El profundo dramatismo de Un tranvía llamado Deseo, la obra escrita por Tennessee Williams, ha sido trasladado estupendamente a la ópera por André Previn. El compositor nos ofrece una partitura en donde cada nota tiene su correlato escénico, cada compás tiene su por qué, es de notable efectividad y está al servicio de los cantantes. Es claro por qué ha sido compositor y arreglador para la MGM. La música intensifica la impactante desventura propuesta por la historia, de un modo que sacude y conmociona, interpretada por la Orquesta Estable del Teatro Colón, dirigida con certeza por el competente irlandés David Brophy.
Desde los primeros efectos e imágenes proyectadas se advierte la régie puntillosa de Rita Cosentino, pródiga en detalles que retratan la intimidad de sus habitantes, con increíble precisión en cada ambiente de un hogar humilde. El diseño del baño permite que el espectador se convierta en voyeur y solo él vea la realidad de lo que allí. Cosentino también resolvió con sutileza una fellatio y una violación, además de marcar la violencia reinante, física y verbal.
La pregunta inicial de Blanche Dubois, dónde tomar el tranvía del título para llegar al hogar de su hermana Stella, es expresada como vaticinio de la desdicha. La narración toma cuerpo y crece la tragedia. Blanche confiesa “me veo tan vieja” y se inmiscuye en la vida de Stella instalándose en una casa sin las comodidades para recibirla. El texto de Un tranvía llamado deseo es profundo y marca el derrotero de la fatalidad así como la intensidad de los sentimientos: “no se puede describir al que se ama” o “la muerte es cara”.
Aun con un elenco parejo, el mayor lucimiento lo ofrece la soprano irlandesa Orla Boylan, en el personaje principal, de atractivo timbre e indiscutible volumen, dramática y expresiva. Suena melódica y fantasmal cuando imagina la muerte en el mar, suena convincente cuando afirma que es magia lo que trata de dar a la gente “y si eso es un pecado, que me condenen por él”. Suena maravillosa y delicada cuando expresa “whoever you are” en el impactante y precioso final.
Su compañera de cuerda, la norteamericana Sarah Jane McMahon, mucho más baja en volumen, suple con voz transparente, notable expresión y buen histrionismo, en el papel de Stella. Su marido en la ficción, el rudo Kowalski, está encarnado por el barítono David Adam Moore quien deja crecer al violento personaje y transmite con solvencia vocal sus características machistas. En una escena emite graciosamente un falsetto burlón.
El seductor Mitch está a cargo del tenor norteamericano Eric Fennell, quien brindó una buena representación lírica y actoral. La mezzo Victoria Livengood sorprendió con su particular timbre y sustanciación con el personaje de Eunice. En papeles menores están muy bien Pablo Pollitzer, Joaquín Tolosa y Alicia Cecotti , ella con el excelente recurso de la voz detrás de escena que marca el delirio. Aunque no cantó, Eduardo Marcos interpretó dignamente al médico.
El vestuario diseñado por Gino Bogani marca con precisión y conocimiento no solo la época sino las diferencias entre el supuesto universo aristocrático de Blanche, las estrecheces de Stella y la modestia de los vecinos. La iluminación de José Luis Fiorruccio delimita sutilmente cada momento, acomodándose a las proyecciones y momentos oníricos. El cabal diseño escenográfico de Enrique Bordolini no desdeña profusión de muebles y objetos que completan el mobiliario, ni torres de alta tensión como único paisaje de un barrio que reflejan la pobreza reinante.
Entre agresiones y seducciones, mentiras y culpas, desquicios y emociones, sexualidad y sensualidad, transita Un tranvía llamado Deseo, al compás de una partitura que deja entrever variopintas influencias musicales, tamizadas por el talento de un gran compositor. Martin Wullich
Fue el 10 de mayo de 2019
Teatro Colón
Libertad 621 – Cap.
(011) 4378-7100
teatrocolon.org.ar
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