Las comparaciones son odiosas. Pero a veces son necesarias, y lastimosamente inevitables. Si hablamos del premio Gardel, siempre es oportuno un estándar, un parámetro, algo que nos dé una pauta de dónde estamos parados, algún espejo donde mirarnos, e idealmente, un espejo que no esté roto ni tenga esos horribles defectos que tienen los espejos que ya peinan canas. Comparamos un premio Gardel y lo hacemos con los Grammy, que tienen una larga historia, exactamente 61 años. La primera edición fue en 1959: algunos de los ganadores fueron Frank Sinatra, Ella Fitzgerald, Count Basie, Henry Mancini, Andrés Segovia, Renata Tebaldi. Estos son algunos de los premiados en esa primera edición. Como el apreciado lector podrá observar, todos grandes de la música en distintas categorías.
En nuestro país, el paralelo de un premio Grammy sería un premio Gardel, un evento anual que viene dándose desde 1999 y es organizado por CAPIF (Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas). Como toda premiación que se precie, existe, por supuesto, un Premio Gardel de Oro, y los galardonados en las primeras ediciones están Mercedes Sosa, Sandro, León Gieco y Charly García. Por lógica y por sentido común, los que estamos “de este lado del mostrador” esperamos una aplicación coherente de criterios en la elección de los nominados y, por supuesto, de los premiados. Nos pueden o no gustar Sosa, el “Gitano”, Gieco o Charly; pero su aporte, cada cual en lo suyo, es innegable.
Pero por alguna razón -quizás explicable por las leyes de la termodinámica- las cosas tienden al deterioro. Y parece que los premios, también. Un artículo del medio noticias1440.com.ar de junio de 2019 nos ofrece un panorama más bien dantesco de lo que fue la entrega de premios de ese año. Quien lo firma es Gabriel Imparato, ex jurado de los premios Gardel, y puso -como quien dice- toda la carne al asador. Toda, sin dejar nada afuera. Lo que se lee es que una ocasión que debió haber sido un regocijo pasó a ser un triste y olvidable mamarracho. El título del artículo parece más bien un adelanto del certificado de defunción de los premios: “Carlos Gardel está muerto y sus famosos premios parecen haber corrido el mismo destino (…)”.
Siguiendo con la línea cuasi-tanguera del asunto, tendríamos que hablar de la Biblia que llora junto al calefón. Porque no se explica cómo el premio Gardel 2020 en la categoría “Mejor álbum de música clásica” fue para Leo Maslíah. En efecto, Leo Maslíah toca Bach -nada menos que Bach- es el elegido este año. Y entre quienes consideramos a la música clásica como el summum, como un reducto donde se espera que los criterios de nominación y de elección se amolden a un canon digno de tal expresión, la sensación es que se ha desmadrado todo.
Varios interrogantes rondan por las cabezas de los amantes de ley de la música clásica. Una, por supuesto, es saber cuáles son los criterios para que hubiera miembros del jurado que hicieran inclinar la balanza de tal manera. Este año en la categoría en cuestión hubo una “terna” de más de tres. Vamos a mencionar solo un par para poder dimensionar el asunto. Uno de los nominados era el álbum Missa Brevis (Zoltan Kodaly) con Música Quántica, la agrupación coral dirigida por Camilo Santostefano, una de las más importantes de la Argentina, junto con Tomás Alfaro, pianista y organista de Basílica del Santísimo Sacramento, del barrio de Retiro. Otro de los nominados: el álbum Purahéi che retãgua, de Chiara D’Odorico, joven pianista paraguaya; el propósito del álbum es difundir la música académica de su país de los siglos XX y XXI. Estamos hablando de músicos que no solo han estudiado y han dedicado horas y horas a perfeccionar su arte, sino que además hacen de la música clásica su medio de vida, la difunden, la aman, la valoran, la cuidan. De nuevo: puede o no gustar la música coral; puede o no gustar la música académica de un determinado país de una determinada época; puede que para algunos sea nada más que música para una élite. Pero de ahí a que se la bastardee, hay un enorme trecho.
Hay otros interrogantes que el mencionado Imparato planteó en el artículo mencionado. Son una lista de seis cuestionamientos, pero nos detendremos en solo un par. En primer lugar, se pregunta cuál es la cantidad de personas que integran el jurado total del Premio Gardel. En la página de la Fundación Konex es posible ver quiénes integran el Gran Jurado y un breve currículum vitae; sin embargo, en la página de los Premios Gardel, la sección “Jurado” consta solamente de casilleros para ingresar usuario y contraseña; no hay en la página un listado de quiénes integran el jurado ni cuál es el mérito de sus integrantes para tal honor.
Existe un apartado donde se explica escuetamente el proceso de votación, pero no satisface la curiosidad ni la exigencia de explicaciones de quienes nos preguntamos por qué se eligió a tal y no a otro en una u otra categoría, como en el caso del citado Maslíah y su álbum. Otro de los interrogantes que plantea Imparato es la omisión de artistas independientes de importante trayectoria que no fueron incluidos en las categorías correspondientes. Otra pregunta que llama la atención es por qué el rubro “Canción del año” está abierto para que lo vote el público (cabría preguntarse también por qué otras categorías no están abiertas para que las vote cualquier hijo de vecino).
Planteamos un último interrogante, como para seguir abriendo la cancha. En los Grammy, la música clásica tiene más de una categoría: mejor solista instrumental clásico, mejor grabación de ópera, mejor composición de música clásica contemporánea, mejor interpretación coral, son solo algunas. ¿Cómo puede ser que con la historia que tiene nuestro país en el rubro música clásica, el premio Gardel contemple solamente la categoría de “mejor álbum de música clásica”? ¿Por qué no se ha abierto la categoría “mejor soprano”, “mejor tenor”, o “mejor ensamble de música de cámara”, por mencionar solo algunos? Parra colmo, buscar la categoría “música clásica” entre los listados que año a año se publican con las ternas nominadas es como buscar una aguja en un pajar.
Hace algunos años, en un programa de aire, se exhibió un documental sobre la ciudad de Córdoba. Todos sabemos el cariñoso apodo con que se la conoce: “La Docta”. Pero sin embargo, lo que mostró el documental fue un sinfín de postales burdas y de dudosa seriedad, como que Córdoba capital no fuera otra cosa que cuarteto, vino y choripán. De su rica historia, del porqué del apelativo de “La Docta”, ni una palabra. ¿Es que acaso debemos pensar que se quiere nivelar para abajo la imagen de nuestro país en cuanto a ofertas de artistas de música clásica y sus producciones?
Argentina, humildemente, ha sacado de su semillero artistas importantísimos: Barenboim y Argerich son los ejemplos por antonomasia. ¿A qué se debe esta injusta invisibilización de nuestros artistas de música clásica, muchísimos de ellos de enorme talento, y la entronización de artistas de dudosa calidad, para peor en categorías que no les corresponderían por falta de mérito? Viviana Aubele