Tentadora propuesta para invitar y pensar: el Trío Williams e invitados especiales. La relación del intérprete con el instrumento sucede en completa soledad. No importa que al lado haya otros, ellos también están solos. Lo expresan cuando se miran: Paula Gelpi (piano) enfoca a Nicolás Favero (violín I) sin perder de vista la partitura que tiene enfrente y espera, es un instante hasta que él responde con el mentón, la ejecución continúa, cada uno toca la música que lee: Scherzo: Allegretto, tercer movimiento del Quinteto en sol menor, opus 57, de Dmitri Shostakóvich.
El violín en manos de Favero es el Guarnerius del Gesú de 1732. En el intermedio, Pablo Saraví, músico encargado de la historiografía y organología del Museo, contó que ese instrumento, antes de pertenecer a Isaac Fernández Blanco, fue propiedad del famoso solista Jules Armingaud, conocido por el Cuarteto Armingaud, y con él estrenó diversas obras de compositores alemanes, entre ellas las Sonatas de Robert Schumann, junto a Clara Schumann en el piano, en la década del 60, siglo XIX en París.
Casi dos siglos después en Buenos Aires, en otro piano se instala el compás de una obra muy posterior -Shostakóvich compuso el Quinteto en 1940- y Gelpi lleva adelante el ritmo que sostiene el vuelo de los violines. La introspección de los músicos, su seriedad, es la cara neutra de sonidos que tienen por contracara la blandura, los matices. Por momentos, ejemplo hacia el final del Intermezzo, la delgadez de la nota fue tal, tan largo y frágil el roce del arco antes de separarse por completo, que bien podía imaginarse la tensión de una cuerda atada en los oídos; al lado un señor se contuvo medio inclinado; en el ala del frente una mujer se apretó la pierna sin despegar los ojos del violinista.
Soledad y calor, así se desenvolvió esta música. Como reflejo, la frente húmeda de Marcos Favero (violín II, Francesco Gobetti, Venecia 1715) y el flequillo en movimiento de Diana Gasparini (viola, Giovanni Grancino, Milán 1690). Seguramente los gestos de Siro Bellisomi (cello), ocultos detrás de una columna, tuvieron sus propias curvas; las cejas también dibujaron vibraciones. La concentración de los músicos es un imán. El abandono de sus cuerpos en favor de la energía sonora que reproducen es un imán. La burbuja de silencio que envuelve al recinto cuando ellos terminan, antes de que la gente aplauda, es un imán.
Después de los dedos que pulsan individualmente cuerdas, o teclas, la espalda sin recostar, un labio mordido, exhalación agitada, mutismo cómplice del público, la quietud; después de que la música atraviesa y rebota, la fugacidad y el dejo solitario de este tipo de conciertos muta. Se sale de ahí abrigado y en compañía, se vuelve a casa con reverberaciones en la cabeza.
Es difícil explicar cómo todas esas soledades se funden, se convierten en otra cosa, integran y disparan novedades, dan descanso; qué abrazador resulta estar a solas con la música. Natalia Mejía
Fue el 1 de julio de 2015
Museo Isaac Fernández Blanco
Suipacha 1422 – Cap.
(011) 4327-0228
www.museofernandezblanco.buenosaires.gob.ar
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