimo. Recordemos, por ejemplo, que en 1996 una escultura en el Paseo de la Infanta, en Buenos Aires, aplastó y mató a la niña Marcela Iglesias. Su familia aún espera que se haga justicia. En diciembre del año pasado ocurrió otro desastre en una plaza en Gualeguaychú, Entre Ríos, en que una parte del Monumento de Malvinas cayó sobre una niña de tres años. Y estamos hablando de esculturas o monumentos colocados por los municipios correspondientes, que supuestamente deben cumplir con estrictas normas de seguridad.
En nuestro país existe una curiosa tendencia a saltar de modo esquizofrénico de lo políticamente correcto a la transgresión más desbocada. Parece que está muy bien retirar a Cristóbal Colón detrás de la Casa Rosada, pero a ninguna de las autoridades ni al común de la gente parece hacerles ruido que un ciudadano cualquiera ponga en un lugar público su obra de arte, sin ningún trámite ni autorización previos y contra toda medida de seguridad.
No solo apabulla que el pensamiento de manada de los turistas los lleve a sacarse innumerables selfies con la impávida mujer, que ya figura en Google Maps como Escultura de la mujer mirando al mar, sino que quienes deben cumplir la ley y hacerla cumplir, no lo hagan. Encima se dan el lujo de felicitar y premiar en público a quienes, por más nobles que sean sus intenciones, transgreden las normas. Viviana Aubele