Desde una dama de la más rancia aristocracia hasta una mucama con pretensiones artísticas, pasando por personalidades reales como Tita Merello o imaginarios en lo popular como la modelo rubia y boba, Guillermo Gil y Demetrio Arias se ríen de la sociedad y de si mismos con notable desparpajo.
El desfile y las situaciones se suceden rápidamente, en un periplo que sorprende por la creatividad, rescatando personalidades como la Legrand –caballito de batalla de Gil-, o haciendo un muy cálido homenaje a Fernando Peña, en la piel de la inefable Milagros López. Con un vestuario llamativo, elegante o colorido, donde no faltan alhajas, collares, tiaras y tocados elegantes, sobre la base de una escenografía sencilla y estética, ambos transformistas se lucen encarnando con ritmo a diferentes personajes.
La música, bien elegida -aunque a veces se superpone con las voces-, es parte del marco elegido para cada sketch. Superando el remanido recurso de la fonomímica, son capaces de cantar e incluso cambiar divertidamente la letra del musical Cabaret. Son fieles a si mismos y, por ende, a sus seguidores. Arias es más proclive a repetir muletillas como “¿te das cuenta?” o insistir con su verdadera edad, pero su gestualidad es apabullante. Gil maneja como nadie la improvisación, aun reconociendo que después de tantos años de personificar estupendamente a Mirtha Legrand, no puede evitar que su tono se le incorpore naturalmente.
El pequeño subsuelo del teatro, cálidamente ambientado para pocos espectadores, nos retrotrae a los orígenes del café concert, recordando a impulsores como Lino Patalano o artistas como Jean Francois Casanovas y otros que siguieron su escuela. Allí, estos simpatiquísimos artistas reciben personalmente al público, convidando una copa apenas traspuesta la entrada. Martin Wullich
Dorian Teatro Bar
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Estrenó en El Vitral