OSCAR WILDE, besar la tumba

Extraña costumbre en el cementerio de Père Lachaise, en París

Por algo tiene su mausoleo. Oscar Wilde es, dentro de las letras de la lengua inglesa, uno de los escritores más célebres. Su aguda pluma es difícil de olvidar; su sentido del humor, picante y certero. De su privilegiado ingenio salieron personajes oscuros, como Dorian Gray, o personajes de lo más disparatados, como el fantasma que no logra espantar a los superficiales Otis de su castillo. Además de todo esto, cualquier mención del escritor irlandés suele ser automáticamente ligada a su juicio y condena por sodomía, por lo que pasó dos años en prisión con trabajos forzados. Pese a que murió muy joven, a los 46 años, Wilde fue un escritor prolífico, y quizás hubiese escrito más obras de no haber sucumbido, a fines del siglo XIX, a una caída libre en muchos sentidos.

El ascenso de Wilde a la gloria fue seguido de un brutal descenso en desgracia. El juicio por injurias que le hizo al marqués de Queensberry, el aristocrático y poco refinado padre de Lord Alfred, su amante, terminó volviéndosele en contra. No solo el marqués salió indemne, sino que este salió, el mismo día de su absolución, a lograr su cometido revanchista: el de destruir moral, social y económicamente a Oscar. Y salió victorioso. Wilde pasó de ser querellante a acusado, y contra él testificó toda suerte de gentes de dudosa reputación. La condición social del marqués fue un factor que coadyuvó a un resultado adverso para el irlandés. Dos años de prisión con labores forzadas, ruina económica, su esposa que cambió el apellido de sus dos pequeños hijos, a quienes alejó para siempre del padre caído en oprobio, y un final de fiesta para quien puso “todo mi genio en mi vida, y solo mi talento en mis obras”.

Wilde cumplió su condena de dos años, entre 1895 y 1897, y exactamente al cabo de ese período —ni un día más, ni un día menos— salió de la cárcel de Reading, y se mudó a Francia. Allí vivió con el nombre de Sebastian Melmoth, hasta que murió el 30 de noviembre de 1900 en París, en la pobreza, alejado de sus hijos. Fue enterrado en una tumba en el cementerio de Bagneux, en las afueras de París. Sus fieles amigos Robert Ross y Frank Harris, que no lo abandonaron ni en sus peores momentos, hicieron trasladar en 1909 sus restos mortales al cementerio de Père Lachaise, en París, donde está enterrado hasta hoy.

Pero parece que ni en la paz de los cementerios se puede creer. En 1912, el escultor Jacob Epstein erigió el mausoleo en memoria del escritor irlandés. Se trata de un enorme bloque de piedra con una figura alada que en principio remitiría al arte asirio, como el que se puede contemplar en el Museo Británico. Pero esto suscitó la reacción de las autoridades parisinas, que decidieron tapar con una lona la desnudez de la figura. Los pequeños genitales también fueron motivo de quejas. Y esto no fue todo. El escandalete de las partes pudendas de la figura fue infructuosamente disimulado con yeso, y más tarde con una mariposa de bronce; esto último molestó a Epstein. La mariposa se mantuvo en su lugar hasta que unos vándalos la arrancaron, en los años sesenta.

Tres décadas más tarde, a alguien se le ocurrió estampar un beso sobre el mausoleo, quizás para expresar admiración por el genial escritor, y dejó rastros de lápiz labial sobre la piedra. Lejos de ser un hecho aislado, miles de visitantes en el cementerio de Père Lachaise hicieron lo propio, y se instaló la tradición de pintarse los labios y besar el monumento. Ya sea como manifestaciones de afecto, de cariño o de admiración, los besos resultaron perniciosos para el mausoleo, pues la pintura del rouge y los lavados a los que se sometió al monumento ponían en peligro la integridad de la obra de Epstein. De nada valieron las multas que se pretendía imponer a cualquiera que fuese pescado in fraganti apoyando sus pintados labios sobre la piedra, ni la placa que se adosó a esta pidiendo respeto por la memoria de Wilde. Merlin Holland, único nieto de Oscar Wilde, pidió a las autoridades que pusieran más énfasis en proteger la tumba de su abuelo.

Afortunadamente,  Merlin, hijo de Vyvyan Holland (anteriormente Wilde), el hijo menor de Oscar, pudo, en 2011, estar presente en la inauguración de un vidrio de protección para la tumba restaurada de su ilustre abuelo. Agradeció, sin embargo, tantas muestras de afecto, y dijo que su abuelo hubiese estado encantado. El mausoleo, restaurado gracias al aporte financiero del gobierno irlandés, es el más visitado del país galo, que lo ha declarado monumento histórico. Los calurosos besadores deben, desde entonces, contentarse con plasmar su afecto en el frío vidrio. Viviana Aubele

Oscar Wildeu0027s Tomb Marked From Lipstic

Tumba de Oscar Wilde en Wikipedia

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