Reencontrarse después de 18 años tiene lo suyo. No sólo cambia uno físicamente, que en el caso de estos muchachos sería lo de menos. También cada uno ha ido cargando su mochila con diferentes vivencias, experiencias, trayectorias y dolencias. Nada es gratis en la vida, al punto que algunos no podrán -o no querrán- aceptar evoluciones o involuciones de los otros. Aún para un simple encuentro musical -que marcará el regreso de Los Ranchers– la cosa se complica. Los instrumentos no llegan. Mientras hacen tiempo comienzan a aparecer los fantasmas, las soledades, las frustraciones, lo que habría debido ser y no fué. Uno está sordo, otro está loco, otro es alcohólico… nada es lo que era antes, excepto el impulso y el apasionamiento por volver a la música y al momento de felicidad que llevan como un maravilloso recuerdo.
El texto -que figura como creación colectiva- es brillante. Conlleva humor y reflexión, mientras mezcla en sabias dosis las inmanejables vicisitudes de la vida diaria enfrentadas a la ilusión existencial. Lo hace con ironía y disparate, puesto en boca de un grupo de actores muy bien dirigidos por Bernardo Cappa. La personalidad de cada uno hace eclosión frente a la crisis del momento en donde no falta ni un corte de luz -no muy bien manejado desde la puesta en escena- que sume a todos en una mayor preocupación, como si fuera un símbolo de su luz interior. El escape será la comida, el alcohol… y el sexo. Desde la prostituta paralítica hasta el cadete de la pizzería -monotemático en su misión-, los personajes han sido tan bien delineados que subyugan con sus insólitos parlamentos, en un trabajo muy parejo. Sin embargo, es destacable la labor de Sebastián Mogordoy, en el papel del cura, con momentos desopilantes y sorprendentes.
Unos pocos elementos marcan la escenografía de la alicaída escuela, incorporando el mismo espacio de la sala con sus amplios ventanales que dan al característico patio, la enseña patria, un tiro balanceado, algunos pupitres, un curioso busto. También marcan la desolación de algunos y la depresión de otros. El vestuario ha sido muy bien diseñado y realizado, acorde a los años ’50. La trágica historia de esta banda de rockabilly es sumamente divertida. Martin Wullich
Se dio hasta octubre 2009
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